De entrada considero que es importante referirme a mi posición con respecto a Trump antes de que fuera elegido presidente de los Estados Unidos de América. Lo percibí entonces como alguien agresivo y poco cortés. Todos los venezolanos recordamos sus duras críticas y confrontaciones con nuestra Miss Universo Alicia Machado, algo intolerable por su machismo y ego exacerbado. Eso mismo lo puso en evidencia durante su campaña presidencial, cuando su contendora fue la demócrata Hillary Clinton.

A pesar de eso, una vez que él fue electo presidente y puso de manifiesto su política frente a la dictadura de Nicolás Maduro Moros, me abstuve de formular cualquier tipo de crítica en contra suya. Lamentablemente esa consideración que le tuve cesó después de su comportamiento del pasado 6 de enero.

Lo cierto es que Donald Trump y Hugo Chávez Frías tienen un mismo hilo que los conecta, a pesar de las muchas otras actitudes y posiciones que los distancian.

Tanto el despido de 20.000 trabajadores de Petróleos de Venezuela que ejecutó Chávez luego del paro petrolero que se llevó a cabo en diciembre de 2002, como el llamado de Trump a sus seguidores el pasado 6 de enero, el cual concluyó con la muerte de 5 personas a consecuencia del vil asalto al Congreso de Estados Unidos, fueron acciones deleznables, propias de personalidades de genio destemplado y violento.

No puede perderse de vista que en las semanas anteriores al día del trágico evento, el presidente norteamericano aludió al 6 de enero como “un día de la verdad”. Luego, en esa fecha en específico, frente a la Casa Blanca, Trump habló por más de una hora ante miles de seguidores e hizo alusión a las supuestas irregularidades electorales que se llevaron a cabo en varios estados durante las elecciones del 3 de noviembre, aunque las investigaciones y procesos judiciales que se realizaron no evidenciaron ninguna anormalidad.

Mientras él se dirigía a sus seguidores, en las instalaciones del Congreso se producía la certificación de la victoria de su contrincante electoral, Joe Biden.

No conforme con hacer los señalamientos anteriores, el entonces presidente atacó sin consideración alguna a los “patéticos” y “débiles” (esas fueron los términos que utilizó) miembros de su partido que no respaldaban su recomendación de no certificar la victoria de Biden en el acto que se realizaría ese mismo día en el Congreso.

Pero allí no quedó todo. No dudó ni un momento en ponerle más candela al fuego cuando voceó lo siguiente: «Es increíble por lo que tenemos que pasar y tener que hacer que tu gente luche; si ellos no luchan, tenemos que eliminar a los que no luchan (…) Caminaremos hasta el Capitolio y vitorearemos a nuestros valientes senadores y congresistas (…) Caminaremos y estaré allí con ustedes (…) Debemos luchar como demonios porque si no ya no van a tener país (…) Vamos a intentar darles a nuestros republicanos, a los débiles, porque los fuertes no necesitan nuestra ayuda, el tipo de amor propio y audacia que necesitan para recuperar nuestro país».

Después de regar la gasolina, con sutil habilidad, Trump señaló que “la marcha será de manera pacífica», con lo cual trató de encubrir sus agresivos pronunciamientos previos. Como dice el viejo refrán: “Tiró la piedra y escondió la mano”. Para desgracia suya y del país ya el mal estaba hecho y los efectos de su discurso no se hicieron esperar.

La locura, sin embargo, no arraigó en todos los republicanos. El vicepresidente Mike Pence y un pequeño grupo de su partido supieron mantener la cordura, actuando de manera que les enaltece. También el líder de la mayoría del Senado, Mitch McConnell, actuó con sensatez cuando advirtió que Trump estaba socavando la confianza en los resultados de las elecciones, lo que de suyo implicaba poner la democracia norteamericana en “una espiral de muerte”.

Más que de líder político de prestigio internacional, como ha sido el caso de otros presidentes republicanos, Trump deja marcada su gestión de gobierno como la de una figura del espectáculo.

Desde esta columna abogamos por la paz entre nuestros hermanos norteamericanos, pero también porque haya la justicia necesaria.

Concluyo mi columna de hoy dejando en claro que, por ser respetuoso del pensamiento político de cada quien, mantengo el aprecio que he tenido por aquellos amigos que hoy siguen apoyando al expresidente Donald Trump. Creo que eso es consubstancial a la condición de demócrata verdadero.

@EddyReyesT


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