Un mes previo a las elecciones presidenciales de 2018, el periodista Ricardo Raphael publicaría en Letras Libres que de resultar electo, Andrés Manuel López Obrador tendría como “tarea personal transitar de una actitud política polarizante a otra de reconciliación.” Tras doce años de campaña tintada de la habitual—y hasta cierto punto válida—confrontación contra la “mafia del poder”que hizo de la corrupción práctica administrativa regular, el ahora mandatario tomó breve nota de las palabras de Raphael. Durante su discurso con motivo del triunfo electoral, AMLO abrió su mensaje justamente invitando a la reconciliación, agradeciendo tanto a quienes depositaron su voto de confianza en las urnas como a quienes prefiereron otra opción, porque al final su nuevo proyecto de nación—la denominada Cuarta Transformación —buscaría establecer una auténtica democracia libre de corrupción para todas y todos los mexicanos.

Una legítima prioridad, sin duda, sobre todo en un país donde la corrupción perjudica el 10% del producto interno bruto del país. El propio Plan Nacional de Desarrollo 2019-2024, presentado a inicios de este mes, coloca nuevamente la lucha contra la corrupción como eje rector de la administración para lograr un entorno de bienestar.

Sin embargo, a casi seis meses de iniciado el nuevo gobierno, a AMLO se le olvidó la tarea personal cortesía de Raphael, al revivir y afilar la vieja estrategia de confrontaciónpara blindarse de cualquier crítica—por más fundamentada que esta sea—contraria a la visión transformadora con la que ha de rescatar al país de la corrupción. Como lo hizo durante la campaña, AMLO se presenta como el único salvador que puede rescatar al país de la corrupción. La forma en que ha decidido ejecutar esta batalla—unilateralmente, totalmente descalificadora de las propuestas de administraciones pasadas, y lo que es peor, rebasando las facultades que la propia Constitución le atribuye—no solamente aumenta la polarización ya de por sí afincada en una población cansada y desesperanzada. Atenta directamente contra un incipiente sistema democrático cuyos mecanismos y contrapesos justamente favorecieron el ascenso de AMLO al poder.

Se trate de fuerzas políticas de oposición, consultores, calificadoras, organismos internacionales, prensa, organizaciones de la sociedad civil y la propia población, AMLO se ha encargado de difuminar los matices entre unos y otros agrupando a quien se atreva a cuestionar a la Cuarta Transformación en ese grupo vil y cruel que es la “mafia del poder”; para AMLO son todos “fifís”—élites que solo velan por sus intereses y privilegios. “El experto que discrepa deja de ser en ese instante experto”, escribe Jesús Silva-Herzog para el Reforma, periódico acusado por el propio presidente de contribuir a la guerra sucia mediática en su contra, de ser “prensa fifí”.

De igual manera, a casi seis meses de gobierno, AMLO no solamente ha afinado su estilo personal de confrontación, sino que ha alineado toda comunicación oficial—vía las conferencias mañaneras, o comunicados, planes, reportes y las propias redes sociales—para sustentar la descalificación y alimentar la polarización social. Basta hojear el Plan Nacional de Desarrollo para entender que las reglas del juego se han reescrito a partir de una sola figura, un plan en donde la palabra “neoliberal” con clara intención de desprestigio de modelos anteriores aparece con mayor frecuencia que la palabra “democracia”.

Previo a su juramentación el primero de diciembre del 2018, AMLO anunció la realización de una consulta pública—a modo, incumpliendo los mandatos establecidos en la Ley Federal de Consulta Popular—para decidir el futuro del Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (NAICM), “monumento a la corrupción” que AMLO prometió cancelar durante su campaña. Ante las protestas sobre los efectos adversos a la cancelación del aeropuerto y de la ilegalidad de la consulta, tanto de expertos y periodistas, así como de una pequeña pero presente movilización ciudadana, AMLO no solamente no reconsideró su postura, sino que anunció una nueva “multiconsulta” sobre otras grandes promesas de campaña—el Tren Maya, la Refinería de Dos Bocas, el Tren del Istmo y diez programas sociales—.Y esto fue solo una probada de lo que vendría después.

Todo aquel que se opuso a la “consulta a modo” fue tachado de fifí y de retrógrado. Incluso cuando su propio secretario de Comunicaciones y Transportes, Javier Jiménez Espriú, declaró en conferencia que no se habían encontrado indicios de corrupción en el proyecto del nuevo aeropuerto, AMLO inmediatamente le desmintió en público, afirmando que la población fue “engañada por la administración pasada” con un proyecto que nunca iba a funcionar.

Lo mismo sucede cada vez que un periodista o una calificadora discrepa de la visión transformadora de Andrés Manuel, o de los datos que dice poseer. Cuando en octubre de 2018, Fitch bajó la calificación de bonos de Petróleos Mexicanos (Pemex)—la empresa estatal de petróleo y una de las marcas mas valiosas en América Latina—AMLO inmediatamente la acusó de hipócrita y de guardar silencio cómplice con la administración pasada. Lo mismo ocurrió cuando Moody’s advirtió sobre la limitada capacidad de Pemex para construir la refinería Dos Bocas, otra promesa de campaña. AMLO respondió de inmediato que su gobierno terminaría la refinería de Dos Bocas en tres años, con un costo inferior a los 10.000-12.000 millones de dólares proyectados por Moody’s. Tampoco perdió la oportunidad de pronunciarse contra gobiernos anteriores. «“A ver quién tiene la razón y a mí me importa tomar estos desafíos porque permiten demostrar con hechos lo ineficiente, además de corruptos que eran los tecnócratas que mal gobernaron México en 36 años”», dijo AMLO cuando se le preguntó sobre la evaluación de Moody’s.

Otro caso. Tras el agitado encuentro durante una de las conferencias mañaneras con Jorge Ramos—periodista de Univisión que se ha caracterizado por cuestionar de igual forma a Donald Trump, Nicolás Maduro, o los propios antecesores de AMLO—López Obrador envió un mensaje contundente a la prensa, advirtiendo que si se pasaban de la línea “ya saben lo que sucede” —. En uno de los países más peligrosos para ejercer el periodismo—pieza fundamental de una democracia—una advertencia en ese tenor no es menor. México ostenta el récord en número de periodistas muertos durante 2017 y 2018. Al 2019, la cifra llega a los ocho periodistas muertos, tendencia que de continuar apunta a que México lamentablemente rebase su propio récord.

Lo peor de todo es que la confrontación diaria de López Obrador se amplifica en la propia sociedad, una sociedad en este momento a la expectativa, sensible y cuya confianza en la democracia pende de un hilo.

A la exitosa campaña de AMLO le sobreviven sus fieles seguidores, los #AMLOvers, aprobando sin filtro cualquier decisión, acción y reacción proveniente del presidente. El problema no es ese, al contrario, para avanzar cualquier proyecto de nación se requiere la validación popular, mas si de fortalecer una democracia se trata. Y los números lo comprueban, al día de hoy el nivel de aprobación de la gestión presidencial se ubica en 61,3%, un nivel de popularidad solo comparable con los primeros meses de gobierno de Vicente Fox cuando se logró desterrar al PRI del poder.

El problema es que dicha base, así como el presidente, no da cabida a la objeción. Amparada en los posicionamientos de AMLO—y los documentos oficiales, las mañaneras, el sinfín de herramientas a su alcance—inmediatamente descalifica, señala y arremete contra una visión alternativa al gran proyecto de nación. Si lo dice el presidente, debe ser verdad, no hay más, no hay menos. O estás dentro o estás fuera, eres pro AMLO o anti AMLO, eres “chairo”—un término asociado con los leales seguidores de AMLO—o eres “fifí”, ambos términos detestables que no hacen más que acrecentar la brecha entre unos y otros, cuando a todos interesa aniquilar la corrupción y sacar a flote el país.

El escenario más evidente de tal polarización son las redes sociales. Es de celebrarse que las redes sociales—las “benditas redes sociales” como las llama AMLO—sirvan hoy en día como una herramienta más del ejercicio democrático, un medio de manifestación disponible para todos por igual. Pero también han servido para lograr el efecto contrario, como cámara de eco con millones de portavoces desacreditando a la “oposición fifí”, y ultimadamente inclinando la balanza del poder a favor de AMLO sin considerar siquiera una propuesta distinta de acción, incluso si esta proviene de las fuerzasque justamente en el pasado le dieron voz a quienes hoy se ostentan en el poder.

Más allá de que AMLO ejecute o no la tarea de gobernar con reconciliación, con el presidente en el epicentro de la estrategia nacional para salvar al país de la corrupción, a medida en que la polarización y la confrontación se normalice y aumente la división entre el poder en turno y “todos los demás”, quien pierde es la joven democracia mexiacana.


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