Maduro ha tenido el desplante de acudir al Consejo Nacional Electoral para entregar, “personalmente en persona”, la ya desprestigiada convocatoria a una asamblea constituyente que, vistas las opiniones de notables estudiosos, no es más que una de las tantas trampas que el pos chavismo ha tenido que inventar para seguir cabalgando en el poder sin tener el apoyo de la mayoría de los votantes.

Hay que ser bien caradura para acudir al CNE e intentar darle un pomposo carácter oficial a una trapisonda de tal categoría que hasta los tahúres de Las Vegas les hubiera dado pena y enrojecido de vergüenza no por la trampa en sí, sino por la forma tan tosca y vulgar en que había sido fabricada por aficionados. Gracias a Dios que no son militantes de ETA porque la bomba les hubiera estallado en las manos.

La ceremonia rojo rojita fue tan penosa como la boba y triste  historia de Maduro hablándole a un pajarito, una señal de que su nombramiento como heredero y su llegada al poder le había aflojado varios tornillos. Con la misma mirada de quien se le pareció la imagen de la virgen en una semilla de aguacate, Maduro clavó sus ojos en la virreina electoral, la señora Tibisay Lucena, que está más allá que de acá, y que, como dice el tango, está fané y descangallada, envejecida y canosa, en fin, un gallo desplumado.

Advertimos que todo esto no significa en ningún momento mala intención sino una somera descripción de la imagen borrosa de aquello que la pantalla del canal oficial lograba trasmitir de los protagonistas oficialistas de tan trascendental acto que iguala el histórico 19 de abril de 1810. ¿Pero qué decimos? El de 1810 comparado con este de 2017 no llega ni a fiesta de barrio, ni a cumpleaños de borrachitos de esquina. Al César lo que es del César, y a Nicolás debemos reconocerle su audacia, su cara de piedra a prueba de tanquetas y bombas lacrimógenas.

Porque cuando Nicolás acude ante el CNE para solicitar una asamblea constituyente no piensa en la Constitución que su jefe le dijo que cuidara. Chávez por lo menos era astuto y no se le escapaban los morrocoyes que cuidaba. Pero al heredero hasta eso le sucede. Nicolás acude al nido de sus trampas, al sanedrín que le dio el triunfo amañanado, que lo hizo jefe del país no por sus dotes ni sus votos, sino por la habilidad de su camarilla de sacar a tiempos sus ases de la manga.

Ir al CNE para que le santifiquen su impertinente permanencia en el poder es ir a la policía para que les devuelvan el pasaporte a los sobrinos y les den la green card. Lo que está planteado es que sin cambio de presidente no hay futuro posible, no existe acuerdo para quienes puedan pedir medidas de clemencia y reducir sus penas, para obligar a los boliburgueses a presentar cuentas y admitir culpabilidades para rebajar sanciones y devolver los dineros al Estado.

Si los ciudadanos salimos del presidente pillo y su camarilla civil y militar, Venezuela puede darse el lujo de perdonar. Basta una simple pregunta: ¿Queremos a nuestros militares? ¿Son fundamentales para reconstruir el país? ¿Nos gustaría que asumieran responsabilidades para las cuales están preparados? Todas las respuestas son afirmativas, pero no puede ser la alta oficialidad de hoy. Queremos que los jóvenes oficiales, que sueña con un país, nos abracen para un país mejor. 

          


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