Hoy hablaré sobre Don Pedro Calderón de la Barca (Madrid, 17 de enero de 1600-Madrid, 25 de mayo de 1681), y al hacerlo podré continuar el recorrido que inicié hace semanas por el inigualable Siglo de Oro español.

Al tomar en consideración el largo recorrido de su vida, su transcendental entorno histórico y la multiplicidad de sus brillantes producciones dramáticas, don Pedro Calderón de la Barca compila en su personalidad

Elas notas características de la poderosa influencia de ese esplendoroso, aunque también paradójico siglo XVII, que ha sido catalogado por muchos como la época más compleja y contrapuesta de la Historia de España. Al consultar las diferentes biografías, se encuentran siempre los datos alusivos a esa etapa de España donde ocurren sucesos que le dan una configuración muy especial, que, a su vez, son interpretados y narrados de muy distinta manera en lo referente a la importancia de ese siglo XVII.

La vida de Calderón transcurre durante tres reinados: el de Felipe III, el de Felipe IV y el de Carlos II; es decir, enla etapa de los Austria menores. Vive durante el llamado «pacifismo de Europa», pero es también la Europa que sufre los estragos de la Guerra de los Treinta Años y, a partir de la mitad de siglo, Europa ve y sobrelleva el incremento del poder e influjo francés por el reinado del monarca Luis XIV. En breves palabras, Calderón es testigo de excepción de ese siglo donde las letras y las artes brillan de tal manera que le dan el nombre de Siglo de Oro. Pero, que fue también el siglo del«aislamiento»y de la «decadencia», época que Ortega y Gasset llamará la «tibetanización» de España; en sus palabras: “Que en España (sic) originase un menoscabo del que no hemos vuelto a restablecernos, se debió a la articulación de lo que fue la virtud y la grande operación de la Contrarreforma”. Aun cuando no es mi objetivo en este artículo, creo necesario recordar que para Ortega la causa de la decadencia de España y de la pérdida del Imperio fue, entre otras, la Contrarreforma: «la Contrarreforma fue un régimen riguroso de redireccionamiento de las mentes que contenía a estas dentro de sí mismas impidiendo que se convirtiesen en un edificio compuesto nada más que de puertas y ventanas».

Este “mal” engendró, de acuerdo con Ortega, que los españoles se volviesen un pueblo cerrado, hermético frente a casi todo el mundo. Este hermetismo, prosigue,«fue la verdadera causa de que perdiésemos nuestro Imperio». A esta coyuntura, Ortega le dio el nombre de «la tibetanización de España»; es decir, ese medio siglo, 1600-1650, durante el cual España se vuelca «hacia adentro», se ensimisma. Es un punto sobre el que volveré en otro artículo para no desviarme de mi propósito en este.

Es en esta España donde nace y se desenvuelve don Pedro Calderón de la Barca. En la biografía que se encuentra en las páginas de «Cervantes virtual» se indica que provenía de una familia de hidalgos, y, como tal, de una «nobleza de rango inferior». El propio Calderón, en algunas ocasiones, habla de la «mediana sangre en la que Dios le permitió nacer». Su padre, Diego Calderón de la Barca, se desempeñaba como secretario de la hacienda heredada de su abuelo. Contrajo matrimonio con doña Ana María de Henao, con ella llegó a tener 6 hijos. Don Pedro fue el tercero. Sabemos que cuando Calderón entró al Colegio Imperial de los Jesuitas era un niño; allí se dedica con ahínco al estudio de las humanidades; conoce y estudia a los poetas clásicos latinos; todo este aprendizaje y la forma disciplinada con la que es educado le proporcionan una excelente formación. Estudia también en las universidades de Alcalá y Salamanca. De manera que, para el momento de enfrentarse al reto de crear su propia producción literaria, Calderón ya es dueño de un extraordinario acervo cultural. Cuando se acerca por primera vez al teatro, Lope de Vega y todos sus discípulos ya poseen el prestigio que les dio el gran Teatro Nacional. Sobre estos cimientos construidos por Lope, Calderón realiza una obra de bruñido que le permite estilizar esos perfiles estructurales; y, a la vez, hacer gala de su estilo barroco, como apunta atinadamente Juan Luis Alborg en su Historia de la Literatura Española, a quien parafraseo en estas líneas.

Justamente, esa representatividad del barroco que personifica Calderón origina comentarios como el de Valbuena Prat, otro de los grandes historiadores de la literatura española, quien expresa enfáticamente: «Lope había representado el momento creador y juvenil del drama nacional. Calderón significará la sistematización en la madurez. Lo que se pierde con este en vida exterior y en extensión se compensará con vida interna y con profundidad. A la inventiva sustituye la reflexión, a la espontaneidad de los recados, lo retocado y sabio. A la improvisación, el descartar borradores, para decirlo con expresión calderoniana hasta encontrar la expresión y formas precisas». Se puede o no estar de acuerdo con Valbuena; pero, es factible que otros prefieran el acento popular que entrañaba el Teatro Nacional, el aire lozano lopesco. El rey, la fe, el honor son temas que aparecen tanto en Lope como en Calderón, aunque este los condensará ágilmente en esquemas y los impulsará a formar parte de “una religiosidad activa” como la denomina Alborg.

Es preciso diferenciar en Calderón dos períodos, o dos estilos. En el primero, se puede establecer una fuerte relación con el teatro de Lope y de sus discípulos. Calderón se vale asiduamente no solo de los mismos temas, como he señalado supra, sino que llega a usar los mismos títulos, Ahora bien, incrementa la acción dramática, disminuye los personajes y aglutina la acción en un protagonista, jerarquizando, entonces, a los personajes de la obra. En breves palabras, diría yo, compendia y agiliza.

En esa comparación que inevitablemente se encuentra entre los analistas y críticos literarios, como es el caso de Alborg y de Valbuena Prat, se suele enfatizar que, a pesar de las obvias diferencias existentes entre ambos gigantes del teatro, sobre todo porque son distintas sus técnicas artísticas, se hace inevitable puntualizar que en el teatro lopesco se advierten múltiples factores, como es el caso de la dualidad de enredos y tramoyas. Lope se mueve con absoluta libertad en un espacio heterogéneo y el propio Calderón también se vale de intrigas variadas; Lope usa dos o tres personajes principales, aunque ninguno se erige como un exclusivo protagonista. Por su parte, Calderón crea jerarquías, y esta jerarquización de los personajes responde a una técnica precisa y muy bien calculada. Si queremos buscar un ejemplo, El alcalde de Zalamea, título homónimo del drama de Lope, es la muestra principal de esta primera etapa.

En el segundo período, Calderón se aleja del género realista y compone comedias, o bien de corte poético, o bien simbólicas, en las que sobresale la lírica, como también privilegiará el argumento ideológico. Veremos cómo los protagonistas van a convertirse en alegorías de carácter universal. Sin duda alguna, La vida es sueño es el arquetipo inefable de este segundo momento del teatro de Calderón y la categórica separación de la línea de Lope, así como su momento cúspide, tanto en el orden artístico como el social, coincide con el arribo al trono de Felipe IV y la aparición en escena del Valido, el Conde-Duque de Olivares (1621). Es un nuevo período histórico que va a perseguir el rescate de España como potencia.

Es una etapa durante la cual compone comedias cortesanas como Amor, honor y poder. Tenemos ejemplos de las comedias de enredo o de capa y espada como La dama duende o Casa con dos puertas mala es de guardar. Es ineludible citar como prototipo de obras de memoria histórica El sitio de Breda (el asedio de Breda), suceso que constituye la victoria más significativa de Ambrosio Spínola Doria, Grande de España, durante la Guerra de los Ochenta Años, inmortalizado por Diego Velázquez en Las lanzas.

Entre los años que van de 1630 a 1640, la fama de Calderón sube como la espuma. Es la década prodigiosa cuando escribe El Tuzaní de las Alpujarras, conocida como Amar después de la muerte, donde narra la legendaria insurrección de los morunos contra las arbitrariedades de Felipe II; existen varias crónicas sobre esta sublevación, entre ellas puedo citar Guerra de Granada (Diego Hurtado de Mendoza); Historia de la rebelión y castigo de los moriscos del Reino de Granada (Luis de Mármol de Carvajal); y Guerras civiles de Granada (Ginés Pérez de Hita). La crónica de Pérez de Hita, cuya segunda parte fue publicada en 1604, es probable que haya tenido una influencia específica en la elaboración del drama calderoniano. En la narración de Calderón, hay un enérgico énfasis en todo el ámbito geográfico donde se libra la contienda; además, se basa en figuras históricas para concebir varios de los personajes de ficción, hace uso de la mitología y, como es de esperar, lo compone de manera libérrima. El fruto de esta trama es un fuerte cuestionamiento a todo el régimen de tipificación étnico y cultural que, en definitiva, fue el germen de la rebelión.

Durante esta década, también escribe las grandiosas tragedias bíblicas como Los cabellos de Absalón, y del honor como El médico de su honra o El pintor de su deshonra.

Son los años cuando forja y publica su excelente versión de El alcalde de Zalamea. En ese drama, expone magistralmente la polémica entre individuo y poder, como también el clásico debate entre el honor de un determinado estrato social y la virtud propia.

La obra magna de Calderón, no solo de esta etapa, es La vida es sueño. Inigualable drama sobre el gran tema humano: la libertad enfrentada a las limitaciones propias del entorno social y de la conveniencia política, que un régimen alega para actuar de una manera determinada.

En el próximo artículo seguiré comentando otras de sus obras y me detendré, como es de esperar, en La vida es sueño.

@yorisvillasana

 


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