El notable historiador inglés Paul Kennedy en su obra Strategy and Diplomacy, explicó las interacciones entre estrategia, diplomacia, economía y factores geográficos enfatizando las alteraciones a largo plazo en política global, particularmente en lo que corresponde al imperio británico. El primer capítulo de la obra lo dedica al appeasement o apaciguamiento en la tradición de la política exterior inglesa. El término apaciguamiento está casi totalmente identificado con la política de Neville Chamberlain frente a Alemania, Italia y Japón en 1930, aunque ya existían antecedentes de ello toda vez que la misma fue un baluarte de la política exterior británica, aceptada de buen agrado por la sociedad inglesa hasta la Segunda Guerra.

El apaciguamiento se justificó en cuatro consideraciones. Moral: la visión cobdenita de un mundo armonioso privilegiaba el arbitraje internacional y la condena a la guerra excepto en el caso de la propia defensa; comercial: la economía tenía que ver con la fluidez del comercio internacional, principal fuente de riqueza de la City. Una guerra podría interrumpir ese proceso; la Posición Global: Inglaterra tenía intereses en todas partes del mundo. La sobreextensión del poder tenía potenciales amenazas en distintas regiones que debían ser contenidas en vista de lo expuesto multifactorialmente para los formuladores de política exterior. La idea era no privilegiar una región antes que otra y por tanto el arreglo pacífico de las controversias se imponía como “Raison d’Etat”. Finalmente, la política interna; a partir de 1867 se incrementó la importancia de la opinión pública, la circulación de medios de información, los grupos de interés que debían ser tomados en cuenta por la clase política. Este nuevo poder no era generalmente favorable a la guerra.

Como sabemos, el apaciguamiento como política de Estado finalizó con la declaración de guerra a Alemania por el mismo Chamberlain, quien fue sustituido en breve por Winston Churchill, una vez se hizo evidente que Hitler avanzaba en su proceso expansionista y amenazaba los intereses vitales del imperio.

Ejemplos de estas políticas no han sido exclusivos de Inglaterra, pero sí ha sido un denominador común que muchas de ellas han conducido al fracaso. La negociación no se puede negar porque es el mecanismo por excelencia para la resolución de los conflictos y como ex diplomático lo aplaudo porque han obtenido muchos éxitos a través de ella, pero con condiciones en los adversarios que preveían un final aceptable en sus resultados.

Ahora bien, haciendo un parangón con la situación actual de Venezuela en el continente, salvando las diferencias históricas, mas no la conceptualización. ¿Qué ha sucedido en estas dos décadas del siglo XXI? Frente a las cada vez más graves y delincuenciales acciones del régimen de Caracas, hay un claro despertar del largo apaciguamiento de los gobiernos intra y extraregionales opacadas en su momento por un mapa izquierdista en América Latina. Una vez que el péndulo se inclinó nuevamente a la derecha -de manera no tan firme como estamos observando- con los gobiernos en Chile, Argentina, Brasil y Paraguay, se empezaron a considerar con mayor seriedad las preocupaciones desestabilizadoras hasta llegar en este momento a tener medidas sancionatorias dirigidas al régimen en el único instrumento coercitivo regional que es el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca.

El apaciguamiento o laxitud en la escalada del conflicto en este caso han sido confirmados en épocas recientes con los fracasos anunciados de los llamados procesos de República Dominicana, Oslo y Barbados, dirigidas a lo interno y en lo externo en las discusiones en la ONU y en la OEA y otras amparadas ingenua o intencionadamente por la Unión Europea, México y Uruguay en el deslucido Grupo de Contacto. Mientras transcurrían estas lides diplomáticas se han afianzado los enclaves terroristas, narcotraficantes y del crimen internacional, además de la “ocupación consentida” cubana y su nefasta influencia.

La crisis migratoria, probable Caballo de Troya de la desestabilización programada desde el Foro de Sao Paulo en conjunto con el Grupo de Puebla y por añadidura del hampa común y crimen transnacional, además del fenómeno de la xenofobia, da cuenta también de los infiltrados y promotores de las desastrosas manifestaciones en Ecuador y Chile. Las negociaciones con el régimen de Maduro no han sido para “ganar tiempo”, como lo han preconizado muchos de manera ingenua, sino para apertrecharse y arremeter con mayor contundencia.

El regocijo de Caracas por los actos vandálicos que estamos presenciando, las declaraciones que a veces entre líneas y otras no parecieran confirmar la avanzada en incendiar el vecindario con el socialismo del siglo XXI ya deberían generar una reacción conjunta en el marco de la OEA, el Grupo de Lima y el TIAR, además de las acciones unilaterales en legítima defensa de la preservación de los intereses vitales de cada nación afectada.

Por otra parte, se hace cada vez más impostergable la correspondencia en esfuerzos que debe existir de parte de la oposición en Venezuela frente a las que lleva a cabo la comunidad internacional. Lo acaba de decir Andrés Pastrana: La invocación del TIAR corresponde más a Guaidó que a Colombia. En cuanto a la comunidad latinoamericana y caribeña, las acciones del Foro de Sao Paulo y Puebla pudieran ir más allá de tirar piedras e incendiar vehículos. Los procesos electorales obviamente también pueden ser afectados – Bolivia y Argentina están en veremos-. Cuántas otras “directrices” habrán convenido en Caracas que aún desconocemos.

El tiempo juega en contra de la estabilidad y la democracia en el continente. Es tiempo de hombres de Estado más que de presidentes de turno. Las lecciones que nos da la historia deben ser tomadas en cuenta.

“El que tolera el desorden para evitar la guerra, tiene primero el desorden y después la guerra”. Maquiavelo, El príncipe. 1513

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