El miércoles 21 de agosto se realizó en Caracas una reunión de trabajo con los diputados a la Asamblea Nacional y casi 1.500 líderes de los partidos políticos y sectores sociales del Frente Amplio Venezuela Libre, venidos de todos los estados y 145 municipios del país. En ese encuentro, realizado para revisar las nuevas orientaciones estratégicas que demanda la coyuntura, el presidente (e) Guaidó hizo una interesante reflexión con la cual quiero iniciar este breve escrito.

Una de las evidencias del avance de esta lucha –a pesar de lo que todavía falta, pues el objetivo final no ha sido alcanzado– son los con frecuencia imperceptibles cambios en el lenguaje cotidiano para referirse a nuestra realidad política. En un artículo reciente hacíamos referencia a que, a diferencia de lo que ocurría el año pasado, ya nadie habla del símil de “David contra Goliat” para referirse a la asimetría de fuerzas de la oposición democrática frente a la tiranía. Hoy se usa, en cambio, la analogía del “choque de trenes” para describir la paridad que caracteriza el momento político. ¿Y esto por qué? Pues porque del lado democrático tenemos hoy no solo a la inmensa mayoría de la población, sino a casi todos los sectores sociales organizados, el reconocimiento y apoyo de la comunidad internacional, se ha avanzado en la protección de los activos de la república y ha aumentado ostensiblemente la capacidad de presión democrática sobre el régimen. ¿Qué tiene en cambio la dictadura? Recursos para chantajear y su conocida capacidad de represión y tortura.

Pues bien, otro de estos cambios en el lenguaje cotidiano tiene que ver con las preguntas que se hacen los venezolanos en la calle. Hasta hace unos meses, era usual escuchar la interrogante sobre qué se estaba haciendo para rescatarnos de la dictadura. Hoy esa pregunta es cada vez menos frecuente, porque la gente entendió y comparte la estrategia planteada, que comprende el uso articulado de todas las herramientas de la lucha democrática: la organización popular, la protesta cívica, la presión internacional, la exploración de mecanismos de negociación, la construcción de mayores grados de unidad política, la docencia social, el trabajo político de socavamiento de las bases de apoyo del régimen, el acompañamiento a las luchas ciudadanas y la activación e incorporación progresivas de la sociedad civil organizada, para citar solo las más importantes.

Conscientes así de la estrategia democrática y de lo que se está haciendo desde la acera de quienes batallan día a día por la liberación de Venezuela, la pregunta más frecuente ahora es cuándo se acaba esta tragedia. Y es una pregunta justificada y legítima, porque los venezolanos sentimos que no es posible aguantar más. Venezuela se nos está muriendo. Y cada día de permanencia del régimen en el poder –porque aunque no gobierna, allí resiste y permanece– agrava el sufrimiento y acelera esa muerte.

Al preguntarse “hasta cuándo”, la misma interrogante refleja la convicción y certeza de que esto tiene fin. Pero la pregunta clave no es cuándo, sino cuánto nos falta por hacer, qué es lo que nos toca seguir haciendo y qué hacer de distinto. Y a este respecto, es necesario volver a subrayar, y hacerlo las veces que haga falta, que la única forma de acelerar la liberación democrática de Venezuela es aumentando la presión social cívica, sin la cual ningún cambio es factible ni viable. Presión social cívica y constitucional no únicamente de los actores políticos, sino de todos los sectores y organizaciones sociales, y de todos y cada uno de los venezolanos. Porque ciertamente puede haber muchas salidas hipotéticas y posibles, pero ellas pasan por la presión cívica interna. Sin esta última, todas pierden en viabilidad y posibilidad de concreción.

En función de lo anterior, la oposición democrática nos ha pedido a todos organizarnos para el inicio de una nueva etapa de mayor presión social, lo cual requiere tanto mejor organización como mayor unidad. Vamos a un esquema de profundización progresiva de la presión social cívica y constitucional.

El fin de semana pasado se dio inicio en todo el país a esta etapa de profundización, que consistió en el despliegue de miles de líderes, dirigentes y voluntarios en jornadas de contacto directo y organización ciudadana. En dos días se realizaron 829 actividades en 300 municipios, entre reuniones casa por casa, asambleas populares, encuentros de formación y jornadas sociales, en las cuales se logró llevar el mensaje de la organización necesaria a cerca de 1 millón de ciudadanos.  El reto es ahondar y continuar con este trabajo de articulación social y política, sin la cual –de nuevo– ninguna salida es viable.

Quienes aspiran y trabajan por la liberación democrática son la inmensa mayoría del país. Lo sabe la gente en toda Venezuela, lo reconoce la comunidad internacional y lo sabe también la dictadura. Aquí la clave es perseverar en la estrategia, y buscar ahora alcanzar mayores y mejores grados de organización ciudadana. Porque no es lo mismo mucha gente, que una mayoría organizada con direccionalidad y eficacia política.

Si todos nos activamos decidida y organizadamente en esta etapa superior de la lucha democrática porque se le devuelva la soberanía al pueblo, no solo la respuesta que el país espera a la pregunta del “cuándo” será más temprana, sino que además estaremos sentando las bases para una transición viable hacia la democracia, la vigencia de la Constitución, la libertad y la dignidad.

Una vez más, no es la hora de preguntarnos qué va a pasar ni cuándo, sino interrogarnos todos y cada uno, con la urgencia de un pueblo que no aguanta seguir sufriendo, qué nos toca hacer.


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