Maduro, en su desesperada soledad política, rodeado de “colaboradores” que mientras le tienden cínicamente una mano ocultan en la otra el puñal con el cual cometerán la traición, vive sin duda los momentos más oscuros del final de su destino político. Son esos momentos en que un gobierno se convierte en un peligroso baile de máscaras, donde la deslealtad y la ambición reinan y crecen vertiginosamente, y todas las salidas se cierran simultáneamente.
El gobierno ya no tiene la fuerza, el empuje ni el coraje para combatir a sus opositores. Para su desgracia, no supo aprovechar el trabajo previo que había iniciado su jefe máximo, hoy repudiado y derrumbadas sus estatuas (vendidas con sobreprecio), traicionado por sus propios compañeros y seguidores interesados más en enriquecerse.
Ser el elegido para sucederlo y terminar siendo el único y evidente culpable de todos los errores cometidos y campeón de la desgracia final no era lo que se esperaba el señor Maduro. Hoy su destino está marcado y haga lo que haga, tome las medidas que quiera, anuncie más represión y muerte, no podrá escapar de un rechazo mundial, nacional y hasta de los propios militantes de su partido. Y ese rechazo es la puerta de salida, el último recurso.
Desde luego que mientras digiere esa verdad, única e irreversible, regará las calles con sangre joven, repartirá el luto en los hogares y terminará por corromper las pocas instituciones que quedan en pie. Nadie levantará estatuas ni nadie declarará día de fiesta nacional cuando se recuerde su paso por el poder, ni tampoco importará donde nació ni donde fue a parar luego de su accidentado paso por la presidencia. Se le recordará en el llanto prolongado de todas las madres que sufrieron la falta de coraje de un mandatario para detener a tiempo esta masacre, este inmenso dolor que no se va a extinguir nunca.
No más ayer, según las noticias de las agencias internacionales, el señor Maduro “ordenó militarizar el estado Táchira tras aumentar a 45 los muertos en las protestas opositoras”. No queda, por cierto, una esperanza de paz en lo inmediato pues el general Vladimir Padrino López, ministro de la Defensa, sacó pecho y anunció como si se tratara de un gesto de paz: “He ordenado el traslado de 2.000 guardias nacionales y 600 tropas de operaciones especiales”, al estado Táchira. 
Los ciudadanos se preguntan contra quién van a pelear estas “tropas especiales” (la denominación tiene un tufillo cubano) porque para aplacar y disuadir a una población que protesta con piedras y consignas no es necesario traer “tropas especiales” porque con la policía nacional y la guardia militarizada debería bastar para reducir a quienes protestan. De manera que se pronostican más muertos, más heridos, más locales saqueados por los colectivos oficialistas y más luto en los hogares tachirenses.
¿No sería más conveniente establecer un canal de paz y abrir un compás de conversaciones sin que sigan las muertes y los llantos? ¿Qué necesidad hay de matar más jóvenes? ¿Por qué se actúa con ese afán de exterminar al otro, al opositor? Un ejército no debe matar a su propia gente. No somos “el enemigo”, general. Usted es quien no quiere ser amigo nuestro.  


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