Un sentido corriente del adjetivo laico es de algo independiente de lo religioso o no estar comprometido con ello. Así se habla de un régimen político laico o de una educación laica, como realidades no atadas a una determinada confesión religiosa o a la religión simplemente tal. La configuración democrática contemporánea va en esa dirección, que implica la libertad religiosa como derecho humano fundamental. La Iglesia Católica tomó una posición muy clara al respecto en el Concilio Vaticano II con su documento Dignitatis Humanae.

Ahora bien, el vocablo laico, entendido como excluyente de lo religioso en un sentido activo o beligerante, es una cosa bien distinta de lo anterior. En efecto, no se trata ya simplemente de una indefinición religiosa general o específica, sino de la marginación expresa de la religión, bajo cualquier forma, del ámbito político oficial y de la educación pública. Laico se interpreta entonces como laicista; así la educación, por ejemplo, no solo no ha de estar casada con una confesión religiosa determinada, sino que ha marginar del proceso educativo toda formación religiosa, sea católica, cristiana en general, judía o de otra especificación. El laicismo se encuadra así en el campo de lo ideológico, en cuanto excluye lo religioso como algo indebido o no significativo en la estructuración de la sociedad y que puede estar presente y actuante solo en el ámbito de lo privado (personal, familiar). So capa de independencia, dicho laicismo se alinea con una determinada posición política, cultural, filosófica. No admite que la religión salga, por así decirlo, a la plaza, sino que ha de recluirse en lo estrictamente íntimo y hogareño.

Un logro positivo para nuestro país fue la firma de un convenio entre la República y la Iglesia Católica denominado Educación Religiosa Escolar (Programa ERE), que buscó concretar lo establecido en la Ley de Educación con respecto a un tiempo disponible para la formación religiosa. El Estado, sin dejar de ser laico, colaboraría en concreto con la Iglesia para que esta pudiese educar en elementos religiosos a los alumnos cuyos padres y representantes así lo solicitasen. Ese convenio de hecho abrió la puerta a otros acuerdos, inicialmente a nivel regional con varias confesiones cristianas no católicas. El Programa ERE ha sufrido las consecuencias de la imposición de la ideología laicista del socialismo del siglo XXI, que guía al actual régimen.

Felizmente me tocó desempeñar un papel importante en la firma y puesta en marcha del referido convenio y me fue muy grato percibir los frutos positivos que pronto comenzó a brindar no solo a los alumnos, sino también a los docentes y a las respectivas familias. No dudé en calificarlo como el principal proyecto de la Iglesia en Venezuela, dada la índole del contenido y del alcance poblacional que tenía.

El Programa ERE contemplaba elementos fundamentales no solo estrictamente religiosos, sino también de moral y educación cívica, estos últimos desarrollados en una materia que lamentablemente había desaparecido del currículo escolar. En perspectiva cristiana la relación del ser humano con Dios, re-ligatio, entraña una indisoluble vinculación con la convivencia fraterna de los seres humanos entre sí en la línea de los valores del Evangelio.

Si importante para el hombre, particularmente en su etapa vital inicial, es aprender números y datos geográficos e históricos, igual o mayormente lo es educarse en lo concerniente a valores morales y espirituales. Una formación religiosa tal como la contenida en el Programa ERE contribuye poderosamente a una educación integral de la persona subrayando los aspectos más profundos y trascendentes de esta. Por ello Simón Bolívar no solo alentó la formación moral y religiosa escolar, sino que llegó también a indicar manuales y métodos para su mejor realización.

La educación laicista explica en profundidad y gran medida la crisis actual de nuestra sociedad.


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