Corresponde ahora lo relacionado a la salud. Ambos vocablos, educación y salud, se desplazan paralelamente, o mejor, andan juntos y se complementan. Así, para obtener y conservar la mejor salud se requiere de adecuada educación. Del mismo modo, si no se dispone de buena salud  mental se hará casi imposible lograr éxito en los estudios. Lo sabemos muy bien, los niños desnutridos no poseen la capacidad necesaria para asimilar los conocimientos que las maestras se empeñan en transmitirles.

También sabemos que, por mandato constitucional, corresponde al Estado la muy seria responsabilidad de ocuparse prioritariamente de la educación y de la salud de los venezolanos. Razones sobran para ello, el asunto es su cumplimiento. Solo mediante estos dos elementos, que son  básicos, es posible la preparación  de quienes habrán de tomar las riendas del desarrollo socioeconómico y cultural del país. De no ser acatado diligentemente ese mandato, podría correrse el riesgo de caer en un estancamiento al no contar en el futuro con gente preparada para ocuparse responsablemente de esos menesteres, de trabajar para producir y multiplicar riquezas. A propósito, la riqueza más apreciable es la producida por obra y acción del hombre, el único ser capaz de crear, innovar, descubrir e inventar.

Al hablar de salud no nos referimos solo a la orgánica o física, la vinculada a las apariencias y funciones apreciables en los seres humanos. Hay otras clases de salud: la mental, la espiritual y otras, también intangibles. En la estrega anterior nos ocupábamos de la educación. Tema  inagotable, y apuntábamos que es necesaria para toda la vida. Ahora afirmamos que la salud física y mental es indispensable para producir toda clase de riquezas  y, con ello, dejar legados a la posteridad. Como la vida es un preciado don que hemos recibido sin haberlo pedido, nuestra obligación es saberla vivir, procurando hacer el bien. La madre Teresa de Calcuta nos dejó este gran mensaje: «La vida pasa una sola vez».

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