Propongo un juego que podemos jugar sin menoscabo de ninguna naturaleza; no hay riesgo físico, político o moral: ¿cuál de estas palabras de nuestro rico y bello idioma cuadra mejor en el país que en la hora actual padecemos bajo el régimen militar presuntamente revolucionario y bolivariano? Más aun, cuál se ajusta a nosotros mismos alelados y estremecidos mientras nos da por creer con todo respeto que Dios en Sus Alturas pareciera estar buscando una chaqueta roja para endosársela y sonreír. Lo imagino y doy por sentado que no le resultará fácil la búsqueda porque en el cielo los ángeles, arcángeles, querubines y serafines no usan chaquetas rojas; es decir, ningún tipo de chaquetas porque se lo impiden las alas y porque allí todo debe ser blanco y azul con olor a limpio.

En el juego que propongo jugar cada uno en su casa dan vueltas a palabras como duda, vacilación, perplejidad, hambre, escepticismo, tristeza, dubitación, cooperante, indecisión, gasolina, Hamlet, cuartel, corrupción, inseguridad, narcotráfico, oposición debil y desvaída, confusión, violencia, agua, ofensas e injurias, diáspora, miedo, tortura, incertidumbre, patria, castigo, carestías, resistencia, perdigones y apagones, impericia, Corte Suprema, enchufados…

Cada palabra arroja historias de dolor y desaliento. Arrastra cada una estremecimientos y un furor que va almacenándose en los ánimos y corazones de todos los que con diferentes proporciones se oponen al disparate bolivariano. Solas, independientes unas de otras son palabras que expresan desdén, humillaciones y oceánicos desalientos; evidencian cómo se desgracia un país; cómo se desmiembra, se envilece y se corrompe precipitándose al vacío de las mas ingratas decepciones.

Descorren la ignominia de un régimen militar que mientras aparece el nombre de Cabo Verde, desconoce y poco le importa la indigencia que acosa y atormenta a millones de venezolanos que cruzan a pie las fronteras y encuentran más hambre y desprecio. Cuando intentan regresar con el estómago vacío, la cabeza llena de trinos de pájaros extenuados y el peso de la vergüenza en las espaldas, el régimen los somete a crueldades que no aparecen en la lista de palabras anotadas en este texto.

Pero descubro, pesco o entresaco dos que se niegan a permanecer junto a las otras: patria y resistencia. La primera ha perdido valor porque son muchos los crímenes que se han perpetrado invocando su nombre. Se ha convertido en comodín y son justamente las tiranías las que disfrutan invocándola constantemente. También el nombre de Bolívar se ha hundido en las podridas aguas de los manglares autocráticos.

Debe ser tarea nuestra impedir la muerte de la patria borrando o socavando el cubano lema revolucionario de «Patria o muerte» que lo condujo, contrariamente, a la propia muerte de aquella presunta revolución. Estimo que es obligación nuestra recuperar la nobleza de la patria y rescatar a Bolívar de las garras del avasallamiento, pero a condición de que se baje del caballo y acepte conversar con cada uno de nosotros, de quien a quien. ¡Historiadores oficialistas, por favor, ¡no intervengan!

La más urgente y necesaria, por ser la que nos pondrá en el camino que creemos haber perdido, es la palabra resistencia, la palabra precisa para dibujar frente a nuestra mirada el horizonte que también creíamos hundido en la miseria de nuestras vidas incompletas.

Cada uno de nosotros, en la medida de nuestras edades, tenemos capacidad para resistir, para oponernos con violencia, en caso de ser necesaria (¡y generalmente lo es!), a la terquedad y  torpeza  de los tiranos. Es resistencia con ira ciudadana porque también es dura y áspera la violencia militar que invade y contamina el espacio de nuestros derechos civiles.

¡Somos una fuerza! Considerada individualmente nuestra violencia nace dentro del espíritu y se nutre de los pálpitos y presentimientos del corazón, pero al unirse o identificarse a otro y a otro más, arma un conjunto de voces y gestos vigorosos que se oponen rotundamente a los excesos y aberraciones del poder desaforado.

A veces asume y acepta llamarse desobediencia civil como antesala al furor callejero, a la política de calle o protesta popular que Margarita López Maya en las Visiones y testimonios coordinados por Asdrúbal Baptista para la Fundación Polar, entiende como “la acción colectiva disruptiva desarrollada en los espacios públicos por multitudes y otros actores sociales para expresar a las autoridades su malestar o desacuerdo con normas, políticas, instituciones, fuerzas o condiciones sociales y  políticas, o para elevar demandas”.

Estas protestas tienen que ver con una cultura hispánica y un pasado feudal ibéríco que en Venezuela, cuando suceden, se asemejan a un río desbordado.

Es urgente establecer que resistir, resistencia no son palabras lanzadas al viento o simples vocablos que se esconden en los diccionarios para que las busquemos y las descubramos protegidas por otras palabras. ¡Es necesario que se transformen en acción! Que maduren y se maceren en el pálpito y los presentimientos y luego se echen a la calle a estremecer el pavimento y la crueldad de la tiranía.


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