La rápida y sorpresiva  caída de Kabul ocurrida hace apenas unos días provoca numerosos comentarios y opiniones acerca de su previsibilidad y sobre el manejo de la subsiguiente evacuación. Sin embargo, no es ocioso hurgar en la historia para buscar algunas enseñanzas y conclusiones que puedan ser de utilidad.

Caídas y evacuaciones han habido muchas e importantes, tanto por su magnitud como por sus consecuencias. Veamos algunas de las recientes.

En 1940 cuando Hitler, envalentonado por sus éxitos en el frente oriental (Polonia) decidió voltear hacia el oeste, lo hizo en forma sorpresiva, muy bien conducido por su entonces principal estratega, el mariscal Ewald von Kleist, quien en cuestión de semanas ocupó con teutónica eficiencia Holanda y Bélgica, neutralizándolas  para liberar las rutas de acceso a Francia y completar la toma de París a mediados de junio, lo cual constituyó el momento de mayor gloria para el Führer, quien personalmente presenció el desfile de la Wehrmacht por los Campos Elíseos proporcionando un golpe casi mortal a la moral del bando Aliado.

Esa situación sucedía simultáneamente con el sitio a las fuerzas inglesas ubicadas al norte de Francia, que se vieron atrapadas en el pequeño puerto francés de Dunquerque por la tenaza germana, sin otra alternativa que la capitulación y evacuación hacia Inglaterra cruzando el Canal de la Mancha. Tal operación, casi sin tiempo de haberse podido planificar, se llevó a cabo entre los días 26 de mayo y 4 de junio de 1940, lográndose evacuar a casi 340.000 tropas utilizando para ello cuanto buque, chalana, lancha o bote pudiera encontrarse. Aquello fue una derrota, sí, pero permitió salvar un numerosísimo contingente militar que más tarde volvió a ser empleado en la guerra contra Alemania. Las críticas desde el punto de vista político y militar fueron muchas, pero el final de la historia se selló no muy lejos de allí, en Reims en mayo de 1945, con la rendición alemana ante el victorioso general Dwight Eisenhower.

Otro acontecimiento mucho más reciente es la caída de Saigón, capital que era del entonces Vietnam del Sur (hoy Ciudad Ho Chi Minh) en abril de 1975, en manos de los guerrilleros comunistas de Viet Cong (Vietnam del Norte). Aquel evento es aún ampliamente recordado y evocado hoy día cuando se asocia a la caída de Kabul. La famosísima foto del último helicóptero despegando del techo de la embajada norteamericana mientras decenas de personas pugnan por aferrarse a sus patines de aterrizaje luce como presagio y anticipo de lo que acabamos de presenciar en las pistas del aeropuerto de la capital afgana, donde centenares de personas corren despavoridas procurando asirse de alguna manera a la estructura de un gran avión norteamericano de transporte carreteando ya por la pista. Ese esfuerzo, cuya planificación sin duda fue desafortunada, no impidió la evacuación de más de 120.000 personas que hoy deben estar pensando acerca de la nueva vida que van a comenzar con tan solo la ropa que llevaron puesta ese día.

Para quienes no somos especialistas en temas militares, el desarrollo de este operativo aún fresco en nuestras mentes deja en evidencia que hubo fallas serias de previsión y planificación cometidas nada menos que por el estamento militar más poderoso del mundo, en conjunto con una dirigencia política que bastantes veces tiene la tendencia a constituirse en sabiondos proclamadores  de lo que los demás debemos hacer.

Como es natural, en el ambiente político norteamericano ocurre lo que ocurriría en cualquier otra parte. Poco se reconoce el éxito de una evacuación exitosa en cuanto a número de beneficiados y mucho se critican las fallas cometidas. No es en vano, pues, evocar aquel dicho de que la victoria tiene muchos padres mientras la derrota es huérfana.

Hoy día las críticas se enfocan principalmente hacia el presidente Biden y su administración, adjudicándoles la principal responsabilidad, cuando en realidad su participación fue tan solo la de tener el globo en la mano justo cuando el mismo reventó.

Los norteamericanos en general apoyaron la decisión del presidente Bush (h) de invadir Afganistán en 2001, cuando aún estaba abierta y fresca la herida del 9/11 (Torres Gemelas de Nueva York). Su sucesor, Obama, mantuvo la guerra y hasta consiguió algunos éxitos pero ya se veía que el apoyo popular se había erosionado bastante y continuó deteriorándose con Trump, quien en agosto de 2020, por el Acuerdo de Doha, fue el  que contrajo el compromiso formal de retirada total a brevísimo plazo ante la evidente inutilidad y alto costo del esfuerzo sumado al creciente clamor de sus ciudadanos cansados ya de pagar por una guerra ajena cuyos principales beneficiarios no parecían dar la talla.  Pero la política es así: el que está de guardia es quien cosecha los éxitos y también quien paga por los platos rotos. Creemos que este revés se reflejará en las elecciones legislativas de 2022 en las que Biden muy posiblemente  perderá el control de ambas cámaras del Congreso pavimentando la ruta para que su agrupación política no logre repetir en las elecciones presidenciales de 2024.

Como reflexión final en clave venezolana, sería bueno que quienes soñaban con aquello de “todas las opciones están sobre la mesa” cojan “mínimo” y tomen nota de que la preocupación de los grandes referentes democráticos sobre el tema Venezuela ya está desgastada y tampoco  se inclinan hacia la resolución  sangrienta y costosa de situaciones a menos que sean en su propio interés.

@apsalgueiro1


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