Ha muerto un patriarca. Un patrimonio civil hecho del barro del pueblo. Lo observamos impávido en su ataúd como regocijado del arduo trabajo en favor de nuestra identidad. Ramón Durán fue una legendaria figura del folklore y la religiosidad popular del municipio Crespo. Era sumamente fácil verlo en los velorios en homenaje a San Bautista, el patrono de Duaca. Su imagen recia contrastaba con la afabilidad del hombre festivo, que sabía sonreír para animar las veladas. Conversador empedernido, un amigo leal, que los contaba por legiones. Su partida es un dolor que llena de lágrimas a los duaqueños. Sus compañeros lo despidieron con música. Las calles del pueblo se llenaron de canto. Las cuerdas gimieron como honrando al caballero de las décimas. Antes de llevarlo hasta el camposanto, su gente lo condujo hasta la casa de su hermana Tomasa, en días recientes disfrutó allí, las gigantes cachapas de Andrea Margarita Barrios. En hombros de los sentimientos llegó en suerte de despedida, se multiplicaron las voces tristes. En el ataúd dormía todo un señor, que sembró durante más de ochenta años el amor por su fe, con él se marcha un poco la historia tradicional del poblado cuatricentenario.

El viaje comenzó en la fila

Nació en 1932 en la célebre Fila de Colmenares. Un abrasador sitio de encanto sin igual en donde se forjó una familia humilde con valores muy enraizados. Allí creció junto a sus padres y hermanos quienes aprendieron de la tierra bondadosa. Con sacrificio llenaban los surcos con la semilla que traería los alimentos que llegaban al fogón del barro. En el fondo de la vivienda estaban los animales. Gallinas y cerdos bajo la sombra de árboles gigantescos. En las tardes jugaba con sus hermanos por aquellas serranías. En las noches cantaban con la compañía de las lámparas de querosén. Una vida austera con mucha felicidad, millones de satisfacciones que no dejaban nada al azar. Allí estaban los deseos intrínsecos de una vida mejor, sin renunciar a los valores con olor a fogón. Los domingos el olor del sancocho los invitaba en frac de platos de peltre con arepa de maíz. Duaca estaba en el horizonte; como invitándolos a llegarse hasta la ciudad que dormía a los pies de la montaña. La perla sobre el valle de sus muertos gayones, estiraba su abrazo pata recibir a la familia Durán Urquiola. La mudanza sobre los nobles burros los asentó en el barrio Pueblo Nuevo.

Un devoto

Ramón Durán inició un camino que lo llevó al canto de velorio. Una tradición ancestral con elementos que llegaron del mestizaje. La religiosidad del amor cristiano católico lo enfocó a servirle desde niño a estas creencias. Su imagen imponente era, después del santo, el protagonista más importante de esas largas jornadas en caseríos y sectores apartados. El canto religioso es una semblanza de una fe muy arraigada en la célula popular. Tradiciones que han roto los paradigmas para ir de generación en generación. Años que refuerzan esos principios. El ritual goza de una belleza que cautiva. Él iba dirigiendo los cantos como el maestro que orientaba con la sabiduría que trajo el  tiempo.

Un hombre bueno

Se marcha un verdadero caballero. Un hombre granítico a carta cabal. Llenó su canasta de amigos por doquier, se hizo querer por familiares y otros que no lo éramos.  Paulatinamente se ganó nuestros corazones. Duaca lo llora con un sincero sentimiento del vacío en el corazón. Estamos de duelo, será difícil llenar tan semejante espacio de bondad. Su legado lo entregó a su familia, que es ejemplo de trabajo, genes maravillosos que han representado principios inalterables de una forma honesta de vivir.

 


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