I Las crisis económicas de América Latina han sacudido, alterado y (des)equilibrado a sus poblaciones, indígenas, rurales y urbanas en sus contextos económicos y sociales

El siglo XXI no ha traído consigo expectativas favorables de crecimiento y desarrollo para la mayoría de la población de América Latina – incluyendo el Caribe, que es parte de ella, y obviamos su nomenclatura geopolítica por separada  – la cual ha visto el cómo se han incrementado sus crisis económicas, con efectos inmediatos sobre el incremento de la pobreza, el hambre, la miseria, la decadencia en los servicios públicos, así como otros impactos directos sobre los derechos humanos en un plano derivado de la emigración, como la trata, la prostitución, y por supuesto, el incremento de las desigualdades sociales.

El concepto geopolítico de América Latina, una región altamente rica en recursos naturales, minerales y con una belleza geográfica excepcional, debería haberse convertido en un escenario de estabilidad política, económica y social en sus distintas regiones desde México, pasando por América Central, hasta la Patagonia; pero lo que se ha visto en los últimos años son constantes rupturas de gobiernos con permanentes presidentes destituidos –caso Perú, a pesar de su relativa estabilidad económica–, otros cuyas crisis de inmensas desproporciones sociales, incluso han desembocado en magnicidios –  Haití – y otros, que a pesar de tener ingentes recursos petroleros y minerales como Venezuela, sus interminables conflictos políticos han derivado en una terrible crisis económica que ha motorizado la emigración de la región con más de 7,1 millones de venezolanos –y en ascenso- dispersos en otras naciones del continente, socavando en tales procesos y  determinados aspectos, los derechos humanos intra y extra regionales de los procesos sociales y culturales en sus idiosincrasias e identidades.

De hecho, mucho se habla de los desequilibrios y complejidades políticas y sociales que generan los emigrantes como efectos de salir de sus países en América Latina, fundamentalmente por sus crisis económicas, sobre todo por grupos que establecen acciones delictivas en esas naciones; y poco se menciona la estabilidad que parte de esa emigración ha generado en esas mismas naciones, en espacios como la salud, donde el personal asistencial de países como Venezuela  –médicos, enfermeras, bioanalistas, y otros– han sido muy valorados en tiempos de (pos)covid-19.

Las crisis económicas en América Latina con sus niveles de desigualdades en cada nación pero generalizada en casi todo el continente, también han tenido en sus espacios de migración niveles de importantes aportes para sus desarrollos de bienestar común, al incorporarse esa población en espacios económicos y sociales necesarios para el equilibrio de su desarrollo; y por ende, todo en un espacio multidimensional de identidad cultural, cuyas simbiosis de grupos migratorios con nacionales de cada nación receptora confluyen en campos que también coadyuvan en las soluciones económicas, dependiendo sus niveles de complejidades contemporáneas e históricas. En síntesis, las crisis económicas están en clara vinculación con las poblaciones migratorias en todos sus componentes políticos y sociales, razón por la cual, su voz no puede seguir siendo ignorada como estructura importante de millones de personas no dispersas sino agrupadas en la región.

II ¿Qué sería el Eje de Integración Migratoria Económica y Social de América Latina (Eimesal)?

¿Cuál es el número más aproximado de la emigración latinoamericana como efecto de las crisis económicas que han sacudido al continente en la última década? ¿Cómo ha sido la evolución migratoria en América Latina entre el siglo XX y XXI y sus aportes sobre las naciones receptoras? ¿Son las crisis migratorias una muestra profunda de las complejidades de las crisis económicas de los Estados?

Responder a estas y otras numerosas interrogantes que se generan en el plano de las crisis económicas, pareciera que no se han validado en su principal sustentación, y formas de seguir comprendiendo que en la medida que existan complejidades en las naciones de la región, para que los trabajadores puedan vivir de manera digna y satisfacer sus necesidades básicas de alimentación, salud, educación, vivienda, servicios, recreación, no ha sido en el contexto estrictamente científico de las ciencias sociales, y menos en el campo de la emigración.

Los organismos internacionales han sido las voces de los migrantes, a partir de las crisis económicas en el continente, pero ¿han sido suficientes los numerosos documentos que emiten la Organización de Naciones Unidas y sus componentes, o la Organización Internacional del Trabajo o la Organización de Estados Americanos? La respuesta pareciera que sigue latente en todas sus dimensiones sociales; siendo una de sus causas que estas si bien representan en sus estructuras componentes transdisciplinarios de estudio e investigación, también han sido abordadas por los propios Estados e instituciones en las cuales se generan las crisis económicas, y eso limita encontrar las auténticas causas y consecuencias en parte de la situación poblacional de América Latina.

Entonces, ha llegado el momento en que surja una propuesta para que los propios migrantes, no dispersos, sino agrupados como un todo, independientemente, cuál sea su actual país de residencia actual, sea éste latinoamericano, o en Estados Unidos, Canadá o Europa, sin ser intervenidos por los Estados – ajenas con intereses políticos – para que éstos conformen lo que sería la fundación del Eje de Integración Migratoria Económica y Social de América Latina (Eimesal) –nombre sugerido– donde sean ellos mismos quienes generen y desarrollen sus planes, proyectos y composiciones educativas, culturales y sociales, con un estado de bienestar económico para los países receptores, y también para sus naciones de origen –porque estos en su mayoría envían remesas a sus familias aún en tales naciones– y en donde se conozcan con propiedad los estados y formas en que contribuyen con sus acciones laborales o de emprendimientos económicos, a ser factores que ayuden al crecimiento y desarrollo de la región, serían un centro que desde sus vivencias pudieran cambiar una realidad que pareciera no encontrar cambios positivos por parte de los Estados, gobiernos y agrupaciones internacionales.

En este contexto, Eimesal no sería una institución creada al término de los intereses políticos, sino de sus protagonistas, y quien mejor que ellos para proceder con una ruptura política y burocrática que controla hasta lo que comen en los espacios de refugiados, o las formas el cómo son (mal)tratados por las leyes de los distintos países como si fueran basura humana, incluso espaciados en una situación de diatribas diplomáticas, sobre las cuáles, el tema de discusión llega a abandonar el sentido del ser humano, como principal eje de lo que para ellos como gobiernos se construyen como “derechos humanos”.

Ha sido larga la historia de migración de América Latina desde la colonización. Primero como receptores, fundamentalmente en tiempos de la II Guerra Mundial desde Europa, y posteriormente como producto de las crisis económicas, en un largo y extendido camino que no encuentra respuestas para detener no sólo esas migraciones sino tales desequilibrios de (de)construcción económica; razón por la cual, nos preguntamos: ¿Será acaso que si se lograra crear una institución multidimensional –no burocrática, sino participativa de sus integrantes– como Eimesal, sin intervenciones políticas, América Latina pudiera encontrar otra formas de encontrar un rumbo distinto para superar las crisis económicas y migraciones en el mediano y largo plazo?

Ha llegado el momento en que los migrantes que se lanzan por el Darién, o a las aguas del río Bravo, y que incluso mueren ahogados o calcinados durante la travesía, encuentren voces activas, estructuradas y con influencia real y colectiva como parte de una realidad que ha sido subyugada y tejida por una “narrativa” –cómo si fueran grupos de indeseables para otras naciones–, cuando son víctimas de crisis económicas que algunos Estados con todos sus espacios de amplitud financiera e “institucional” no han podido resolver en el continente, y por ende en garantizar sus derechos humanos, de los cuales las poblaciones indígenas, rurales y urbanas –socialmente más débiles– terminan también siendo víctimas permanentes de los errores y pésimas políticas públicas, entre ellas la articulación de planes y programas de desarrollo distintos a los ejecutados en sus variables económicas, desatando más pobreza, miseria y por ende, emigración.


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