El próximo domingo 10 de mayo se cumplirán 80 años de la invasión a Holanda, Bélgica, Luxemburgo y Francia por parte del Tercer Reich. Es el hecho más importante del principio de la Segunda Guerra Mundial porque marcó de manera determinante el resto de esta contienda y con ella nuestra historia presente. Por esta razón considero que no se le puede dedicar un solo artículo, por lo que espero ofrecer en las próximas entregas las diversas perspectivas sobre el acontecimiento. En los primeros trataré las memorias, diarios y análisis de los actores alemanes; después los relativos a los franceses y británicos principalmente y por último su estudio historiográfico. En cada uno de estos ensayos siempre estará presente –como lo hemos estado haciendo en la serie sobre el 80 aniversario que venimos escribiendo desde el primero de septiembre pasado– la relación del relato histórico con el cinematográfico.

Francia era la primera potencia en lo militar de la Primera Guerra Mundial y para la década de los treinta lo seguía siendo, por lo menos en lo que a ejércitos de tierra (infantería y blindados) se refiere. Es por ello que su derrota fue algo que ni los mismos alemanes se creían. Por no hablar del impacto que generó en el resto de las potencias y como símbolo de la democracia y los derechos humanos. Nacía el gran mito de un Hitler invencible, genio militar al estilo Napoleón con su famosa Blitzkrieg, tanto a lo interno como a lo externo. Si la oposición alemana al dictador tenía algún plan de derrocarlo (atentado u otro medio), ahora se hacía casi imposible; y si los generales consideraban intentar convencerlo de mantener cierta cordura y precaución en sus futuros planes de conquista, ya no serían escuchados.

El resto de Europa no dominada por Alemania se lo pensaría dos veces antes de rechazar su influencia. Es por ello que van a proliferar los países neutrales pero que abastecen de recursos a la Wermacht (ejército alemán), por no hablar de permitir su presencia “protectora”. En Estados Unidos el aislacionismo tenía nuevos argumentos a su favor, aunque gracias a Dios no fueron escuchados por el gobierno de Franklin Delano Roosevelt, gobierno que le echaría una mano en recursos al único que resistía: el Reino Unido liderado por Winston Churchill. Resistencia que Hitler pensó que podría ser doblegada y llevada a la mesa de negociación que le dejara manos libres en Europa, y de no lograrlo invadiría Gran Bretaña o la aislaría. En todo caso haría del continente una fortaleza, y cualquiera que tuviera en mente una invasión se lo pensaría dos veces.

El mito de la Blitzkrieg fue tan grande que animaría a Hitler a llevar a cabo su plan de conquista de la zona europea dominada por la Unión Soviética. Pensó que podría hacer lo mismo que hizo, cambiando lo cambiable, en Francia. Es decir, dominar la zona industrial (y en el caso de la URSS: la zona agrícola de Ucrania también) y dejar el resto del país (Siberia) en manos de un gobierno títere o colaboracionista, como lo fue la Francia de Vichy. Al tener Europa en sus manos gracias a la derrota de Francia, tenía todos los recursos industriales, de materia prima y de fuerza laboral esclava, por no hablar de soldados que se unirían a “su causa”; podía de esa forma llevar a cabo la colosal empresa de llegar hasta los Urales.

¿Cómo logró la victoria en la batalla (o campaña dependiendo de cómo deseo definirla) que comenzó el 10 de mayo de 1940? ¿Cómo la Alemania de Hitler venció a la mayor potencia terrestre de Europa, que además tenía el apoyo militar de Holanda, Bélgica y el más grande imperio del momento al cual estaba ligado la primera Armada del planeta: el Imperio Británico? Eso lo explicaremos el próximo miércoles 13 de mayo, que es el día que se cumplen 80 años de lo que se puede llamar la jugada maestra de Hitler y su Wermacht. Una apuesta militar que le salió cómo habían planeado, mientras los Aliados seguían pensando en las lecciones de la Primera Guerra Mundial.

 


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