Más de 328.000 migrantes venezolanos cruzaron la selva del Darién el año pasado
Foto: EFE

Algunos de nuestros conciudadanos mueren en el intento supremo de huir del desastre humano causado por Nicolás Maduro en Venezuela. Hemos percibido el inmenso dolor de tener que repatriar cuerpos inertes. Hemos visto informaciones de suicidios, de asesinatos de nuestros compatriotas, de la xenofobia desatada contra ellos en países cuya repulsa por los nuestros luce ilógica, absurda.

Casi 8 millones de refugiados, aunque se busque disimular la idea con otros términos para suavizar, como «migrantes». Es gente que se desplaza despavorida, como si de una guerra se tratara. Pero sufren ellos en su mayoría, ya que no todos tienen la preparación suficiente, ni la suerte, ni el tino para escoger el país más adecuado, el quehacer más provechoso. Se van pensando que cualquier otra cosa, cualquier otra estancia, cualquier otro sistema menos cruel, agreste, dañino, es ganancia. Aunque finalmente no resulte así.

Los más jóvenes son quienes abundan en la búsqueda de un respiro, aunque sea, ante esta situación tan violenta en lo humano que nos imponen Nicolás Maduro y su miserable régimen. No voy a detallar la archiconocida y lamentable situación en todos los aspectos. Los jóvenes aquí tienen el futuro cercenado de raíz. Se largan a donde sea a labrarse un porvenir. Y sufren, y padecen nuestros coterráneos que se van. Casi 8 millones en los registros oficiales de Acnur. ¿Pero son sólo ellos los afectados? Pues no. Indudablemente no. Este drama abarca a toda la población. Más allá de la ideología. Porque 8 millones o casi 8 millones se han ido a padecer el destierro a juro. Pero, ¿qué hay de los familiares? Madres, padres, hermanos, amigos, amores. Multipliquen esos 8 millones y la cifra es más abundosa, es cuasi total.

Ejemplifico el trágico asunto en dos casos muy cercanos. Él, un joven de 24 años, Orlando Alayón, se fue cruzando fronteras hasta Chile. Allí estará, si es que está, como espero fervientemente, extraviado en Santiago desde diciembre, dando tumbos para la sobrevivencia, esperando un cariño humano que le llegue de alguna esquina para atenderlo. Su familia desesperada, como es lógico. Su madre atormentada, como lógico es. Mientras, una amiga arrastra a sus dos pequeños de 4 y 9 años de edad, ella sola, atravesando 6 países para llegar a Texas. Va por Honduras, me dijo ayer. Deja acá una abuela que suspira y llora por su hija, única hembra y sus dos únicos nietos. Antes habíamos conocido el secuestro de un vecino y otros de nuestros conciudadanos en México. ¿Quién y cómo dosifica el dolor humano?

Dirán que me he puesto telenovelero. Pero es extrema la situación. Dentro y fuera. Por eso llaman esto en su nombre técnico como una emergencia humanitaria compleja. Faltaría decir que es causada por unos criminales enquistados en el poder que provocan sin escrúpulos el más intenso dolor en ruta de exterminio a toda la población que dicen dirigir. Es un problema mundial el que causan a propósito, por el interés geopolítico de dominación. Pero quienes lo sufrimos somos los ciudadanos que lloramos adentro en situación de familiares y amigos y desde luego los despreciados cuasi 8 millones. Espero que se haga justicia contra los indolentes. Espero que la derrota electoral resulte monumental y tengan que dejar el poder encaminados a La Haya. Espero…


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