Foto Juan BARRETO / AFP

Existe ya una realidad que es imposible ignorar: el tema Venezuela ha dejado de ser un asunto interno o tan solo bilateral con Colombia y Estados Unidos, para constituirse en una preocupación regional importante y tema también relevante en otras partes del mundo como lo acaba de demostrar la reciente reunión celebrada en Bogotá a principios de semana con la presencia de delegaciones de distintas zonas del planeta con la particularidad de que no participaron los actores venezolanos.

No es de extrañar que los resultados de dicho encuentro hayan sido ultramodestos según la interpretación mayoritaria.

Tampoco ha quedado claro si la iniciativa de Petro fue realmente un intento de restituir la tranquilidad en la zona o –como muchos intuyen– una estrategia para cobrar protagonismo internacional como pacificador, mediador, o estadista respetado como lo fue Lula en su primer ejercicio y de paso fortalecer su posición política interna en estos días en que se le  ha presentado una delicada crisis a su gobierno por enfrentamiento con el Congreso.

Hay también quienes, con razón, perciben en esta iniciativa el deseo presidencial de alcanzar su propio premio Nobel, como ocurrió con su antecesor Juan Manuel Santos. El comunicado oficial del gobierno colombiano al concluir el evento revela –a nuestro juicio– que no fue mucho lo que se avanzó. Tampoco era de esperar que una reunión de un día entre dirigentes de muy distintas visiones fuera a tranquilizar unas aguas ya más que agitadas. De allí pues, la moderadísima expresión leída por el canciller Leyva, quien apenas pudo informar que se habían alcanzado “posiciones comunes” en cosas tan obvias como la necesidad de que se celebren elecciones libres, que el proceso de negociación posterior corra paralelo con el levantamiento de  las sanciones que ahogan a Venezuela y que las partes se comprometan a volver a sentarse en México prosiguiendo un diálogo que hasta ahora ha sido de sordos.

De igual manera, sin que constituya sorpresa alguna para nadie, la gente que despacha en Miraflores se limitó a “tomar nota” del comunicado sin expresar si habría intención de aceptar algunas de sus ideas o simplemente arrojarlo a la poceta de palacio.

De seguidas Jorge Rodriguez, dueño de la cara de piedra más conspicua, señaló que nada de lo sugerido por los asistentes a Bogotá podría ser siquiera considerado si –entre otras cosas– antes a) no se levantan todas las sanciones b) se devuelven los dineros “robados” (cuestas bancarias, dividendos de Citgo oro en Londres, etc,) y c) se libera al “diplomático Alex Saab”. Lo anterior desnuda con crudeza la distancia insalvable entre la visión de quienes proponen conversar mientras se van levantando las sanciones frente a aquellos que exigen el levantamiento de las sanciones para sentarse a conversar.

Cierto es que en los procesos de negociación las partes  inicialmente presentan sus máximas aspiraciones para luego ir acercándose a zonas de posible entendimiento sobre la base de “dando y dando”. La historia de las conversaciones gobierno/oposición revelan que Miraflores en todas las ocasiones ha hecho fracasar los intentos (Noruega, Dominicana, Barbados, etc.).

Mucha gente cree que la Mesa de Negociación de México será el escenario de alguna solución transaccional. Este columnista opina que a lo mejor el oficialismo asista a algunas sesiones donde consiga ciertas concesiones, pero a la hora de negociar el tema de la elección libre, transparente y verificable se pararán de la mesa haciendo evidente que no están dispuestos a transigir en un asunto que, con seguridad, los removerá del poder. El único caso que conocemos, en el cual estuvimos directamente involucrados, fue en 1990 en Nicaragua cuando Daniel Ortega (entonces menos sanguinario) accedió a una elección limpia que fue ganada por doña Violeta Chamorro, quien ciertamente pudo asumir y concluir su mandato. Después de eso no parece que los juramentados ante el Samán de Güere vayan a incurrir en el mismo “error”.

Tampoco se puede dejar de reconocer el efecto político y mediático que causó la sorpresiva aparición de Guaidó en Bogotá, la cual opacó la reunión internacional que debía acaparar toda la energía noticiosa. El ingreso irregular del diputado y la abrupta reacción del gobierno al deportarlo ha obtenido mucho más cobertura que el encuentro internacional. Menos mal que Petro optó por embarcarlo hacia Miami y no hizo como el “democrático” Santos, quien en similar situación optó por deportar al dirigente estudiantil Lorent Saleh en 2014 y entregarlo sumariamente a Venezuela, donde recibió cárcel y torturas hasta que fue liberado gracias a la presión internacional.

En todo caso, es menester tener en cuenta qué cosas son negociables y cuáles no lo son. Desactivar el proceso Venezuela en la Corte Penal Internacional no está en las manos de gobierno ni oposición, es un proceso de la justicia internacional independiente no sujeto a orden alguna. Devolución de recursos y anulación de sentencias definitivas de tribunales extranjeros en materia económica no está en las manos de los actores venezolanos toda vez que algunas de ellas son resultado de acciones confiscatorias del gobierno –constitucional– de Chávez y de laudos arbitrales finales y definitivos dictados con participación de la República.

Para finalizar permítasenos la frescura de adivinar el futuro: conversar se conversará, pero que la dictadura se ponga la soga al cuello con un proceso electoral transparente es ni más ni menos que “soñar con pajaritos preñados”.

@apsalgueiro1


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