Es difícil encontrar una época en paralelo dialécticamente semejante a la nuestra. De atenernos a la pandemia del covid-19, la Edad Media o las pestes del siglo XVII. Si nos atenemos a la catástrofe económica, hallaremos una semejanza con la crisis de 1929, pero con causas muy distintas: entonces fue la crisis de oferta y demanda y el sobre abuso especulativo en las grandes Bolsas (tal como señala en su magnífico libro El Crash del 29 Johan Kenneth Galbraith), ahora la hecatombe de las estructuras de producción y la recesión del consumo. Si aducimos una mirada bíblica, hallaremos puntos de coincidencia en el Apocalipsis de San Juan. En el supuesto de analizar la etiología de los males presentes, nos daremos con un cáncer de feroces consecuencias imbricado en el nexo básico del sistema político. Nuestras democracias se descomponen de la mano de la marginación y la instrumentalización de la mentira, como arma de persuasión y componenda táctica. La desinformación y el engaño son simples derivadas de la conculcación de la verdad.

Llegados a este extremo, la tempestad perfecta -esa «madre de todas las batallas»- se cierne sobre nosotros. La peor mácula es la ceguera de los dirigentes políticos, esa pléyade de ignorantes sin contenido, incapaces de sortear las amenazas que los nubarrones escasos nos preludian. «Si todos aceptan la mentira impuesta por el partido, si todos los archivos cuentan la misma mentira, la mentira pasa a ser la historia y se convierte en verdad. Quien controla el pasado controla el futuro (George Orwell, en 1984). Estamos ante la ingente mentira como establecimiento de la Nueva Verdad o Nuevo Orden Internacional.

Confieso no haber conocido en España, desde que tengo uso de razón, una mayor instrumentación de la mentira como útil político. Si Nicolás Maquiavelo definió ese útil como la base de la eficiencia política, Napoleón -que no en vano anotó las páginas de la cumbre El Príncipe– exprimió sus posibilidades opcionales en la demencia de su afán redentor de Europa. Lenin adujo sin rubor el abuso multiplicativo de la no-verdad, cuando echaba mano revolucionaria de esa perturbadora maldad. El zénit de esta monstruosa desconstrucción de la verdad lo establecería Goebbels en el más canalla de los ensayos, el nazismo, y que nadie se lleve a engaño, dado que los padres genéticos del nazismo fueron el nacionalismo y el socialismo, tal como sus profetas lo proyectaron al mundo despavorido de la década de los treinta y cuarenta del siglo XX. Una mentira mil veces repetida -decía Goebbels- se convierte en verdad.

¿Nadie percibe la fragancia de estas flores del mal en la prodigalidad manipuladora de los populismos occidentales? ¿Nadie se apercibe que tales instrumentos surgen paralelamente a la quiebra de nuestro sistema de valores, a la desintegración, a la destrucción de las arquitecturas económicas, al desmoronamiento de las clases medias, y la inexorable demolición del Estado de Bienestar? ¿Alguien se atrevería a garantizar en sus falseados discursos la herencia de bienestar de las actuales generaciones de millennials, en tanto la inminencia de la hecatombe frustra y coarta a estas juventudes que contemplan el desplazamiento de la obra -y la herencia- de sus padres? Probablemente el populismo absurdo de las izquierdas ideológicamente perversas nos acompañe hacia el nuevo imperio de la tabula rasa. Una mesa arrasada, por cuyas migajas se pelearán los necios que no han sabido poner a tiempo el freno de esta irreparable decadencia.

China muestra el camino: la fusión contra natura del comunismo y el capitalismo de Estado. Pura antinomia, que los perversos dictadores asiáticos están instalando en un nuevo concepto de colonización de los continentes (Asia, Suramérica, África…). No se trata de demenciales ensoñaciones mías en una noche de borrachera, sino de una contundente aseveración del exjefe de los servicios secretos alemanes, Gerhard Schindler, quien acaba de advertir que Pekín está al borde de la «dominación mundial de manera muy inteligente». La reciente pandemia es otra evidencia más.

¿Qué cabe esperar de un Occidente descerebrado en manos perversas de los globalistas, de los ensoñadores eternos del «gobierno mundial», de los apóstoles de la burda filosofía de género, del desarme de los grandes principios morales, de la muerte de la ética? A la vista de cuanto acontece en Washington, si Dios no lo remedia, hemos de estar preparados para el funeral de este nuestro mundo. La batalla poselectoral entre Trump y Biden es el paradigma de este nuevo mundo en confrontación.

Manuel Millán Mestre


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