La democracia se puede estudiar desde dos perspectivas, sea como método de gobierno, sea como forma de vida. Ambas no son contradictorias, muy por el contrario, son complementarias. Norberto Bobbio definió con una claridad meridiana, universalmente aceptada, las reglas de oro  que constituyen la razón de ser de la metodología democrática. Son  seis reglas, expuestas por el autor en su Teoría general de la democracia en los siguientes términos: 1. Todos los ciudadanos que hayan alcanzado la mayoría de edad, sin distinción de raza, religión, condición económica y sexo, deben  disfrutar de los  derechos políticos, es decir, cada uno debe disfrutar del derecho de expresar su propia opinión y de elegir a quien lo exprese por él; 2. El voto de todos los ciudadanos debe tener el mismo peso; 3. Todos los que disfrutan de los derechos políticos deben ser libres para poder votar según la  propia opinión, formada lo más libremente posible, en una competición libre entre grupos políticos organizados en concurrencia entre ellos; 4. Deben ser libres también en el sentido que deben ser puestos en la condición de elegir entre soluciones diversas, es decir, entre partidos que tengan programas diversos y alternativos; 5. Tanto para las elecciones como para las decisiones colectivas, debe valer la regla de la mayoría numérica, en el sentido de que se considere electa o se considere válida la decisión que obtenga el mayor número de votos;  6. Ninguna decisión tomada por mayoría debe limitar los derechos de la minoría, en especial el derecho de convertirse a su vez en mayoría en igualdad de condiciones.

La democracia como forma de vida atiende al ser humano, al ciudadano que participa de la vida democrática. Otro gran estudioso de la teoría de la democracia., Giovanni Sartori, escribió una frase que quiero compartir con mis lectores por su profundo significado, independientemente de la sencillez de su exposición: “La democracia es una “gran generosidad” , porque para la gestión y la creación de la buena ciudad confía en sus ciudadanos”.  El ciudadano demócrata no nace, se hace. Es obra de la  educación, de la cultura, de la experiencia de vida. Lamentablemente muchas veces los ciudadanos no están a la altura del ideario democrático, bien sea porque no han tenido la oportunidad de aprender, y menos cultivar, los valores de la democracia (la tolerancia, el respeto a la opinión del otro, la honradez, el sentido del bien común,  el imperio de la ley, el rechazo a la demagogia y a las personalidades autoritarias,  el enfrentamiento con las conductas corruptas) , bien sea que por ignorancia o desinterés, no internalizan la relevancia de las reglas de oro antes citadas, que terminan instrumentalizando al servicio de intereses espurios.

He señalado que existe una relación complementaria entre las dos perspectivas de la democracia. El pueblo que funda  una institucionalidad democrática  (que abarca las seis reglas arriba mencionadas) debe a su vez generar las condiciones para el cultivo de los valores y actitudes  que la fortalecen como una forma de vida.  La democracia es un régimen  frágil de gobierno, por lo que  exige de un cuido permanente,  tanto en el fortalecimiento de sus instituciones, como en la formación política de sus ciudadanos.  En este proceso  de fortalecimiento la Constitución cumple un relevante papel. Su respeto (lo que un autor denominó como creación de un  sentimiento constitucional)  al unísono de su fuerza normativa  se ha revelado como una garantía de la estabilidad de las experiencias democráticas en el mundo.

El pueblo venezolano tiene el derecho y  la obligación de rescatar la institucionalidad perdida, así como empoderarse de sus  valores y principios más preciados. Una tarea inmensa pero inevitable que debemos arrostrar,  para poder salir de la oscura caverna en que nos ha introducido el régimen autoritario que para nuestra desgracia actualmente nos rige.


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