Al nombrar a Rómulo Gallegos, inmediatamente se le asocia a Doña Bárbara, ¡no podría ser de otra manera!, o a Canaima, y a sus otras novelas; sin embargo, los cuentos del gran escritor son piezas únicas, invaluables. Leamos “Los inmigrantes”, y hablemos, sobre todo, de los valores que ese relato encierra. Ante todo, debemos recordar algunos aspectos importantes sobre la obra del gran maestro.

Hablar sobre Rómulo Gallegos conlleva serios compromisos, si tomamos en cuenta la dimensión supranacional que hoy día poseen sus obras y su figura, no solo como escritor, sino que el pensamiento de Gallegos interesa en gran medida por la extraordinaria perspectiva que ofrece en la comprensión de los distintos y variados conjuntos de factores que atravesaron otros países latinoamericanos durante la misma etapa histórica cuando fueron publicados estos primeros cuentos. Asimismo, se puede aseverar que su obra describe con mucha sutileza los fenómenos religiosos, económicos, artísticos, sociales, etc., que ocurrían en el país, y aporta valiosos conocimientos sobre la sociedad venezolana de la primera mitad del siglo XX.

Resalta, en la producción galleguiana, el enfoque dirigido a producir una nueva visión sobre el país y producir una actualización de la escala axiológica de la sociedad venezolana.

La crítica que se ha ocupado de la obra de Rómulo Gallegos ha privilegiado su novelística y dejado de lado, salvo algunas excepciones, la cuentística. Al respecto, Carlos Sandoval, en un excelente trabajo, Gallegos compacto, dice: “La crítica (…) más bien cae en la inercia de iterar (…) un viejo (pre)juicio: los relatos de Rómulo Gallegos fueron una simple calistenia para acometer, una vez tonificados los músculos narrativos, la faena real para la que se hallaba mejor dotado: el trabajo fictivo de largo aliento. Ahora bien, ¿a qué tonicidad alude esta displicente manera de interpretar el ejercicio del cuento en Don Rómulo? Obvio: a la errada creencia, por fortuna ya superada, de que un relato es el germen de una novela”.

Este análisis de Sandoval es digno de leerse para ampliar el conocimiento sobre la cuentística galleguiana. Lo recomiendo ampliamente. Ahora bien, el interés primordial de mi artículo consiste en resaltar algunas de las notas peculiares de “Los inmigrantes”. Muchos, quizás, vieron el unitario de RCTV sobre este cuento, con la versión de Sonia Chocrón y la magistral interpretación de los personajes principales de Carlos Cámara y Henry Zakka.

Al lado de la dupla civilización/barbarie de la que tantos ríos de tinta se han escrito sobre ella, Gallegos contrapone la pobreza ante la opulencia de algunos privilegiados por la fortuna. Unido a ello, surge el tema del arribismo, personificado magistralmente en Domitila, quien encarna a una persona que progresa en la vida por medios rápidos y sin escrúpulos.

En algunos escritos sobre este tema en la narrativa de Gallegos, he leído opiniones favorables en la búsqueda del ascenso social por medio de una unión ventajosa, un matrimonio mestizo. Este es un criterio que no comparto. Domitila, mujer criolla, empleada como una modesta costurera en el taller de modas de Abraham, disimula sus intenciones desde el primer momento, se vale de la atracción que ejerce sobre el “turco”, contrae matrimonio con él, pero, luego, mostrará su desprecio hacia Abraham, por ser extranjero y, además, judío.

Esta xenofobia, exhibida por la esposa de Abraham, la hace explícita Gallegos en unos párrafos donde se evidencia con claridad meridiana tanto el desprecio de la mujer por el origen de su marido, como su arribismo: “Causas mezquinas, flaquezas humanas, obraban en el ánimo de Domitila entibiándole, hasta extinguírselo totalmente, el afecto al marido. Cuando se casó con Abraham, ella era una palurda, una humilde obrera, cuya condición inferior respecto al hombre no podía menos de hacerla considerar aquel matrimonio como un ascenso que la libraría de la pobreza y del trabajo; pero ahora los términos se habían invertido: Abraham seguía siendo el hombre humilde, de una raza despreciada, mientras que ella, gracias al influjo del dinero y como resultado de su tenaz empeño de introducirse en esferas más altas, comenzaba a saborear los halagos de una distinción social que le daba derechos para ir olvidando ya su pasado oscuro y para comenzar a considerarse como una gran señora”.

Por parte del hijo, Samuel, el desprecio es terrible: “Samuelito se desdeñaba de dirigirle la palabra en la casa, y en la calle evitaba su encuentro, para que no lo avergonzase ante los jóvenes bien con los cuales solo se reunía”. La hija, Sarita, manifiesta lástima por su padre, no un verdadero amor filial.

En cuanto al hijo del calabrés Doménico, Giácomo Albano, la situación tiene algunas variantes. Es hijo de italianos, no de un matrimonio mixto: “Tan botarate como amasador de dinero el padre: tan amigo de ocios y parrandas, como tesonero en el trabajo el padre, era Giácomo un simpático mozo que parecía unido a su medio por profundas raíces ancestrales”.

Doménico, el calabrés, y Abraham, el libanés, se arruinan, pero Gallegos termina esta historia mostrando la templanza de dos hombres recios que saben enfrentar las penurias y levantarse de esas caídas. Sus hijos, Giácomo y Sarita contraen matrimonio.  “Abraham, el del Líbano; Doménico, el calabrés, la tierra ajena les barrió del corazón el amor a la propia y les quitó los hijos que ellos le dieron”.

Puede observarse otra faceta que se infiere al leer atentamente el cuento “Los inmigrantes”, y es, justamente, el énfasis que Gallegos le otorga a la escisión que existe entre la variedad cultural originada desde el inicio de nuestra vida republicana y la falta de integración social de esas diversas capas de nuestra sociedad. Se aspiraba a la igualdad; sin embargo, es una sociedad donde existe una profunda marginación. Esta característica la une con el arribismo al que he aludido ut supra.

“Los inmigrantes” fueron publicados en 1922; estamos a un año del centenario del cuento. ¿Ha cambiado nuestra sociedad?

Venezuela ha transitado por caminos muy escabrosos y la xenofobia, que tanto se quiere negar, el arribismo, que se pretende enaltecer, siguen presentes en nuestra sociedad.

Los invito, amigos lectores, a releer a Gallegos; a Díaz Sánchez y a tantos otros escritores de nuestro país, cuyas obras se han arrumbado en los viejos anaqueles, olvidando lo atinado de sus puntos de vista sobre una sociedad que no parece haber aprendido las lecciones dadas.

@yorisvillasana


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