A veces pienso que los venezolanos invertimos nuestro tiempo en temas bastante parroquianos y que de ello deriva precisamente parte de nuestra situación actual. Por ejemplo, al cierre de 2021 y comienzos de 2022 las reflexiones que giraron en torno al presunto café de Starbucks fueron de tal nivel, que bien pudiera haberse hecho una tesis doctoral sobre el tema. Incluso la prensa le dio una cobertura al fenómeno que en lo personal me pareció desproporcionada.

Quise atribuirle esta cobertura a la censura y autocensura que viven los medios venezolanos que los obliga a buscar en trivialidades material noticioso, y también, por qué no decirlo, al bajo nivel intelectual y formativo que detentan algunos profesionales de la comunicación en el país. La primera premisa aunque me entristece pudiera llegar a comprenderla. El segundo planteamiento, sin duda me preocupa.

Un buen amigo, sin embargo, me dijo que el tema de Starbucks en Venezuela merecía la cobertura que tuvo porque cómo era posible que en un país como el nuestro, signado por la pobreza extrema, se estuviera abriendo un café de ese tipo acá, que era una manera de reforzar la burbuja de la que tanto se habla y que era imposible que ello no causara siquiera algo de indignación en la opinión pública.

Entiendo que esta premisa lo que busca es que al menos desde el punto de vista moral se le dé una especie de escarmiento a cierto sector que parece vivir de espaldas a una serie de circunstancias de oprobio e indolencia que aquejan a buena parte de la sociedad venezolana. Creo, sin embargo, que las premisas de exclusión no son nuevas, y si bien esto no justifica el estado de las cosas, sí pudiera ayudar a comprender buena parte de la rabia y el desprecio que sienten varios venezolanos hacia lo que sucede en el país.

Períodos excluyentes en Venezuela, muchos. Pero, ¿por qué es especialmente lacerante para la clase media venezolana el mal llamado fenómeno de la “burbuja chavista”? Creo que son varios factores, pero mencionaré los que vienen a mi cabeza en este momento. Primero, el hecho de que la etapa chavista (hasta la fecha) se caracterizó por destruir el ingreso del profesional-universitario. Segundo, en estos tiempos, los valores sobre los cuales se irguió la clase media (profesionalización, acceso a la educación superior, perseguir una carrera corporativa, meritocracia) fueron tirados al traste, siendo sustituidos por la generación del “aperturar” y la estética y dinámica cultural tusi tan rosa. Tercero, la impunidad. Existen muestras de este “renacer” económico que está llevándose a cabo en los que cierta parte de la élite chavista se integra al ciclo económico abriendo tiendas, locales o restaurantes, al tiempo que bueno, no es un secreto, Venezuela no es precisamente el Edén de los derechos civiles y políticos. ¿Cómo comprar ropa o ir a comer en el negocio del testaferro o familiar del dirigente XXX implicado en la presunta violación de derechos humanos? Esta disonancia, sin duda, genera bastantes barreras de resistencia y conflictos éticos para muchas personas, y la alerta cuando menos debe ser levantada.

Es en este contexto donde uno pudiera al menos intentar comprender el rechazo que genera la circunstancia actual de los hechos en el país. La dura verdad, o al menos así lo veo yo, es que si bien hay algunas voces que han manifestado su crítica a lo que sucede, una buena parte de la población ─por no decir la mayoría─ pareciera no enfrentarse a este tipo de detalles éticos, o si lo hace, permanece callada y mirando hacia otro lado. Confieso que esta es una pregunta que me parte la cabeza. ¿Hasta qué punto la mayoría de la sociedad venezolana no está de acuerdo con el sistema económico y social que se ha empezado a desarrollar gracias a la llamada “burbuja”? ¿Realmente le genera indignación a las masas? ¿Lo aceptan sumisamente o llevan el calvario consigo esperando una mejor oportunidad para manifestar su expresión de desencanto?

No creo tener las respuestas para estas preguntas. Me parece oportuno, sin embargo, plantearlas. Como he dicho en otros espacios, soy cauto en considerar el fenómeno venezolano como una mera burbuja. Es indudable que a estas alturas las transformaciones económicas venezolanas no son masivas o estructurales, ni tampoco se acercan al modelo de democracia liberal que tanto ansiamos. Sin embargo, no creemos que la dinámica de lo que sucede en el país se reduzca a dos o tres guetos de las principales ciudades del país. Nuestra visión, y por supuesto que pudiera estar equivocada, es que el régimen para mantenerse en el poder decidió hacer un viraje en algunos de sus puntos en materia económica, manteniendo un férreo control político, muy al estilo de otras reformas económicas de países con talante autoritario.

Estas reformas, de seguir en pie, tardarán años en permear de forma masiva a la población. Temo decir que muy probablemente lo mismo sucedería en el país con otro sistema político y otros actores en el gobierno. La recuperación de Venezuela, derrotar la idea de “burbuja”, tomará años incluso si tuviéramos un gobierno como el de Suiza. Vean el ejemplo de Alemania, en el cual incluso hoy las brechas de desarrollo entre la Alemania oriental y occidental siguen siendo notorias, aun cuando han pasado más de tres décadas de la caída del muro de Berlín. No digo esto para crear desilusión, sino para poner las cosas en su justa medida. Incluso sin chavismo en el poder, la idea de “burbuja” (si así lo quieren llamar) probablemente seguirá presente en la economía venezolana durante varios años, que no décadas. Cualquier crecimiento económico y desarrollo comenzará puntualmente en algunas ciudades y regiones clave, y luego, eventualmente, podrá (o no) permear en el resto del país.

Lo cierto es que incluso con el mayor de los escepticismos, lo peor que se puede hacer es entrar en estado de negación. Uno se enfrenta a un sistema que básicamente te quiere fuera del juego, y se está en medio de una cruzada en el cual la subsistencia y la supervivencia son factores clave.

¿Significa esto que estamos condenados por décadas al sistema político imperante? No necesariamente. Si bien el driver de la economía es vital para garantizar la estabilidad de un país, no es la única razón por la que la ciudadanía se moviliza. Ya también se demostró que la coalición de poder venezolana no erosionó, aun cuando la situación económica de la nación derivada del socialismo tuvo material de sobra para evidenciar el desastre y afectar los cimientos del poder. No resultó así. Sin embargo, las sociedades son cambiantes y la forma en la cual se manifiestan las aspiraciones políticas no están escritas necesariamente en un manual. El reto no es menor: despertar en la ciudadanía la importancia de restablecer los valores democráticos mientras se le hace frente a la posible prosperidad económica.

 


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