Esta semana se debe iniciar en México “un proceso de negociación mediado por actores internacionales y con el apoyo de Noruega, que busca aliviar la profunda crisis política del país suramericano”. Con estas palabras reseñaba el prestigioso medio BBC News el evento que está a punto de ocurrir entre los representantes de la revolución bolivariana y de la oposición. Lo mismo han hecho otros medios cuando ponen de relieve que este encuentro se encamina a “poner fin al drama político que aqueja el país”. La realidad es que Venezuela enfrenta bastante más que un oprobioso drama político.

Venezuela se presenta a este intento de diálogo en un estado de destrozo de su economía, de atonía total de sus sectores productivos, de quiebra acelerada de empresas, de incapacidad de repunte de su sector petrolero, de abandono y asfixia de su actividad agropecuaria, de devastación del valor de su moneda, de incapacidad de atraer las inversiones necesarias para recuperar las industrias básicas, de inexistencia de un sistema bancario sólido y robusto. En el terreno de lo social, los indicadores no pueden ser más dramáticos: la población, subalimentada y hambreada, hace frente a una inflación desbocada de los rubros de consumo básico que impide la supervivencia de los estratos más desposeídos y vive dentro de las peores condiciones de atención sanitaria de su historia democrática. A ello se suma la falta de seguridad en el campo y en los barrios, unido al hecho de que una enorme porción de la ciudadanía le toca vivir en situación de dependencia de la dádiva gubernamental que reviste la forma de cajas de alimentos cada día más exiguas. En suma, los venezolanos de a pie no conocen desde hace años una vida digna. Las universidades y la educación se encuentran colapsadas, los servicios de agua, electricidad y transporte son intermitentes o inexistentes. No hay gasolina en el país con las reservas de hidrocarburos más cuantiosas del planeta. Y las cárceles están repletas de presos del régimen, por solo citar otro desafuero.

Una cifra apenas sirve para ilustrar sobre el desastre que cunde: apenas 3,14% de la ciudadanía ha sido vacunada completa a esta fecha contra el virus que asola al planeta.

Las circunstancias anteriores explican el desapego que nuestros compatriotas experimentan del proceso de negociación que escenificarán los políticos en pocos días. Las últimas encuestas publicadas por Meganálisis dan cuenta del rechazo de la población tanto a los representantes del régimen de Nicolás Maduro (73,6%) como de los líderes de la oposición (84,9%). Resultan lapidarias las cifras de credibilidad con que cuentan unos y otros en el momento en que ambos se sentarán a deliberar sobre una salida conveniente para todos y para el conglomerado nacional.

¿Tiene sentido que dentro de este ambiente de colapso y con el inexistente nivel de apego de parte de los administrados que exhiben tanto el régimen como la oposición, el eje de sus preocupaciones sea el político? ¿Tiene algún género de racionalidad que, con el país convertido en un bagazo, el centro de los asuntos en discusión en México sea el de conseguir el levantamiento o la permanencia de las sanciones impuestas a los representantes del chavismo de hoy? Sorprende que la atención de unos dirigentes esté centrada en alcanzar solidaridad de China, Rusia, Irán, Turquía, Cuba, México o Nicaragua y que los líderes del otro lado estén ocupados en alcanzar el soporte de Estados Unidos, Canadá, Gran Bretaña, la Unión Europea, Colombia o Brasil, cuando el país por lo que está clamando es por condiciones de vida que no sean infrahumanas.

Estas mismas encuestas no solo destacan la poca credibilidad que despiertan las instituciones nacionales, el órgano electoral incluido (72,1%). Este diálogo atrabiliario y sesgado no cuenta con la confianza ni con el apoyo del colectivo nacional ya que 71,3% no cree en él para resolver sus entuertos. Entonces, ¿estarán los propiciadores de este diálogo, aquellos que moran por fuera de nuestras fronteras, conscientes de la inexistente representatividad de quienes se sentarán a decidir el futuro del país?

Ante las constataciones anteriores, el régimen que ha administrado a Venezuela durante más de dos décadas debería estar centrado es en conseguir soluciones inmediatas a las grandes carencias de los compatriotas y centrarse en resolver sus necesidades. Y todos los negociadores que se consideran líderes de una porción de la nación deben tener la humildad suficiente para reconocer lo anterior y centrarse, antes que nada en trabajar para devolvernos a los venezolanos un país humano.

 


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