Yo que no he tenido nunca un oficio/ que ante todo competidor me he sentido débil”  (Rafael Cadenas)

Sentado estoy yo un caluroso día de julio en un lugar apartado de la sala de estar a eso de las 5.30 de la tarde, hora española. Sé lo que es sentir el picotazo de un tigre, un mosquito tigre, y tratar de deshacerse del bicho de un golpe seco, eficaz y repentino. Acostumbrado a fallar ahí una vez, dos y hasta tres veces en el contraataque y dejarme el cuerpo marcado con moratones, no me separo del teclado y le doy vueltas a los temas que podrían servir para la columna del lunes en El Nacional.

Los entendidos dicen que solo los mosquitos hembra son chupadores de sangre. En otras palabras, que los machos no son el enemigo de los humanos. Y yo no soy de los que se enfadan con facilidad. No quiero ponerme de mal humor, pero este mosquito hembra acaba de hacer un vuelo rasante por delante de la pantalla de mi PC y, consecuentemente, por delante de mi cara. Es desagradable. Entiendo que nos encontramos en un espacio aéreo internacional neutral.

El bichito alado sobrevuela sin reparo mis manos (recuerde que estoy sentado frente a un ordenador o computadora). Empiezo a incomodarme. Solo un poco. Apenas pasan veinte segundos cuando -por el rabillo del ojo derecho- le veo aproximarse a lo loco. Me da risa porque recuerdo la letra de no sé qué canción “que la detengan, para pa pá” pero no tengo tiempo de esas cosas. El golpe esta vez fue certero. Más certero que nunca. Alcancé el lugar en el que la intrusa había posado sus patitas justo en el momento en que levantó el vuelo y las ganas de aniquilarla quedaron grabadas en la cara interior de mi brazo. Ahora, por fortuna, casi no se nota la marca de los dedos. Es cierto que aún me duele. Me saca de quicio, me enerva, no soporto el zumbido de esta adversaria anónima que acelera en el aire y planea rozarme la siniestra oreja y, si es posible, picarme en la piel como a una  oveja. Cosa que consigue hacerme en este instante. Me aguanto el picor. Trato de engañarla. Disimulo, espero un segundito y ¡plaf! Pero, la madre que …


El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!