La política es el arte de lo posible, la ciencia de lo relativo.

Otto von Bismarck

Adrede quise iniciar este artículo con una cita del estadista alemán que tuvo clara conciencia en su brillante papel como canciller del Reich, de las posibilidades y límites de la política. La política puede y debe sostenerse en ideales, pero esos ideales tienen sus límites en las coerciones que le impone el sistema donde se actúa. Solo los héroes de las epopeyas mitológicas convertían lo imposible en lo posible; ello está vedado a los seres humanos, finitos y mortales, que no pueden por más que quisieran, cabalgar más allá de los límites, las coerciones sistémicas en que nos movemos, dada la dura realidad. En palabras del maestro García-Pelayo, las coerciones entendidas como el  campo de posibilidades de lo que hay que hacer, de lo que se puede hacer y de lo que no se puede hacer.

Lo antes dicho viene a cuento con la actual coyuntura política del país. Nuestra candidata, María Corina Machado, se encuentra  hoy injusta e inconstitucionalmente “inhabilitada”,  y por los vientos que corren, el régimen dictatorial de Maduro no tiene entre sus oscuros planes “habilitarla”. Puede cambiar la situación, ¡me sumo al clamor porque así suceda!, pero no se puede asegurar, más en una situación de “furia bolivariana”, que tal supuesto pueda previsiblemente cambiar. Mientras, el tiempo transcurre inexorable, y el régimen  tantea una fecha para las elecciones presidenciales que al parecer tienen como fecha  tentativa no más allá del mes de septiembre del presente año. Esto significa que la opinión ampliamente mayoritaria del país debe ineludiblemente pensar en un candidato alternativo  ante la posibilidad de que MCM no pueda asumir la candidatura. Se nos arrostrará el calificativo de antiunitarios, riesgo que inevitablemente debemos correr los partidarios de hacernos presentes con un candidato nuestro y unitario designado a través del consenso de los diversos sectores representativos de las fuerzas democráticas del país. Llegada la hora de la verdad es la más sensata alternativa frente a la abstención, cuyas consecuencias han sido nefastas en el pasado reciente, o asumir la riesgosa aventura, por lo demás peligrosamente abierta a la violencia, de la desobediencia civil bajo el amparo del artículo 350 de la Constitución.

En tal hipotética coyuntura el candidato o candidata de la mayoritaria oposición democrática debe surgir del consenso de las fuerzas vivas de la nación: primero que todo MCM, pero también los partidos, organizaciones de la sociedad civil, el mundo empresarial, los trabajadores, la jerarquía eclesiástica, las iglesias evangélicas, los intelectuales, el mundo académico; todos ellos deben ser oídos, se debe armar un consenso del cual surja un candidato que recoja lo mejor posible el anhelado espíritu de unidad.

Me atrevo a proponer aquí el nombre de un distinguido venezolano, Eduardo Fernández,  veterano político, de amplia formación y conocimiento de los problemas nacionales (como lo revela la tesonera labor del Ifedec, institución que dirige, tolerante y abierta al debate constructivo), probadamente demócrata, como lo ha mostrado en momentos difíciles donde ha estado en peligro la institucionalidad, y dotado de atributos éticos de lo que ha dado testimonio en su ya larga vida política, orientado por los valores y principios del humanismo cristiano, cuya concepción de la política se centra en servir al pueblo en torno a dos principios cardinales e innegociables para nosotros, y que nos diferencian tanto de los socialistas como de los neoliberales: la solidaridad y la justicia social.

Además de estas cualidades, Eduardo Fernández tiene una en particular que a mi entender es decisiva en los momentos difíciles que vive la nación, y que no es otra que la cultura de reconciliación que se ha empeñado en promover, frente a la cultura de la confrontación, el  odio y el conflicto existencial, el combate schmittiano amigos-enemigos que se ha apoderado desgraciadamente del país en estos últimos cinco lustros de dominio chavo-madurista. Eduardo Fernández ha insistido machacosamente que es necesario reconciliarnos, pues de lo contrario la violencia y el odio seguirán campeando para mal, y no podremos avanzar en la construcción, gracias a un acuerdo nacional al cual se sumarían, no tengo dudas, todos los venezolanos de buena voluntad.

Eduardo Fernández no es hoy candidato, pese a lo cual asumo mi deber personal de proponerlo como candidato de la unidad de la oposición democrática. Una difícil transición tenemos por delante, cuya principal tarea, repito, es reconciliar el país, y así avanzar con decisión en la resolución de los ingentes problemas que agobian el país. Con Eduardo Fernández no se perderá la República, más bien diría que junto con él rescataremos nuestra República, guiados por los ideales y valores que constituyen lo más preciado de nuestro ser nacional.


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