«Ardían las calles encendidas de odio», dice Flavia Pesci en Trazos de fuga, el apasionante y sensitivo libro de poemas que junto a Cuerpo en la orilla acaba de publicar Oscar Todmann bajo la dirección editorial de Luna Benítez incorporando definitivamente el nombre de Flavia al glorioso número de excelentes poetas de habla castellana porque quien sostiene como hace Flavia en «Cuerpo en la orilla» que «la raíz del odio y del amor en un surco /entre ceja y ceja/ nos mide y juzga/ sin piedad» respira no solo aire poético de mar sino que posee una mente privilegiada. Es un verso que escinde.

La Real Academia de la Lengua determina que escindir es «romper un núcleo atómico en dos porciones aproximadamente iguales, con la consiguiente liberación de energía…»; dicho de manera mas simple: toda escisión significa la destrucción de la unidad; remite al dualismo, al aniquilamiento del yo y a la aparición del nosotros, del tú y el yo, es decir, del amor, de una conjunción,  crea un centro escindido.

Es claro: el amor nace del encuentro o fusión de dos oposiciones.

Los simbolistas, al referirse al acto de amor en lo biológico dicen que expresa un anhelo de morir en lo anhelado, de disolverse en lo disuelto. Afirman que el deseo amoroso y su satisfacción es la clave del origen del mundo; que en las desilusiones del amor y la venganza que las sigue se encuentra el secreto de todo mal y del egoísmo que existe en la tierra. Y sostienen que los seres se buscan, se encuentran, se atormentan se separan y finalmente ante un dolor mas agudo, se renuncian y terminan odiándose.

La libido es una fuerza individual cuya acción solo es eficaz cuando entra en contacto con otra individualidad y ambas se aceptan. El amor es tan antiguo como el hombre mismo y su opuesto, el desamor es mas feroz y sediento que el propio amor. He estado esperando que apareciese Flavia Pesci mencionando al odio que ella aborrece porque contrariamente exalta el supremo amor cuando en «Cuerpo en la orilla suplica» y dice: «vuélame en picada / rómpeme en el alma».

El odio es la otra cara del amor. No asombra en modo alguno que al nombrar al odio se agregue el calificativo de exacerbado, ¡Un odio exacerbado! Del amor se dice que es apasionado, intenso, atolondrado, pero nunca exacerbado.

El odio que me merecen los actuales mandatarios venezolanos también es exacerbado, pero no puedo nombrarlos y mucho menos preguntarme en «qué emplean su tiempo libre» por temor a absurdas demandas incoadas por algún juez corrupto que me arrojarían a la calle y a vivir bajo los puentes. ¿No es esta una clara manera de definir no solo el espanto en qué vivimos sino de evitar mencionar la indignidad y la pobreza que nos sepulta en el pantano?

El odio puede abarcar el área de una simple relación personal o familiar, pero puede sembrar rencores y duros agravios y sobrepasar los límites y saciarse en el crimen: «sigue al dinero», dicen los detectives en los filmes y novelas policiales «y descubrirás el odio y solucionarás los enigmas». Pero de igual modo puede cubrir toda la geografía humana y física de un país y al liberarse y volcarse a la calle formará el violento alud de la «política de calle», un elegante eufemismo para evitar la palabra «saqueo» que los venezolanos han conocido en distintas épocas de desasosiego político causado bien sea por la muerte del tirano andino, la caída del militar nacido en Michelena huyendo en una Vaca Sagrada o por un simple y bien ordenado Caracazo antidemocrático.

En el país político venezolano, la justicia prefiere mantener sus ojos aparentemente vendados, porque en realidad la venda está ligeramente alzada y le permite observar y aprobar con repugnante atención las arbitrariedades del poder militar en la Venezuela hundida bajo la despiadada ineptitud bolivariana. El amor y el odio cívico-militar viven reiterando todo el tiempo el viejojuego de brincar uno sobre el otro que se mantiene agachado y este lo hace sobre el que acaba de saltar.


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