Comer es en principio, la satisfacción de una necesidad esencial para la vida. Verdad de Perogrullo, la comida mata el hambre, pero al mismo tiempo hay algo salvaje en el acto de comer. Al comer terminamos de matar un animal o una planta y lo asimilamos a nuestro organismo. Con la evolución esa mera satisfacción se sofistica. La comida ya no es esa pieza en bruto que fue cazada o cultivada sino que ha sido tratada, antes de ser subsumida en  nuestro cuerpo ha recibido preparación, cariño, formas estas que reflejan la cultura del lugar. Aun así persiste el hecho fundamental, esencial: la comida tiene esa ambivalencia trágica, da vida pero tiene más o menos sosegado, un dejo de muerte, más agudo en las proteínas animales, más atenuado en los vegetales. El paso definitivo de este tránsito del mero alimento al plato es una herramienta casi literaria: el menú. El menú tiene un carácter epistolar, anuncia, promete, si está bien escrito sugiere y es la cristalización del acto cultural, el viaje definitivo de la necesidad al placer en la mesa. La globalización ha exacerbado esta tendencia. Hace unas décadas, conseguir un producto de otras tierras era caro y llevaba tiempo y esfuerzo (Colón y Marco Polo dan fe de ello). Hoy los productos son perfectamente accesibles, lo cual ha hecho de las cocinas globales rarezas perfectamente accesibles. Basta ver cómo han proliferado por el cable o el “streaming” los programas gastronómicos. También ha elevado a otra categoría el papel del chef. Lejos está la figura del artesano, al menos mediáticamente. El chef es una estrella y el artesano honesto ha sido en muchos casos reemplazado por el marketing de una persona. El chef es un artista, un ser generalmente caprichoso, pagado de sí mismo cabalgando entre el esnobismo y la tontería. Hay excepciones por suerte, pero esas excepciones no son apetitosas para el cine, que en general prefiere los personajes extremos, porque apelan a la dialéctica del principio. Otro personaje se agrega a la galería, el gourmet y su versión mediática, el crítico gastronómico, cuyas caricaturas también abundan en la sala oscura.

El cine ha dado títulos memorables sobre la comida. En sus extremos El festín de Babette (de Gabriel Axel, 1987) era una versión de un cuento de Karen Blixen y se codeaba con el aspecto más sublime de la cocina. En el otro lado del espectro está la recordada Gran comilona de Marco Ferreri de 1973 que llevaba el acto de comer a extremos letales. El menú, podría decirse que comienza en una para transitar velozmente a la otra. Conviene no revelar su desenlace, pero su trama es simple y poco original. Un grupo de amantes de la cocina, con crítica y editor gastronómicos incluidos son invitados a una noche de gula. En el centro de ese espectáculo está por supuesto el chef, un impecable Ralph Fiennes y su corte, una maitre D’ autoritaria y un selecto grupo de cocineros acostumbrados a una disciplina militar. El menú del título es, en esencia, una partitura que progresa pautando los estados de alma del chef cada vez con más intensidad rozando lo grotesco hasta llegar a límites policiales y existenciales. De alguna manera es el encuentro del grupo humano vulnerable en una isla desconocida en manos de un villano, con una ironía fatal. La isla, en principio no luce desconocida para los invitados que creen haberlo probado todo, ni el menú, es previsible como tal, ni sus ingredientes transitan por lo mórbido. El juego está en los preámbulos y en la preparación del menú. A través de él, el libreto juega con los personajes y sus reacciones frente a lo insólito, desde el gourmet joven que está dispuesto a probarlo todo, los ricachones insufribles, el actor en decadencia resignado a presentar shows gastronómicos o la pedantería de la crítica gastronómica a quien su editor perdona todo. Es una comedia de horror negro impecable, envuelta en los tonos oscuros de una fotografía que presagia el drama que se va desenvolviendo a menudo que los platos se van presentando. Un filme original, que vale la pena disfrutar antes de una buena cena.

El menú (The Menu). EE UU. 2022. Director Mark Mylod. Con Ralph Fiennes, Anya Taylor-Joy, Nicholas Hoult y John Leguizamo


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