Si en un año tenemos 60 shows, podría decir que en 80% de ellos se logra un gran ambiente y todos, tanto la audiencia como nosotros, quedamos con una sensación bastante positiva y con ganas de que se repita pronto. Otro 10% son tan excitantes que si se pudiera almacenar la energía en los recintos, esta sería capaz de llenar el tanque de combustible de una nave y llevarla de la Tierra a la Luna, son conciertos que te dejan una sonrisa en la cara por varios días y te reafirman que estás en la profesión correcta. Los llamo «shows imprescindibles». Luego está el otro 10%. Son aquellos en los que el público quizás no sea el más adecuado –como esa vez que le abrimos a El Tri– o los que presentan algún problema técnico o de organización que sabotea el “performance” general y hacen que a uno le quede un sabor amargo al bajarse del escenario. Me refiero a ellos como «los prescindibles».

El año pasado tuvimos varios shows en la categoría imprescindible, pero quizás el más memorable ha tenido que ser el del Rock Al Parque en Bogotá. Veníamos de terminar una gran gira de 15 conciertos por Estados Unidos con Aterciopelados y la banda estaba en su momento más óptimo en cuanto a performance se refiere. El Rock al Parque es uno de los festivales más importantes de Latinoamérica desde hace muchos años y qué mejor manera de reencontrarnos con nuestro público bogotano. El festival contaba ese año con la presencia de artistas como Fito Páez, Gustavo Santaolalla y Juanes, entre muchísimos otros. Como dato curioso, a pesar de que tiene el nombre de “Rock” en su título, es un festival en cual ni a los asistentes ni a los artistas se les permite el uso de bebidas alcohólicas. Quizás para otras bandas esto no representaba mayor problema, pero para nosotros que tenemos como parte de nuestro ritual no salir al escenario sin antes darle un par de besitos a la botella de Ron Zacapa sí llegaba a sentirse al menos retador. Al final, pienso yo, un poco de coraje líquido no le hace daño a nadie. Sin embargo, en medio de toda esa sobriedad a gran escala surge uno de los shows con el que tuvimos la mejor conexión banda-audiencia del año. El set fue de menos de una hora, suficiente como para tocar muchos de nuestros éxitos, así como agradecer a nuestros hermanos colombianos por la paciencia brindada a nuestros compatriotas autoexiliados en su tierra. Se encontraban alrededor de 10.000 personas en ese recinto y si se hubiese podido medir la energía en términos de combustible, nos hubiese alcanzado para llegar hasta la Luna pero esta vez de ida y vuelta. Definitivamente una fecha que pasará al Top 10 de nuestra historia.

Pero si el año pasado tuvimos nuestra dosis de shows imprescindibles, también la tuvimos de los prescindibles. El más memorable en este sentido tuvo que ser necesariamente el de la feria de la ciudad de Aguascalientes, estado de Aguascalientes en México. Felices de haber sido invitados a tan importante feria, volamos desde Miami y aterrizamos en el Aeropuerto de Aguascalientes, pero a dos de nuestros músicos se les negó el acceso al país por unos asuntos migratorios que nunca entendimos y que no vale la pena mencionar acá. El punto es que ahí estábamos en Aguascalientes todos; luces, video, audio, monitores y “stage hands”, pero nos faltaban nada más y nada menos que dos músicos. Ni modo, no había nada que hacer, el show se tendría que cancelar –pensaba yo ingenuamente–.

Nuestro manager y nuestro agente nos hicieron entender lo problemático que sería cancelar el evento para el cual se esperaban cerca de 5.000 hidrocálidos (gentilicio oficial de los habitantes de la zona), así que comenzamos a darle forma a lo que terminó siendo un Live DJ Set de Los Amigos Invisibles con Julio actuando como DJ desde una cabina que se construyó con pedazos de la pantalla LED que teníamos –como si fuese un Paul Oakenfold cualquiera–. A su lado derecho, Daniel en la guitarra; a su lado izquierdo, yo en el bajo y en la parte de atrás, Román en la percusión, a quien le pusimos la mayor cantidad de tambores que algún percusionista pudiera soñar.

Desde su computadora Julio iría poniendo una colección de remixes de nuestra música que hemos recolectado a lo largo de nuestra carrera y mientras tanto Daniel, Román y yo iríamos improvisando. Luego de comentar las razones por las cuales estábamos haciendo el show de esa manera seguimos con el DJ set por una hora completa con la sorpresa de que el público nos acompañó presenciando aquel experimento hasta el final, no sin antes pasar por un momento en el que a Julio se le trabó un remix, lo cual hizo que Román, Daniel y yo tuviésemos que improvisar con nuestra cara estoica de total control por unos cuantos minutos hasta que Julio retomó la acción.

Nunca he saltado en bungee, pero me imagino que se debe sentir similar. Al bajar del escenario nos felicitamos por el coraje de haber hecho ese show y fuimos directo a darle los respectivos besos a la botella de Ron Zacapa que en este caso más que besos fueron una escena de una película triple X. Una presentación realmente memorable, pero no por las razones que uno hubiese querido y aun así, un show que la cuarentena me ha hecho extrañar.

La verdad es que no ha pasado demasiado tiempo desde el último concierto que ofrecimos en Australia. Apenas mes y medio, pero se ha sentido como años de perro –7 meses por cada mes vivido–. La falta de trabajo sumada a la incertidumbre de cuándo regresaremos a los escenarios me ha hecho extrañar las giras a tal punto de que ha logrado que me siente a escribir de shows como el de Aguascalientes, del cual no sabía que tenía recuerdos tan frescos. He llegado a extrañar el salir molesto del escenario porque un feedback me desconcentró o, peor aún, los llamados en el lobby a las 6:00 am y hasta los asientos en el medio en los aviones. Casi he llegado a extrañar incluso cuando los agentes se tardan en pagar, pero tampoco es para tanto. Ya he hecho Zoom con la familia, con los amigos, con los socios y aunque los encuentros ayudan a aplanar la curva de la insania mental, todavía no llega a ser suficiente.

Hace unos pocos días tuve una reunión por Zoom con algunas personas del negocio del espectáculo y todos tenían un pronóstico mucho más positivo de sobre cuándo podría suceder el regreso a las actividades, pero según lo que yo había visto en las noticias, nuestra industria sería de las más afectadas por lo del “social distancing” y que este sería un gran obstáculo a la hora de querer darle la vuelta. Todos casi al unísono me respondieron que no fuera pesimista. Me sentía como mi abuelo, quien sabía que el Titanic se iba a hundir y lo gritaba a todo pulmón y nadie le hizo caso hasta que lo tuvieron que sacar del cine –y me disculpan el chiste malo–.

Una vez pasado el tema álgido en la reunión, la comencé a pasar muy bien con mis colegas por Zoom, todos con chela –cerveza– en mano, lo cual me hizo pensar que quizás habría alguna solución al “showbiz” utilizando la experiencia de la fiesta virtual. Quién sabe, pero creo que ya pronto lo sabremos.

Por el momento, el pronóstico de regreso a escenarios más optimista es de 6 meses y el más pesimista es de hasta 2 años, sin mencionar los cientos de opciones en el medio que van desde implementar la medición de anticuerpos masivamente hasta el uso de aplicaciones en el teléfono para rastrear a los infectados y lograr cuarentenas más eficientes hasta lograr la inmunidad de “manada” y poder ir abriendo poco a poco las posibilidades de la industria del espectáculo.

Les debo confesar que el escenario pesimista de dos años luce bastante desesperanzador y de solo pensarlo experimento una sensación de derrota difícil de sobrellevar. Por ello es que he preferido la opción de la esperanza, no porque el virus vaya a desaparecer y no porque se vuelva a la normalidad pronto, sino porque creo en el efecto que tiene la música en las personas y sé que al llegar el momento de la verdad, los artistas y la audiencia lograremos un compromiso en el que la labor del músico siga siendo importante y se logren nuevos espacios y paradigmas en los cuales podamos seguir trabajando como siempre lo hemos hecho. Nietzsche dijo que “sin música la vida sería un error” y considerando que en la época en la que vivió la única manera de escuchar música era en vivo, debo darle toda la razón.


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