Todo el que haya asistido a una marcha debe estar familiarizado con esa hilera de vanguardia integrada por muchachos que, protegidos con lo que consiguen, con escudos improvisados pintados de blanco con una cruz roja, pasan corriendo en fila para colocarse al frente de la manifestación. Y el que no ha salido a marchar los conoce por las numerosas fotos que le dan la vuelta al mundo. También ya son famosos los que llevan cascos blancos con una cruz verde, que llegan en grandes grupos siguiendo a un abanderado con la misma insignia. Cuando pasan, los manifestantes les gritan “valientes” y les aplauden.

Pero aunque no estén cumpliendo estas funciones específicas que ellos mismos asumieron como un llamado que les hace su país, los jóvenes incansables salen todos los días a las calles o se atrincheran en la universidad para desde allí dar la pelea. Como los estudiantes de la UCV, que se enfrentaron al piquete de la PNB con las manos en alto, desprovistos de odio, desprovistos de armas, pero apertrechados de razón. Como los de la USB, que en paz se sentaron en frente de los uniformados; como los de la Unimet, la USM, la Santa Rosa, la UCAB, la de Carabobo, la de los Andes, la de Zulia, todas las casas de estudio en todos los rincones de Venezuela.

Son los que han puesto los muertos que todos lloramos; los que han puesto los heridos; los que han empeñado su presente, que debería ser de gozo y preparación, para defender a sus compatriotas de la barbarie que pretende someternos. Cuando los jóvenes arriesgan su vida, recogen las bombas que a mansalva les lanzan a la multitud y valientemente las devuelven; cuando se enfrentan a las tanquetas para tratar de detener su avance macabro; cuando les gritan a los uniformados que la lucha es también por ellos, demuestran que este país les duele. Tienen en su cabeza la imagen de un país posible, lleno de luz, de prosperidad, no porque lo hayan conocido, sino porque lo viven a través de los cuentos de sus padres y abuelos, y por ese país luchan a riesgo de su vida.

A esos muchachos hay que decirles que no están solos, que el sacrificio que hacen de su presente no es en vano, que el futuro luminoso está muy cerca, y que su gesta, la que valientemente han tomado, como la Generación de 2014, 2015, 2016, 2017, pasará a la historia. Sus manos blancas, desprovistas de rencor pero llenas de coraje y voluntad, serán las manos que reconstruirán esta tierra de gracia.

Les decimos que no pueden desmayar, que su juventud y su empuje son nuestra inspiración. Pero también les decimos que no se dejen tentar por la barbarie. No que pongan la otra mejilla, porque la legítima defensa es lo que ustedes valientemente han asumido y la Venezuela que manifiesta en las calles sabrá recompensarles. Su papel ha sido sumamente importante para dejar en evidencia que la violencia viene del gobierno. No desmayen, no se cansen. Siéntanse orgullosos de ser la vanguardia de un futuro que atesorarán por haberlo construido con sus propias manos, limpias de odio y de rencor.


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