En los últimos meses muchas han sido las noticias económicas que han acompañado el devenir de Venezuela. Entre sanciones, ajustes, promesas y los vaivenes propios del contexto político, la economía intenta encontrar su espacio en una Venezuela socialista, aislada, destruida, olvidada.

Uno de los fenómenos que más ha dado de qué hablar en la opinión pública es el de los llamados bodegones. Incluso varios analistas y economistas desarrollan en sus conferencias y publicaciones el término “economía de bodegones”, en alusión al simbolismo que estos espacios han tenido en la actividad económica venezolana. Y es que todo aquel que todavía haga vida en el país habrá tenido oportunidad de pasar cerca de un bodegón: ese espacio, usualmente pequeño, en el que se consiguen delicateses y chucherías combinadas con otros productos importados con sus precios denominados en moneda extranjera.

Hay quienes argumentan que los bodegones son la manifestación más palpable de la apertura que se ha venido dando gracias al “ajuste Maduro”. Ello deriva del hecho de que en los bodegones se consiguen bienes que anteriormente escaseaban o eran difíciles de ubicar, y sus precios lejos están del control y los límites impuestos por la planificación central socialista.

Estos argumentos constituyen una verdad a medias. Porque es cierto que los controles de precios a los bodegones se han desaplicado selectivamente y de facto; es cierto que se consiguen hoy día una cantidad de bienes que hasta hace tan solo unos meses era imposible de ver en otros espacios; es cierto que buena parte de su mercancía ha llegado al país como consecuencia de la eliminación de ciertas barreras arancelarias, pero al final, sin embargo, los bodegones no hacen más que reflejar la precariedad y primitivización a la que está sometida la economía venezolana.

La proliferación de bodegones obedece a los incentivos existentes dentro del contexto venezolano. A nuestro juicio, sin embargo, difícilmente ello pueda representar la viva muestra de una apertura económica en el país. Por el contrario, el bodegón refleja una profunda manifestación de la exclusión que caracteriza al socialismo, porque en el medio del empobrecimiento masivo que sufre el país y sus pobladores, solo un sector elitesco, portador de excedentes en moneda extranjera de forma sustancial, tiene la capacidad de comprar los bienes y servicios ofrecidos en bodegones. Entretanto, la mayoría de la población no es libre de elegir y se ve condicionada a recibir alguno que otro mendrugo esporádico del Estado.

¿Debieran entonces prohibirse o cuestionarse la existencia de bodegones? En absoluto. Los agentes económicos deben ser libres de dedicarse a las actividades económicas que libremente decidan. Sin embargo, llama poderosamente la atención –y con ello a la reflexión– que proliferen espacios para la venta de delicateses importadas, y no el desarrollo de emprendimientos en otras áreas de la economía del país, como sería el caso, por ejemplo, de negocios relacionados con el sector manufacturero, agropecuario, industrial, siderúrgico, petroquímico, financiero, tecnológico, por solo citar algunas de las áreas más relevantes de la economía.

Con escasas excepciones, los sectores descritos se encuentran en ruinas. Ello puede confirmarse con las estadísticas que presentan las asociaciones gremiales que agrupan a estos sectores de la economía. Y son pocos los agentes económicos que están optando por emprender en estas áreas. ¿La razón? La ausencia de incentivos, la falta de seguridad jurídica, el irrespeto al derecho a la propiedad, la hiperregulación. En resumen: el menú consabido del socialismo real.

En una economía abierta, verdaderamente pujante, los indicadores serían muy distintos a los que hoy se atestiguan. Se pasaría de la subsistencia a la creación de riqueza mediante la acumulación de capital, tomando como base una institucionalidad incluyente (siguiendo a Acemoglu). No se trata, en modo alguno, de proponer una suerte de proteccionismo a la industria nacional, sino de permitir que la economía venezolana se abra y compita frente al mundo en los términos de la modernidad.

Entretanto, quienes apuesten en el corto plazo por la economía bodegonera deberán estar preparados para su sobreoferta. Incluso las cadenas de supermercados, dotadas usualmente de mayor infraestructura, fiscalización y trazabilidad, están entrando en la dinámica. Inevitablemente, el mercado se encargará de corregir la cantidad de productos ofertados y más de un emprendedor tendrá que recoger sus velas y reconocer que en medio de una población pauperizada y en desbandada, otros serán los negocios que se deban acometer. Se trata de valorar nuevas oportunidades y apostar por ellas y asumir los riesgos. A pesar de la coyuntura, seguramente todavía existen opciones en Venezuela, y su búsqueda dibuja la verdadera esencia de lo que significa ser empresario.

 


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