Más de dos años y unos cuantos ministros de Salud han tenido que pasar para que los venezolanos nos enteremos de las estadísticas que retratan uno de los fracasos más estruendosos de la revolución bolivariana, que comenzó con Hugo Chávez y está a punto de morir a manos de Nicolás Maduro. 

En medio de las noticias de asesinatos de pacíficos manifestantes; en medio de marchas de protesta de ciudadanos desesperados por salir de este régimen ominoso; en medio del caos que producen la escasez y la inflación, hay noticias que enardecen el espíritu, como la muerte de dos niños pacientes del servicio de Nefrología del hospital J. M. de los Ríos. Las criaturas no murieron por su enfermedad directamente, sino porque se infectaron con unos gérmenes producto de la contaminación del edificio donde reciben tratamiento. 

No hay que edulcorar la verdad, nunca hemos sido partidarios de eso. Las cosas, por su nombre: la muerte de estos dos niños, así como las muchas en todo el país por diferentes causas –entre ellas la desnutrición– son responsabilidad del gobierno de Nicolás Maduro. La incapacidad de 18 años de mala gestión frente al despacho de Salud ha hecho que la prevención de las enfermedades sea prácticamente nula; al contrario, han reaparecido males erradicados como la malaria o la difteria. Son datos que se conocen a partir de la publicación hace unos días del Boletín Epidemiológico de 2016, pero que ya lo venían advirtiendo muchos médicos venezolanos. Y lo que se ha acumulado en 5 meses de 2017 debe ser mucho peor. 

El año pasado murieron en Venezuela 11.466 niños menores de un año de edad. No importa el porcentaje que eso representa ni los cálculos estadísticos. Cada uno de esos bebés merecía disfrutar del amor de sus padres y sus familias, merecía crecer. No son simples cifras, aunque lo que afirma el presidente de la Sociedad de Puericultura y Pediatría, Huníades Urbina, lo pone en perspectiva: significa que en 2016 murieron 7 niños diarios. Es un horror que eso pase, un horror que no se sepa porque al gobierno no le convenga. Pero peor aún, un crimen que no hayan hecho nada al respecto. 

Ese simple dato, ese número macabro es una razón poderosa para tratar de enderezar el rumbo del país. No es posible que sigamos permitiendo que desfilen ministros de Salud como si fueran modelos de pasarela sin hacer su trabajo. Situaciones como las que viven en el hospital de niños, antigua escuela y orgullo de todos los médicos pediatras de Venezuela, no se pueden tolerar. 

En este país hay vocación suficiente para evitar que esto siga pasando, hay médicos que todos los días luchan por salvar la vida de miles de infantes. Hay que trabajar para recuperar la esperanza de tantas madres y de tantos niños. Como si necesitáramos justificación para exigir el respeto a un derecho tan sagrado: ni un niño, ni un joven, ni un adulto, ni un anciano muerto más. Hay que luchar por la vida hasta lograr recuperarla.


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