La persecución de los diputados a la Asamblea Nacional busca la manera de debilitarla, de hacerla más frágil para los retos que debe enfrentar, pero no crea un vacío que deba preocupar. El Congreso legítimo, formado por servidores públicos que se han comprometido en la lucha contra la usurpación y que han llegado a conductas extraordinarias en sus batallas, tiene elementos de sobra para que los zarpazos de la usurpación se puedan superar con lucidez y con coraje. Sin embargo, la salida obligada de unos líderes conocidos y respetados por la sociedad puede desembocar en inconvenientes que conviene referir para evitar que sucedan.

Los reglamentos y los hábitos parlamentarios ofrecen mecanismos de reemplazo que permiten llenar las ausencias de los diputados perseguidos, sin llegar a situaciones desesperadas. Como cada representante principal tiene su suplente cuando se presentan las listas a la consideración del electorado, y como se hace constar oportunamente ante el organismo electoral, estamos ante una solución natural. La falta del primero es llenada por su sustituto, sin caer en el terreno de la improvisación. No existen quebraderos de cabeza en materia de selección, porque se ha pensado de antemano en evitar que el cuerpo se paralice por la falta de sus miembros.

No obstante, que los nuevos cumplan su función como la cumplieron los perseguidos por la dictadura, es otra cosa. Cuando se hacen las listas, antes de que suceda una elección, se pone a los estelares en la cabeza y a los que no lo son, en la cola. Los anotados después de la figura de la lista deben ser políticos que responden a los intereses de sus partidos y también a las cualidades que los adornan a título personal, pero sin la refulgencia de los que aparecen como abanderados. Calzaban las botas para el segundo plano, pero no así para pescar electores partiendo de sus luces individuales. Son perfectos para situaciones de rutina, para sacar las castañas del fuego cuando no hay situaciones explosivas, pero seguramente les resultará trabajosa la faena cuando la candela quiere abrasar todo el Capitolio.

La idea no es la de desdeñar a los diputados suplentes, por supuesto, sino solo detenerse en la necesidad de que la Asamblea Nacional se plantee objetivos a través de los cuales se oponga con éxito a su defenestración y a que así lo entiendan sus electores. Entre ellos, no obedecer sumisamente las decisiones de organismos sin aval constitucional para expulsar a un grupo de sus miembros, y otras conductas capaces de mostrar su capacidad de lucha y de encontrar el respaldo de los electores, presente pero menos entusiasta que en el pasado reciente.

Seguramente, los políticos de la tanda de refrescamiento lo harán bien, pero mientras dan sus primeros pasos y se meten de lleno en las dificultades prácticas de la lidia, es aconsejable que la Asamblea Nacional, como institución legítima, con toda su autoridad y con todo su coraje, recobre las fuerzas que demostró cuando empezó su recorrido y marche con renovados bríos hacia la meta de la restauración de la democracia por la que claman sus electores.


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