Pareciera una ingenuidad creer que Guaidó, luego de su gira internacional, hubiese llegado al país con las manos vacías, sin un plan o una estrategia (propia, compartida o ajena), producto de un detenido análisis con todos esos aliados internacionales, muy particularmente Estados Unidos. No hacerlo público en todos sus detalles, si es que de eso se trata, por supuesto que requiere comedimiento, sensatez y sentido de la oportunidad; pero si nada trajo consigo, creemos que perdió el tiempo y un chance que difícilmente se le presentará de nuevo.

Desde luego que le tenemos que conceder el beneficio de la duda, y asumamos que sí, que es verdad que lo trajo. Encriptado, por escrito, en una presentación de power point,  o simplemente de memoria, debe formar parte de su acervo. De ser así, seguramente lo hizo del conocimiento inmediato del grupo que con él dirige a la oposición, apartando la mesita. Conjeturamos que ese plan fue reanalizado y desmenuzado con la mayor rigidez, escudriñando al máximo sus intersticios, para luego tomar la decisión de ejecutarlo en cualquiera de sus modalidades posibles: de inmediato o no, modificado o no, en su totalidad o no; solo sus actos subsiguientes pueden darnos luz.

La idea es centrarnos en cómo -desde entonces- se ha desarrollado la agenda opositora. No es morbo, ni simple curiosidad lo que nos mueve a tocar el asunto; de lo que se trata es del derecho que tenemos de conocer, por lo menos, que lo que se está ejecutando se corresponde con las líneas maestras de un gran plan, si es que lo hay. Es lógico que pretendamos saber a qué atenernos. La duda es una duda razonable: los hechos y las omisiones -en estos terribles días- no parecen responder a una enumeración sistematizada u orgánica que suponga la consecución de objetivos comunes, previamente planificados.

El desarrollo del discurso y la acción opositora ha discurrido en un mar de contradicciones. Pasa del enigmático mutismo al alarde valentón; de un gobierno de emergencia con Maduro al gobierno de emergencia sin Maduro; del diálogo en un “armisticio de amor” a la cruda denuncia del terror; de elecciones presidenciales libres a elecciones parlamentarias sin libertad; de la unidad opositora al encubierto desencuentro de facciones; en fin, toda una gama de mensajes y acciones ambivalentes que nos llevan a preguntarnos si ciertamente hubo un plan; si fue cambiado o desestimado; o, peor aún, si fue abortado y sustituido por planes con objetivos particulares o grupales.

Lo que sí está claro son las consecuencias de ese universo incierto. Puertas adentro, la nación se nos extingue; lo que la conformaba: su territorio, población, instituciones,  valores, símbolos, costumbres y  su épica historia, han trocado en un todo fantasmal que transita velozmente hacia el peor de los destinos.

Afuera, el asunto se resume en la expectativa de que se ejecute un plan, destinado a resolver nuestro problema humanitario en el país y geoestratégico en la región. Nos resistimos a pensar que alguna parte de la oposición que aquí tiene la responsabilidad de conducirnos, ignore deliberadamente los pronunciamientos, esfuerzos y acciones solidarias de esos aliados y organismos internacionales. Como también pareciera ignorar los efectos negativos -que en ese ámbito- pueda tener esa actitud para la causa democrática en Venezuela. ¿Será que su inexplicable conducta se puede resumir en que han tomado el antihistórico atajo de Vichy? ¿Será que aquellos que quieren gobernar y colegislar con el régimen tienen como único objetivo realizar unas elecciones parlamentarias, que están muy lejos de resolver este gran drama? De ser así, les vendría, luego de esa suerte de concubinato político, la gran patada de esos indeseables aliados circunstanciales.

Tienen aún la oportunidad de cumplirle a los venezolanos y al mundo, aprueben de una vez el 187 de la Constitución, para que Guaidó pueda pedir la intervención humanitaria. No lo dejen colgado de la brocha, Solo así formarán parte de la historia.


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