Dos escritores larenses alcanzaron la cumbre de las letras venezolanas. Julio y Salvador Garmendia se transformaron en excelsos narradores que hicieron del idioma un sello de enorme distinción.

Antes que el boom latinoamericano inundara las librerías europeas con la calidad de nuestros escritores, ya Salvador Garmendia impresionaba por la elegancia de su prosa, la magia que poseía para hacer del relato ficticio una obra de alto relieve, le granjeó una adhesión masiva para quienes estaban acostumbrados al estilo tradicional de su época, es decir una manera de contar bajo la rigidez de los cánones tradicionales; sin embargo, la fuerza que le imprimió a sus personajes hacen que los lectores terminen involucrándose en aquellas historias lúdicas llenan de profunda ilustración.

Julio Garmendia, nacido el 9 de enero de 1898 en una hacienda cercana a El Tocuyo, es uno de los escritores venezolanos más emblemáticos de la narrativa breve y fantástica, que se convirtió en el precursor del género en América Latina con su obra La tuna de oro, una recopilación de cuentos de prosa acabada. Su luz profunda de maravillosa narrativa hizo que la literatura venezolana diera un vuelco definitivo. Muchos noveles escritores se fijaron en él para hacerlo la brújula de sus propios sueños.

El padre del realismo mágico latinoamericano, quien escribió obras de contenido fantástico, sesenta años antes que Gabriel García Márquez, simboliza el inmenso aporte que brindó Venezuela a las letras hispanoamericanas. En alguna oportunidad el eximio maestro Rómulo Gallegos confesó que sus inicios recibieron la influencia de este talentoso larense.

Cuando languidecía el arte en manos de la inmediatez, que llenaba párrafos vacíos, apareció otro pájaro azul en el nido del apellido Garmendia. Con la distancia de unos años, al igual que los bostezantes caminos que conducían desde El Tocuyo a Barquisimeto, apareció, Salvador, para tomar el testigo de los escritores con fuego en la sangre.

Compartían no solo una geografía llena de atardeceres majestuosos, de cantos de pájaros que revoloteaban alegres en libertad, estaban unidos por el compromiso imperecedero de las letras. Salvador Garmendia sufrió de una tuberculosis que lo postró por tres años. Nada de correrías por senderos polvorientos, en ese tiempo se dedicó a leer hasta convertirse en un gran exponente. Al recuperarse su carrera fue meteórica. Manejaba el idioma con una erudición perfecta.

Escribe ensayos, cuentos y novelas en la misma medida que crece su barba de profeta bíblico. Es un genio que deambula entre los círculos exclusivos del conocimiento. Su aporte a las letras venezolanas lo colmó de reconocimientos. Dos pájaros azules, dos larenses del mismo apellido, nos legaron dos formas de hacernos privilegiados en la tierra. Gigantes del idioma que dieron brillo a la región que los vio nacer. Hijos de aquellos tiempos de tolvaneras, del grito incesante del cují; en el encuentro con la brisa que como puñal hiere sus ramas…

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@alecambero

 


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