En nuestras entregas sobre el 80 aniversario de la Segunda Guerra Mundial ahora queremos atender un largo período que representa una vergüenza para la memoria colectiva: los 8 meses (3 de septiembre hasta el 10 de mayo) en que las potencias occidentales (en especial Francia y el Reino Unido) hicieron muy poco, por no decir nada, en contra de las agresiones del Tercer Reich. Pero al ser científicos sociales debemos seguir el principio que nos enseñó precisamente un historiador que fue testigo y protagonista de esos tiempos: Marc Bloch (1886-1944), quien afirmó: “La historia es para comprender, no para juzgar”. Por lo que el objetivo entonces es responder las preguntas: ¿Por qué nunca atacaron a Alemania cuando esta dedicaba todas sus fuerzas a invadir Polonia en septiembre de 1939? ¿Por qué esperaron a ser invadidos o agredidos? ¿Por qué esperaron que se reorganizara y planeara con detalles su ataque? No es solo que no atacaron sino que creían en un despertar de la sensatez por parte de Adolfo Hitler (1889-1945). Este recapacitaría o sería derrocado. Solo el inicio de la larga Batalla del Atlántico liderada por el Reino Unido fue la mayor acción, pero a ella dedicaremos la segunda entrega de este tema poco tratado.

Alguno podría señalar que no fue cierto que no hicieran nada porque en esta etapa murieron aproximadamente 3.000 franceses (mayoritariamente en la Ofensiva del Sarre entre septiembre y octubre de 1940) por no hablar de las víctimas de los Aliados en el mar (más de 1.000 británicos principalmente). Y ni se diga de toda la política llevada a cabo por ambos países para debilitar económicamente a la Alemania de Hitler: presiones a la Unión Soviética y a Rumania para que dejaran de proveerle petróleo, y un plan de invasión a Noruega para que bloqueara el abastecimiento por su puerto de Narvik del hierro proveniente de las minas suecas. Todas estas acciones, salvo las marítimas; fueron lentas, tardías y nada perseverantes; para finalmente terminar en fracaso. Es evidente que juzgamos porque ya conocemos todos los hechos, porque cualquiera que mirara los acontecimientos desde esos ocho meses sin duda no poseía la capacidad para conocer la magnitud del desastre que venía. Y toda política de decidida reacción era visto como la causa de la guerra que se quería evitar; e incluso no permitiría que los generales que no apoyaban a Hitler y el pueblo que supuestamente veía la guerra como una locura, se levantaran y derrocaran al Führer.

La historiografía ha tendido a enfatizar la existencia de una mentalidad que temía (y con razón) la repetición de las grandes masacres de la Gran Guerra (1914-1918) por un lado y por el otro el anquilosamiento de las tácticas militares Aliadas (en especial francesas). Las trincheras hicieron que sus ideas de la guerra estuvieran dominadas por la defensa, de allí la construcción en Francia desde 1922 de la Línea Maginot: gran sistema de muros, barreras antitanques, alambrados, cañones y cuarteles subterráneos que iban desde la frontera con Suiza hasta Luxemburgo. Los generales que dirigían el ejército francés habían sido protagonistas de la Primera Guerra Mundial y valoraban más lo estático y el perfeccionamiento de las “trincheras” modernas. A diferencia del ejército alemán que había asumido las más novedosas teorías centradas en la ofensiva y la movilidad, lo que se conocería después como Blitzkrieg. Desde esta perspectiva (la de la defensa y lo estático) lo único que queda es esperar el ataque del enemigo, y más si se cree que “los muros” creados son indestructibles.

La Drôle de guerre” (guerra rara, o de broma o falsa) fue bautizada así por el periodista francés: Roland Dorgelés (1885-1973) en un temprano reportaje (octubre de 1939) que realizó sobre la Línea Maginot. Le parecía rara la calma que dominaba el frente estando supuestamente en guerra. Sus palabras: “La preocupación esencial del alto mando parecía consistir en no provocar al enemigo” y al hablar de los soldados señala que ninguno se tomaba en serio la guerra. Una vez se le preguntó a uno: “¿Por qué no le dispara al enemigo que tiene al otro lado?” y la respuesta fue sencilla: “¿Por qué? ¡No me ha disparado ni me ha hecho nada!”. Pero sí hubo disparos y cañonazos, aunque con pocas consecuencias reales salvo las tristes víctimas de siempre. La historiografía asumió el nombre y ha tendido a generalizar esta actitud a los 7 meses, si quitamos el de abril cuando decidieron llevar a cabo a finales de marzo (el 28) el minado de las aguas noruegas y por ello la interrupción del transporte de hierro sueco a Alemania. De manera que la reacción alemana no demoraría mucho y el Frente Occidental se activaría con la Invasión a Dinamarca y Noruega, del cual hablaremos dentro de dos semanas Dios mediante.


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