El fin del mundo siempre fue un tema revelador para el cine, y tuvo la particularidad de decir mucho sobre la época desde la cual se contemplaba el Armageddon. En los sesenta la Guerra Fría inspiró una sátira sobrecogedora llamada Dr. Strangelove de la mano del maestro de maestros Stanley Kubrick. Soy leyenda del escritor Richard Matheson tuvo al menos tres versiones en 1964, 1971 y 2007. En los noventa, con la Guerra Fría ganada hubo que buscar nuevos desafíos y en 1998, para recibir el milenio vimos Armageddon de Rolland Emerich e Impacto profundo de Mimi Leder. La lista no es exhaustiva pero confirma que, al igual que las utopías, el futuro se lee siempre desde las obsesiones del presente.

Tal vez ello explique la polarización en torno a No miren arriba, una sátira despiadada y lúcida al mundo actual. La premisa es tan sencilla como la de sus predecesoras. Dos astrónomos descubren un buen día que en seis meses un cometa le dará a la Tierra en la madre, más precisamente frente a Chile. A partir de ahí, lo que es una señal de alarma se transforma en un “commodity” mediático. Los dos científicos llegan inmediatamente a la Sala Oval, pero las prioridades son las elecciones a mitad de período, con lo cual el tema se politiza. Pero también hay que presentar el caso ante la prensa, con lo cual los astrónomos terminan en uno de los talk shows que frivolizan los temas del día. Y  por supuesto las redes sociales hacen lo suyo, con lo cual la cruzada para salvar el planeta se difumina. Hay un elemento común en la forma de abordar un problema tan grave y es aquí donde la película gana el mayor puntaje. El problema, en definitiva existencial, es empujado fuera de su muy lógica esfera de interés y se fragmenta según el grupo de presión al cual impacta. Para los políticos es un tema de poder, para los empresarios una fuente de ingresos, para los medios un tema candente al cual sacarle todo el provecho posible. Los dos científicos ven con una desesperación interesada cómo algo tan serio como el fin del mundo se deshace en varias facetas sin que el hecho central sea asumido con la gravedad del caso. El toque de genio está aquí: el ser del problema , su capacidad destructiva muy real, es desplazada en el mundo contemporáneo, hacia los confines de lo mediático. Lo real es ocultado por la imagen, por los juegos de poder o por la palabra que de esta forma neutralizan su capacidad destructora. A la gravedad de un hecho que ocurrirá inexorablemente se le opone no una acción neutralizadora, sino un caleidoscopio de divertimentos, señuelos y fantasmas, lo cual pone de relieve los vicios del mundo contemporáneo. Su capacidad frivolizadora, su despiadado afán de lucro y su narcisismo exacerbado. Estos tres factores, actuando a veces en conjunto, otras veces cada uno por su lado, son la perdición de la especie. Un castigo autoinfligido que impide una respuesta real y consistente. En última instancia la película dice que no hay en el mundo real, una capacidad auténtica de dar una respuesta que esté a la altura del desafío planteado. Y no puede haberla porque el ser humano ha dinamitado su capacidad de ser en el mundo. Ya no habita un mundo en el cual se reconoce, sino un espacio alternativo hecho de imágenes autogeneradas sin anclaje en la realidad, o textos mal escritos para salir del paso o palabras que no expresan un pensamiento sino que se congelan en un eslogan: el “no miren para arriba” del título, suerte de mantra que revela la voluntad de no enfrentar una situación y preferir mundos alternativos al presente.

El gran logro de la película es el tono de sátira desaforada que el director sabe imponerle, creando un universo artificial que se define por encerrarse en sí mismo, atrapando como en una jaula a todos los protagonistas. Es un pesimismo radical en el cual todos se bañan sin que haya una salida. Ni siquiera los impolutos científicos del comienzo pueden resistir su tentación, aunque al final sean los que salen mejor librados. No es una película grata, a pesar de las carcajadas amargas que arranca, especialmente en su primera hora. Más bien, demuestra la preeminencia de aquellos falsos valores que denunciaba Marco Aurelio. No importa que juguemos con el Armageddon, si hay una oportunidad de negocios la vamos a aprovechar. Es cierto que la película tiene larguezas, que la primera parte es desopilante y la segunda parece por momentos perder el norte. Pero es una película lúcida en el contexto de lo que se presenta en las pantallas. Está en Netflix y es importante verla hasta el final. La sátira y el vitriolo siguen después de los títulos.

No miren arriba (Don’t Look Up). Estados Unidos. 2021. Director Adam McKay. Con Meryl Streep, Leonardo di Caprio, Cate Blanchett, Jennifer Lawrence.

 


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