En el libro de duelos del PSOE, el presidente del gobierno español, Pedro Sánchéz, escribió un largo texto sobre Alfredo Pérez Rubalcaba, quien acababa de morir. Del texto llamamos la atención sobre las siguientes palabras: “En la despedida de nuestro dirigente queremos destacar una afirmación de Manuel Azaña: La política es realizar”. La frase resumía el aporte del político a quien despedía su partido, pero también todas las organizaciones políticas y el sentimiento de la nación entera.

Una sociedad que salía de una contienda electoral capaz de provocar serias distancias, y que sufre el impacto del renacimiento de los nacionalismos y de la aparición de una preocupante fuerza de extrema derecha, dejó de lado las diferencias para reunirse ante la memoria de un hombre público que, pese a destacar como líder de un partido y de enfrentarse con tenacidad a sus rivales, supo trabajar por los intereses nacionales hasta el punto de juntarlos en horas cruciales para salir airoso en el oficio de realizar en términos constructivos un trabajo orientado a la búsqueda del bien común, de hacer política como pensaba Azaña.

Primero como ministro de Educación durante el gobierno de Felipe González, y después como portavoz de su partido en las cortes y como vicepresidente del gobierno en la administración de Rodríguez Zapatero, Pérez Rubalcaba hizo reformas fundamentales del sistema educativo, movió con sabiduría los hilos para lograr la terminación de las arremetidas de ETA y tejió los hilos que condujeron a la abdicación de Juan Carlos I para que lo sucediera el actual monarca en horas de mengua para la Corona, que necesitaban mano maestra para no profundizar el desprestigio de una institución esencial para la sociedad. Seguramente hay otros aportes en su tránsito por las decisiones al servicio de los españoles, pero las apuntadas bastan para destacar su trabajo de constructor y para entender las razones que movieron a la inmensa cantidad de ciudadanos a acompañarlo con respeto en la hora de su despedida.

También deja Pérez Rubalcaba en la memoria de la sociedad la lucidez de un retiro oportuno y airoso. Abandona la política cuando disminuye su influencia en el seno de su partido y, más aún, cuando el partido disminuye su presencia en el favor de los electores, para volver al trabajo que desempeñaba antes de llegar a la cúspide del protagonismo político. Regresa a las aulas universitarias, a su modesto trabajo de profesor de Química, después de rehusar ofertas tentadoras que pudieron ayudar en su economía de líder que jamás ensució su prestigio con negociados ni trapisondas. Salió del gobierno como entró, con el mediano peculio proveniente de sus sueldos, para regresar a la modestia del principio.

Todos los partidos políticos, menos los de extrema derecha, lo acompañaron en el homenaje póstumo. Las figuras del PSOE pronunciaron palabras elogiosas en la hora del sepelio, pero también los voceros de partidos como el PP, Ciudadanos y Unidas Podemos. Igualmente los representantes de los partidos nacionalistas, mientras una multitud se agolpaba en las inmediaciones del Congreso de los Diputados para saludar con ovaciones el paso de su féretro. Pocas veces se ha sentido un respaldo tan imponente en una colectividad conmovida por distancias profundas en el entendimiento de su destino.

Hoy recordamos a Alfredo Pérez Rubalcaba por su papel de realizador de logros fundamentales para la sociedad, es decir, como encarnación cabal de lo que debe ser un político comprometido con su oficio, pero también porque extrañamos desde aquí la falta de figuras como la suya, capaz de juntar en lugar de separar sin la renuncia da sus principios.


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