Zelenski se dirige a la multitud en Vilna durante la cumbre de la OTAN / Foto AFP

Concluida la Cumbre OTAN en Vilna, el sentido profundo de “lo que está pasando” hay que buscarlo, también -si no principalmente-, fuera de las tribunas oficiales y los comunicados, lejos de los despachos donde se sopesaba -con balanza de orfebre- cada palabra de la declaración final. Mientras se enfrentan Estados Unidos y China, estamos acostumbrados a ver una Europa indecisa, cuando no pasiva. Por ello trasciende el empeño en ser actor sin ambages de la partida global que emerge en el Viejo Continente. Más exactamente, el empeño y el ímpetu que bullen en el Este.

Esa misión de alerta por nuestra seguridad, por salir de lo que juzgan un irresponsable letargo, inspira la transformación espectacular de Finlandia, nación de acendrada tradición de neutralidad y pacifismo (acuñó el término finlandización). Con la agresión de Putin, aumenta extraordinariamente su inversión en defensa, e ingresa en OTAN (el apoyo de los ciudadanos fineses saltó del 24% a favor en octubre 2021, al 84% un año más tarde). Sauli Niinistö -su presidente- explicaba la toma de conciencia comparando la seguridad al aire que respiramos.

La fuerza que brota en estos países ribereños del imperio putiniano encarnó de forma singular en el potente verbo de Volodimir Zelenski, a quien consideran líder del mundo libre. En la brillante tarde del martes, una ciudad inerte por las restricciones de circulación impuestas, se trasmutó en tejido vibrante. Una riada humana que tapizaba la perspectiva de banderas azul/amarillas acudió a escucharle. Exudaba determinación.

«Hoy ondea en Vilna un estandarte de batalla de Bajmut” (izado al concluir el acto junto con Gitanas Nausėdae -el presidente anfitrión- mientras un barítono entonaba el himno nacional ucraniano), dijo allí Zelenski. “Y significa que los lituanos nunca más tendrán que encararse a los soldados rusos […], que nunca más habrá deportaciones de los países bálticos a Siberia. […] Nunca más habrá tanques en Praga ni “guerras de invierno” contra la libertad de Finlandia. No habrá más ocupaciones en Europa».

La lucha contra el agresor ruso se percibe existencial entre moldavos, finlandeses, checos o polacos; entre todos -incluída una mayoría de húngaros, descontado Orban-. Les interpela directamente, como individuos y como ciudadanos. Se palpa, a la vez, una experiencia histórica, política y hasta metafísica: la voluntad llevada a acción de no estar dispuestos a desaparecer; la que alienta el mencionado himno nacional proclamado en 1991, con la independencia -“Ucrania aún no está muerta”-. Estribillo musitado en los horrores del Estalinismo por los supervivientes del Holodomor; hoy, como desafío, para espantar el miedo cuando impacta un misil el edificio vecino.

Pero empecemos, lector, por el principio. Por la esperada y simbólica cita y su desarrollo. Esperada, por el contexto actual geopolítico, que ha insuflado nueva vida en una organización cuya relevancia se cuestionaba antes de la invasión perpetrada a sangre y fuego por Putin en febrero del pasado año. Simbólica, por su ubicación: a 30 kilómetros de la frontera con Bielorrusia al este, y a 150 del enclave ruso de Kaliningrado al oeste, Vilna representa, para los millones de habitantes de la inmensa geografía que han vivido o viven bajo la sombra del Kremlin, la insidiosa, la persistente amenaza rusa.

En el capítulo de hitos del encuentro, los Aliados adoptaron lo que el Secretario General Stoltenberg denominó “los planes de defensa más comprensivos desde la terminación de la Guerra Fría” -unas 4.000 páginas clasificadas-, además de un nuevo proyecto industrial que acelera las adquisiciones conjuntas, aumenta la capacidad de producción y mejora la interoperabilidad entre los miembros. En similar línea, es de señalar el aumento del gasto militar canadiense y europeo medio, el más significativo en décadas, frente al objetivo del del 2% de PIB, que se considera como el mínimo y 11 de 31 han rebasado este año.

Los logros abarcan, asimismo, los Programas de Asociación Personalizados firmados por la OTAN con Seúl y Tokio estos días (los de Nueva Zelanda y Australia siguen pendientes). La asistencia y colaboración de este grupo es corolario del alcance planetario de la contienda de principios y valores que se libra en las trincheras de las tierras mártires. Esos socios ya exhibieron en el G7 su entendimiento de la responsabilidad. Por otra parte, en pocos años, la navegabilidad del Ártico unirá físicamente los teatros de operaciones atlántico y pacífico. Por todo ello, la oposición cerril de Francia a la apertura de una oficina de enlace en Tokio ha de interpretarse en clave de apaciguamiento macronita con respecto a China.

Sin sorpresas, el presidente Erdogan dio un paso hacia levantar su veto a la adhesión de Suecia, acordando presentar el protocolo correspondiente al parlamento turco “lo antes posible” (que le da margen a seguir procrastinando). Lo notable fue la escaramuza previa: exigir a cambio del “sí” la membresía en la UE, que forzó a la Comisión Europea a poner las cosas claras (que el acceso a la UE y a la OTAN son procesos “separados”). En último término, el cambalache quedó en el desbloqueo de la venta de los F-16 americanos y una vaga promesa sueca de apoyar las ambiciones comunitarias de Ankara.

En el ámbito más polémico y de mayor atención mediática -la cuestión Kiev– cuajaron avances técnicos importantes: un programa para “facilitar la transición de las fuerzas armadas ucranianas desde la época soviética hasta los estándares de la OTAN y ayudar a reconstruir el sector de la seguridad y defensa ucraniano”; la creación del Consejo OTAN-Ucrania, que se reunió acto seguido; y la superación por el gobierno Zelenski de la fase del catecúmeno “plan de acción”. Destaca, finalmente, el marco de seguridad a largo plazo producido por el G7 durante la Cumbre, que prevé ayudas técnicas y financieras para la defensa y la estabilidad económica ucranianas.

Independientemente de los progresos constatables, era de esperar que no se concretase la ansiada entrada de Ucrania, como glosa la excelente crónica de P. R. Suanzes del miércoles en este diario -“La OTAN decepciona a Zelenski”-. Menos previsible, sin embargo, es la fórmula pactada: “Estaremos en condiciones de extender una invitación (…) cuando los Aliados estén de acuerdo y se cumplan las condiciones”. Es decir, estaremos en condiciones cuando se den las condiciones de voluntad y valoración (asunto propio, igualmente). Puro pleonasmo por lo tanto, a lo Juan Palomo: yo me lo guiso y yo me lo como. Pero es lo que hay; es la OTAN.

Más allá de la decepción, que se mascaba en el ambiente de las carpas y laberínticos corredores, la Alianza Atlántica sale de Vilna en contorsión imposible entre «Ucrania dentro» y la temida intemperie, con el respaldo de Kiev centrado en la relación bilateral de cada uno (más el G7) y la consiguiente merma de coordinación (que evitaría un planteamiento OTAN). Además, corremos el riesgo de que este lenguaje tautológico sea interpretado en Moscú (y Pekín) como exhorto para la guerra de atrición por denotar falta de unidad en el posicionamiento ante Putin y la valoración del órdago nuclear kremliniano.

Frente a las dudas y la ambivalencia de Estados Unidos y la UE clásica -empezando por Alemania-, la posición de los socios del Este, los que más conocen a Moscú, los que predijeron lo que iba a pasar, es inapelable. Durante la conferencia, Garry Kasparov -que el mundo conoció como Gran Maestro de ajedrez, y hoy se erige en contundente opositor a Putin-, sacudió las sensibilidades amodorradas, remachando que Ucrania tiene que ganar esta guerra. Cuanto antes mejor, porque mayores serán las posibilidades de que Rusia no se derrumbe por completo. Tenemos que asegurar -decía- que la transformación rusa -de imperio a confederación/república parlamentaria- sea pacífica; que, cuando colapse el régimen (situación que ve a corto/medio plazo) y los rusos tengan que fijar su mirada en el Este (con sus dilatados contenciosos territoriales con China) o el Oeste, tengan clara la elección. Y apuesten por Europa.

En la conversación corriente de Vilna, únicamente emergía el Sur como “Sur-Este”, es decir Mar Negro, es decir Rusia. En esta coyuntura geopolítica es imperativo preguntarnos por España. Sobre todo en vísperas de un cambio de gobierno. Pues bien, la realidad del Mediterráneo en el ángulo muerto -también- de la OTAN, la completa un dato: en 2022, el gasto español en defensa raspó el 1,01% del PIB. Sólo Luxemburgo, e Islandia que no cuenta con Fuerzas Armadas, están por debajo en presupuesto militar, según esta medida. No tenemos conciencia del peligro que tan lacerantemente viven en el Este. No tenemos historia con Rusia; es más, hay entre nosotros quienes albergan una imagen irreal de las actuaciones putinianas.

Es hora de que entendamos la metáfora finesa que hilvana esta reflexión: la seguridad es como el aire; se da por supuesta, hasta sentir el aliento del dragón que amenaza arrebatarla. Porque no hay vida sin aire. Y no hay vida sin seguridad.

Artículo publicado en el diario El Mundo de España


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