Foto EFE

Una es con las armas de la justicia, de la Constitución formalmente vigente, del ansia de cambio de raíz hacia la democracia, de la trayectoria civilista de nuestra patria.

Otra es con las armas de la hegemonía despótica y depredadora, con la violencia y la represión, con el disfraz de una seudodemocracia, con cualquier arma que sirva para el continuismo por las malas y las peores.

La primera lucha tiene el apoyo mayoritario del pueblo. La segunda la encarnan los matoneros del poder y su abanico de secuaces.

La lucha popular es con miras a reconstruir la nación y abrirle un camino de futuro digno. La lucha cupular es para evitar todo eso y proteger los privilegios y la impunidad.

No se puede ser neutral al respecto. Los que se ufanen de serlo, no importa el pretexto, son cómplices del despotismo. La dolorosa experiencia de estos años de mengua así lo confirma.

Se dirá que las cosas no son tan sencillas, y que debe tomarse en cuenta las complejidades de los contextos y argumentos de ese tenor. Pero no. A veces las cosas sí son tan sencillas y la realidad del país exige optar entre la dignidad de un futuro posible, y el presente destructivo y envilecido.

La lucha contra el despotismo debe triunfar para que renazca la paz, la convivencia democrática, la justicia social y el desarrollo económico. La lucha contra el despotismo es un deber patriótico. Acaso el más importante.


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