Conocemos la enemistad del chavismo con los institutos de educación superior que promueven la autonomía de criterios y la libertad de cátedra. Desde el dominio del “comandante eterno”, la dictadura se ha empeñado en una batalla desigual contra las universidades en cuyo seno no han logrado imponer su hegemonía. Las escandalosas escenas que ahora observamos en la Universidad de Oriente no son sino un nuevo capítulo, más feroz y grosero, de la lucha del oficialismo contra quienes no se arrodillan ante su dominación.

Hasta ahora, el método de la dictadura para enfrentarse con las aulas libres y críticas ha sido el de dejarlas morir de mengua. Una indiferencia pensada con frialdad en los despachos del ministerio correspondiente ha reducido hasta escalas mínimas los recursos económicos que se necesitan para el funcionamiento institucional. Se ha llegado así a los extremos de que no puedan las altas casas de estudio vivir con la normalidad que les corresponde en sociedades civilizadas y respetuosas del papel de los centros en los cuales se lleva a cabo la formación de las nuevas generaciones. Los despachos carecen de papel para la atención de la rutina, los servicios de seguridad y de higiene no tienen el soporte necesario para su funcionamiento, las dependencias a las cuales corresponde la asistencia estudiantil permanecen inactivas por sus carencias materiales. Ni hablar de asuntos primordiales en las instituciones, como las actividades de los laboratorios y la provisión de las bibliotecas, abandonados desde hace más de una década porque carecen de elementos para renovar los elementos sin los cuales se hace imposible una formación regular de los jóvenes.

La estampida de profesores se ha vuelto parte de la rutina, porque no les alcanzan las flacas remuneraciones y también porque temen por su seguridad y por su vida frente a los riesgos de los campus. Buscan mejor y más digno destino, por lo tanto. Sucede lo mismo con las cohortes estudiantiles, cada vez más alejadas de la luz porque no tienen cómo llegar a ella por falta de transporte, porque apenas tienen cómo alimentarse y porque los maestros que buscan han emprendido el vuelo. En tales sumideros resulta heroico el papel desempeñado por los equipos rectorales, por los decanos y directores, por los catedráticos que todavía resisten la silenciosa embestida y por los muchachos que luchan por sus instituciones, paladines de la civilización contra una barbarie taimada y silenciosa que busca su asfixia con empeño digno de mejor causa.

Pero hay otro tipo de barbarie, descarada y violenta, sin escrúpulos ni maquillajes, de la cual ha sido precursora la anterior. Es la que, en estos días sombríos, se ha levantado de su lodazal en la UDO para arremeter contra los fundamentos de la civilidad y contra la esencia de la vida académica, sin detenerse en los principios más elementales de la sociabilidad propia de los centros superiores de enseñanza. La simple memoria de los episodios que han protagonizado los acólitos de esa barbarie produce vergüenza, remite a un estado de decadencia que parecía desaparecido de la faz de la república, a una postración propia de colectividades selváticas, mas conviene recordarlos para que aumente la repulsión que producen y para que busquemos la manera de expulsarlos de nuestra vida.

Un grupo de facinerosos tomó por la fuerza el despacho de la rectora y se entronizó en su silla, porque decidió administrar la universidad como si tuviera autoridad para hacerlo, o algún conocimiento de los elevados asuntos que allí se manejan, o cualquier rasgo que los diferenciara de las pandillas ignorantes y procaces que pululan en las tierras sin ley. Pusieron en la oficina un retrato de Chávez, su campeón inspirador, una escogencia que no admite reproches cuando se recuerda al abanderado, sin posibilidad de injusticias, como encarnación de la ignorancia y de la irresponsabilidad. Inspirados por ese numen, pero también por la brutalidad metida en su pellejo, después los facinerosos destruyeron un auditorio principal, quizá como adelanto de las “hazañas” que tienen en el programa.

Los dolorosos episodios han contado con el apoyo del régimen usurpador. Las autoridades a las cuales acudió el Consejo Universitario han respondido con escandalosa indiferencia, seguramente felices porque, por fin, la barbarie se quitó el ligero barniz que tenía en el chavismo originario para mostrar las llagas y las purulencias del madurismo en toda su magnitud.

Desde El Nacional deploramos la escandalosa mutación, no solo por lo que significa para la dignidad de las autoridades de la UDO y de toda su comunidad, sino también porque se trata de una conducta que, por desgracia, se extiende hacia todos los ámbitos de la vida venezolana.


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