¿Quiénes están verdaderamente resteados con el régimen encabezado por Maduro? Un grupo de diez a doce familias, varias de ellas ya multimillonarias e hinchadas de corruptelas, varias señaladas como incursas en el narcotráfico. El ministro de la Defensa. Las unidades represoras de la Guardia Nacional Bolivariana y la Policía Nacional Bolivariana. Aproximadamente la mitad de los colectivos. Algunos diputados a la Asamblea Nacional: los columpiaos, así les llaman en Miraflores.

Les apoyan, por supuesto, los jefes de carteles de la droga, así como algunos jefes guerrilleros de las FARC y del ELN. También, unos individuos en declive: Evo Morales y Daniel Ortega. El apoyo de Raúl Castro tiene su contraparte: cada día, en un mayor número de escenarios, los diplomáticos cubanos sostienen: “Venezuela debe pasar a otra etapa y negociar”. Dispuestos a llegar hasta el final: solo algunos magistrados del TSJ, no todos los altos cargos del CNE, tampoco de la Contraloría ni de la Defensoría. Lo mismo sus ministros y viceministros, la mayoría, en privado, repite: Esto no da más. Lo de los gobernadores y alcaldes es lo más patético: declaran en contra de la oposición, pero cada día fortalecen más sus lazos con personas independientes, empresarios y diplomáticos, para asegurar su respectivo plan de huida. Quien revise hoy el estado de los aeropuertos en Venezuela podrá constatarlo: decenas de aviones cargados de combustible, listos para partir cuando sea imperativo.

En contra del régimen está la sociedad entera. Casi toda. Maduro ha provocado una situación inédita en Venezuela: el repudio alcanza ya alrededor de 90%. Lo dicen las encuestas. Pero no es una cuestión cuantitativa, sino de calidades: los sentimientos hacia Maduro están cargados de desprecio, animadversión, asco. No recuerdo que en la historia de nuestro país alguien haya despertado reacciones tan amargas y profundas. La repulsa crece, dentro y fuera de Venezuela, a diario. Suma gobiernos, parlamentos, medios de comunicación, organismos multilaterales, ONG, políticos de todas las corrientes, empresarios, jóvenes universitarios y más. Puede afirmarse que, en este momento, Maduro debe ser la figura pública más odiada del planeta.

Es tan grande y abrumadora la reacción en su contra y en contra de lo que representa, que ha logrado que los ciudadanos se cohesionen como una fuerza y una voluntad a prueba de la violencia sistemática, abusiva y desproporcionada que han recibido como respuesta. Maduro encarna el horror de la dictadura: su rostro represivo, la trampa de la constituyente comunal.

Le opone la sociedad y sus organizaciones: nunca tantas y de modo tan enfático se habían pronunciado en contra de un gobierno. Nunca tanta diversidad había alcanzado tal nivel de coincidencia. Fuera de Venezuela las cosas no son distintas. Donde quiera que uno vaya, Maduro es un anatema. La gente expresa su preocupación y solidaridad. Quienes alguna vez visitaron nuestro país y vivieron en él se preguntan cómo es posible que la devastación sea de tanta magnitud.

A este inventario le faltan todavía otras dos categorías. Una de ellas es la de quienes titubean: son los que, sin romper del todo con el régimen, lo han denunciado de algún modo. En el fondo, cada uno sabe que todo cuanto está ocurriendo es terrible, ilegal y peligroso; es lo que pasa con Juan Barreto, con la fiscal Luis Ortega Díaz, con algunos de los dirigentes de Marea Socialista. Los venezolanos demócratas están ante la exigencia de comprender que entre quienes se definen a sí mismos como revolucionarios hay muchos que tienen límites, se oponen al asesinato de quienes protestan; no quieren verse comprometidos con el narcotráfico o la corrupción; no quieren ser sujetos activos en la violación de la Constitución. En una frase, quieren evitar el riesgo de un tribunal.

Por último, están los que todavía hacen silencio: funcionarios públicos, gerentes de empresas del Estado, uniformados del Ejército, la Aviación y la Armada. Hacen silencio y esperan. Como el resto del país, en su mayoría, observan con horror la represión y el truco de la constituyente comunal. Como el resto del país, en su mayoría, desprecian al régimen. Como el resto del país, esperan por el pronto inicio de una nueva etapa en la vida pública venezolana.


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