Una generación de cineastas venezolanos se perdió la oportunidad de rodar películas en su país. Según estimaciones de los gremios, el apagón le propinó una estocada mortal a la ya menguada industria de producción local, haciendo inviable y cuesta arriba la generación de contenidos en formato de cortos, series y largometrajes.

En tales condiciones, los emprendedores del ramo no quieren invertir en la creación de una cinta como las de antes. Aun así, directores como Édgar Rocca asumen el riesgo de estrenar piezas independientes como Infieles, cuyo presupuesto de 25.000 dólares no se logra amortiguar con la taquilla vernácula.

El boleto de por sí es el más barato de la región y no cubre los costos reales del sector. Aunado con ello, los autores carecen de protección ante las arbitrarias sentencias de censura emanadas por la legislación del Estado paria. El CNAC tampoco ofrece garantías para trabajar con total libertad de expresión.

Las caídas de luz a principios de año provocaron la estampida de los promotores de videoclips, quienes optaron por trasladarse al Caribe, a Medellín y Centroamérica.

El trap, con todo y su polémica, sirvió de estímulo para el desarrollo de una escena emergente con alto impacto global en cantidad de visualizaciones por Youtube. La fiesta terminó desde la normalización chavista de “los eventos eléctricos” hasta el fiasco organizativo del concierto de Neutro Shorty, a causa del cual fallecieron tres menores de edad. Las víctimas del suceso todavía esperan por justicia en la patria de la impunidad.

La fragilidad del Internet impide mantener una relación profesional con cualquier cliente extranjero. Una estrella de reguetón, ubicada en Miami, debe cumplir con unas pautas de lanzamiento definidas por su disquera. Al retrasarse las entregas, por la lentitud de la banda ancha, pues cancelan el contrato y buscan un mejor contexto, un territorio seguro. El verso del emprendimiento suena bonito en el papel y en la voz de los influencers de moda. Pero no cambia la realidad del mercado autóctono, condenado a una situación de emergencia, de precariedad, de control asfixiante.

Puedo pasar horas relatando historias de colegas desempleados, de compañías otrora pujantes al borde de la quiebra, de técnicos obligados a humillarse por un salario de hambre, de carreras frustradas, de críticos sin futuro a la vista, de amigos en proceso de salir por la frontera o cambiar de profesión. La culpa es de Maduro y su administración fallida. No les quepa la menor duda.

Por eso bajó la frecuencia de proyecciones criollas y el rating de las audiencias en las salas, para disfrutar de un filme hecho en casa.

Por lo pronto, el mes de diciembre va cerrando con la llegada de Humanspersons y Jazmines en Lídice, dos obras afectadas directamente por la diáspora. Sus creadores residen fuera de Venezuela, apostando legítimamente a encontrar mejores oportunidades. Entre ambos proyectos sumamos nombres como los de Frank Spano, Luis Fernández, Mimí Lazo, Karin Valecillos, Rubén Sierra y un etcétera de existencias trastocadas por los malos tiempos de nuestro entorno.

A pesar de los obstáculos, es buena noticia reportar el empeño de distribuir y exhibir películas nacionales, asumiendo el riesgo del inevitable daño comercial.

Podemos disentir o no de los resultados. Particularmente no soy fanático del trabajo de Frank Spano en ficción, al verlo tieso, rígido, forzado y dramáticamente impostado. Prefiero el tono funerario, femenino, despojado, teatral y poético de Jazmines en Lídice, exceptuando algunos clichés del realismo social para complacer a los festivales.

Como sea, celebremos y reivindiquemos el gesto heroico de resistir, sustituyendo las palabras por acciones concretas.

Prediquemos con el ejemplo.


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