No se puede poner en duda que el señor Maduro cuenta con el apoyo multitudinario de miles de bombas lacrimógenas, lo que le permite inventar una asambleíta constituyente de lo más linda y gaseosa. Incluso hasta tiene una vaca lechera que no es una vaca cualquiera porque, cuando la ordeñan, en vez de litros de leche da fajos de billetes de cien dólares.

Que lo digan los altos dirigentes del PSUV, o la camarilla civil y militar que hace 15 años atrás andaba con una mano adelante y otra detrás, disfrazados de resistencia indígena, y que hoy no les molesta perder en un mal negocio o en la ruleta de un casino unos miles de dólares.

Son pocos los que han sabido mantenerse dentro de los límites de una vida cómoda y a la vez modesta. Son militares que molestan a los pilluelos, a los que se les quitan el saludo en el Círculo Militar por ser unos “bolsas” que no tienen donde caerse muertos, porque los pusieron en un buen cargo y no supieron o no quisieron aprender a robar. A veces hemos topado con generales retirados “a juro” que habiendo desempeñado cargos de altísima importancia, con honestidad y eficiencia, hoy han tenido que buscar trabajo en el sector privado para sobrevivir decentemente porque entre el desastre económico de Maduro y la inflación roja rojita nadie puede vivir sin ganar dos sueldos.

Por eso llama la atención que los líderes del PSUV vivan tan cómodamente sin trabajar y si, por casualidad, lo hacen es porque están metidos en un mega guiso al cual le dedican un par de horas si acaso. Tratar de ocultar su nuevo estatus es muy difícil porque la mayoría de los civiles que están en el gobierno fueron militantes de izquierda a quienes todo el mundo conoció cuando pedían un bolívar para completar el pasaje del autobús.    

Ahora todo ha cambiado y se desplazan en camionetas blindadas, con escoltas y demás protecciones inútiles porque nadie se ha metido con ellos. En cambio, de su parte deben bastantes muertes de policías y soldados, de estudiantes y trabajadores, de niños y mujeres, desde los años 60 hasta hoy. Porque, y eso es lo peor, siguen matando como si nada ya que en esta revolución hay escasez de jueces de coraje que los condenen.

Cuando se observa esta impunidad que les otorga el partido y la camarilla militar que gobierna no queda otra que preguntarse en qué momento la espada de Bolívar comenzó a caminar hacia atrás, hacia el barranco de la corrupción y de la “narcocracia”, el crimen organizado y la rapiña del tesoro público de una manera tal que los historiadores se preguntarán en el futuro cómo y por qué un país rico y medianamente decente se convirtió en una guarida de mentirosos y aventureros de toda laya. ¿De dónde brotó ese tsunami de pus y aguas negras? Lo más terrible de todo es que una parte de estos canallas fueron educados para ser críticos y vivir en libertad, y para garantizar la soberanía de nuestro territorio. De nada sirvió.

La sangre que se vierte cada día en las calles, las muertes provocadas por una represión semana a semana más y más monstruosa y cruel, el llanto de un país enlutado por farsantes que se dicen revolucionarios tendrá su fin. Ya es posible advertir con frecuencia cada día más acelerada las grietas internas que anuncian el fin del reino de los bandidos.  


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