Recuerdo un dicho que mucho se repetía en mis tiempos mozos en la Cancillería que, al igual que “el hábito no hace al monje”, este se refería a que había cargos que lucían a los designados y designados que lucían el cargo. Sin duda, Don Armando Rojas lucía su investidura para bien del país como embajador de la República. Su austeridad y su amabilidad, su educación y su don de persona culta y sobria es lo que recuerdo de mi trato con su persona. Además, la huella intelectual que nos dejó a través de muchos libros y artículos es suficiente muestra de tal. Como afirmara el canciller Consalvi: “Fue uno de los intelectuales venezolanos que entendía a su país como antes, en el siglo XIX o en el XX, lo entendieron Cecilio Acosta o Lisandro Alvarado. Intelectuales al margen del poder, entregados al quehacer de indagar y construir, de crear una conciencia nacional y preservar los derechos de Venezuela como nación. Sus nombres le dijeron, le dicen y le dirán muy poco a las grandes mayorías, o, incluso, a quienes presumen actuar en su nombre y representación. Lo deplorable, sin embargo, no es que ignoren sus nombres, sino que desconozcan sus obras, su pensamiento y su aporte a la comprensión de nuestra historia”.

Recientemente se publicó un libro biográfico sobre la vida de este venezolano. Fue escrito por la avezada periodista Ana María Matute. Su hijo Armando, colega embajador y amigo, se entusiasmó desde que le recomendé que Venezuela requería dejar una huella biográfica de su padre. Me correspondió escribir el prólogo. Reitero, tal como lo señalo en esas notas: “Sin duda, el embajador Rojas deja un legado en nuestra diplomacia. Cuando alguno de nuestros jóvenes historiadores continúe su investigación sobre los creadores de la diplomacia venezolana del siglo XX su figura deberá ser protagónica. Su sentido de la ética y de la vocación de servicio por su país es sin duda un ejemplo para las nuevas generaciones de diplomáticos. Este joven de Tovar, Mérida, nacido en tiempos de la dictadura de Gómez, logró insertarse en los espacios más importantes de nuestra diplomacia haciendo una carrera con pausa, con disciplina y además con sentido de estudio que lo demuestra como escritor e historiador en su excelente colección literaria. Armando Rojas, como diría su buen amigo y canciller Miguel Ángel Burelli Rivas, aprovechó la maravillosa oportunidad de representar a Venezuela en muchos países para hacer de la diplomacia controvertida un espacio para la reflexión y el análisis. La diplomacia decía, ‘ofrece, para comenzar, un ambiente, unas relaciones, unas condiciones generales de privilegios; deja tiempo para el fruto de la reflexión, de las comparaciones, de las novedades, se detenga en la escritura y trascienda, pone en contacto con gentes diversas, supuestamente cultas, y también supuestamente ávidas de conocer y de transmitir sus vivencias”.

Este venezolano, doctor en Filosofía y Letras en la Universidad Javeriana de Bogotá, en Colombia, no perdió el tiempo que pasó en diversos países. Sin dejar de concentrarse por un momento en la realidad venezolana, observó el mundo a sus anchas, aprendió de su realidad para poder resaltar nuestros valores, principios, nuestra amplia historia y sobre todo para alertar sobre las amenazas que se avecinaban sobre Venezuela”.

Ojalá que los institutos que estudian las relaciones internacionales, nuestros internacionalistas y jóvenes diplomáticos se acerquen a sus textos para aprender del legado de un hombre que sirvió a su nación con honestidad y vocación de servicio.

 


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