Es bueno recordar grandes ejemplos históricos que muestran algunos pueblos del sureste asiático, como Vietnam. Para entender el significado del Doi Moi en ese país, del cual nos habla Rafael Quiñones en sus insuperables columnas, es imprescindible hacer un paseo por la historia y conocer las grandes encrucijadas que enfrentan los pueblos y los lleva a grandes decisiones, a momentos de quiebre. Cuenta Rafael: “En 1986, el Partido Comunista de Vietnam resolvió adoptar unas reformas económicas de gran alcance conocidas como Doi Moi (renovación) orientadas abiertamente hacia el libre mercado, las inversiones extranjeras y la empresa privada. Desde 1976 (fecha en que el Partido Comunista unificó el norte y el sur) hasta 1985, Hanoi había seguido la senda de la autarquía comercial, ocasionando el empobrecimiento de su ancestral pueblo natal. En 1986, el Partido Comunista de Vietnam resolvió adoptar unas reformas económicas de gran alcance como el Do Moi, el gobierno socialista vietnamés ordenó esta política de puertas abiertas, pasando de una economía de planificación centralizada a una orientada al mercado.

Mediante la aplicación de las políticas de reforma de Doi Moi, el Estado implementó zonas de desarrollo dentro del país para promover el crecimiento económico atrayendo inversión extranjera directa que fue diseñada para proporcionar políticas gubernamentales preferenciales e incentivos a los inversores extranjeros que se establecen en ciertas regiones geográficas de Vietnam”. La propuesta era avanzar en una apertura económica conservando un total control político al estilo chino.

Es muy pedagógico entender el Doi Moi en un pueblo luego de haber reconocido lo que representó la figura de Pol Pot y la ideología del año cero en la interpretación de la historia del pueblo vietnamita.

El año cero se impone después de transitar periodos de máxima violencia en Vietnam, un conflicto bélico librado entre 1955 y 1975 para reunificar Vietnam bajo un gobierno comunista. Esta guerra enfrentó al gobierno comunista de Vietnam del Norte y sus aliados en Vietnam del Sur, (conocidos como el Viet Cong), respaldados por China y la Unión Soviética, contra el gobierno de Vietnam del Sur. La praxis del  año cero llevaba a la búsqueda la purificación del pueblo vietnamita bajo el poder de los Khmer rouge. Los jemeres rojos intentan imponer un reto, quieren purificar la sociedad  y crear un hombre nuevo inspirado en los valores del maoísmo. Un hombre nuevo comunista, campesino, no contaminado por el capitalismo ni el individualismo. Y lo quieren hacer inmediatamente.

No lo consiguieron. Se calcula que murieron en total entre 966.000 y 3.010.000 vietnamitas. Estados Unidos contabilizó 58.159 bajas y más de 1.700 desaparecidos, constituyendo la contienda más larga de dicho país hasta la guerra de Afganistán.

Las personas no importaban, solo el ideal de una nueva sociedad. Se hizo tristemente famoso el lema «perderte no es una pérdida y conservarte no tiene ningún valor», con el que los jemeres rojos amenazaban a quienes mostraban un atisbo de resistencia. Los jemeres rojos convirtieron un pequeño país de 8 millones de habitantes en un inmenso campo de concentración en el que todos eran prisioneros.

Después de esta larga y dolorosa guerra entre Vietnam del Norte y el del sur, el 30 de abril, los comunistas toman Saigón y forzaron le rendición survietnamita. El 12 de julio de 1976 se reunificó el país bajo el nombre de la República Socialista Soviética de Vietnam. La guerra había terminado.

En números esta guerra produjo los siguientes efectos:

Al menos 1,1 millón de vietnamitas muertos.

Más de 1 millón de los llamados «boat people», inmigrantes que viajaban en barco, huyeron de Vietnam del Sur entre 1975 y 1989 (la mayoría se estableció en Estados Unidos).

Más de 7 millones de toneladas de bombas fueron lanzadas en Indochina, más del doble de la cantidad derribada por Estados Unidos y Reino Unido en Europa durante la Segunda Guerra Mundial.

Según la Cruz Roja, entre 3 y 4 millones de vietnamitas están actualmente discapacitados o tienen enfermedades graves relacionadas con el Agente Naranja, un herbicida. Sin embargo, se desconoce la cantidad real de muertos por envenenamiento del Agente Naranja, aunque se estima que sean otras 500.000 personas.

Vietnam del Norte perdió 70% de su infraestructura industrial y de transportes, además de 3.000 escuelas, 15 centros universitarios y 10 hospitales.

La magnitud del horror –del autogenocidio, como le denominan algunos– se puede intuir visitando los centros de la memoria como la prisión de Tuol Sleng, a las afueras de Phnom Penh, donde se apilan calaveras y huesos de las víctimas de este centro de tortura tras vitrinas de cristal. Las paredes están cubiertas con las fotos que los jemeres tomaban antes y después de la ejecución de sus víctimas.

Los Acuerdos de París de 1991 crearon una rendija de paz, pero la negativa de los jemeres rojos a participar en las elecciones de 1993 reactivó el conflicto. Tan solo en 1997 la mayoría de los jemeres rojos, cansados de más de 30 años de guerra y horror, depusieron las armas. Pol Pot fue arrestado por sus compañeros y murió un año después.

Cuando Rafael nos recuerda que “en 1986, el Partido Comunista de Vietnam resolvió adoptar unas reformas económicas de gran alcance conocidas como Doi Moi (renovación) orientadas abiertamente hacia el libre mercado, las inversiones extranjeras y la empresa privada”. Es difícil entender la toma de  una decisión trascendental, antagónica con los ideales que habían inspirado la guerra, la más grande tragedia histórica vivida por el pueblo de Vietnam. Circunstancia que muestra que siempre existe la posibilidad de recomenzar, de reconstruir hasta en las imposibilidades. A los vietnamitas les costó la vida de millones de personas, muchos fusilados solo por hablar un idioma extranjero o por el simple hecho de portar anteojos, visto como un símbolo de Occidente en la vida de las víctimas. Sin embargo, deciden poner en marcha lo más opuesto a sus creencias Doi Moi convencidos quizás de que no existía otra alternativa.

Todavía es usual ver en las calles de Hanoi personas humildes fungiendo de buhoneros que expenden un curioso producto, pequeños cuadernos con las historias de sus vidas durante el año cero escritos a mano. Un deseo de comunicar al mundo que aún en los periodos de mayor horror hay esperanzas y entender además que los episodios de horror tienen fin si decidimos unirnos para combatirlos sin mezquindades.

Los venezolanos hoy atravesamos una dura senda llenos de incidentes, sucesos  que podríamos denominar trágicos. La diáspora, gente desesperada que emprende una ruta que saben podría costarles la vida, atraviesan el Darién quizás con mucha ingenuidad y creencia en su capacidad de soportar todas las inclemencias y peligros. Nuestra diáspora es muy grande, casi del tamaño hoy de todo Vietnam y más del doble de la que murió el año cero. Otra expresión difícil de digerir y hacernos sentir impotentes es conocer que un porcentaje muy alto de niños venezolanos están sumidos en situaciones de hambre. Estado de desnutrición que a muchos les ha hecho perder la oportunidad de lograr el desarrollo físico y mental de todas sus potencialidades. 33% de nuestra infancia se encuentra en esta situación con carácter de irreversibilidad.

Veamos entonces el Doi Moi como la esperanza en medio de una situación imposible, crear una economía de mercado en medio de una férrea dictadura marxista, no sé si ingenuamente podríamos cobijarnos bajo la posibilidad de que el mal, la destrucción siempre tiene un fin y que la potencialidad creadora, la resistencia humana es la mayor fuerza que existe en el universo.

Hoy tenemos 300 presos políticos y millones de personas amenazadas y presionadas por un régimen que intenta eternizarse, algo que nunca ha ocurrido en la historia de la humanidad, como dicen algunos, los ejércitos más poderosos del mundo como el ejército nazi de Hitler, o el ejército rojo comunista tuvieron un punto de quiebre y declinación, igual como le ocurrió a Pol Pot y los jemeres rojos en Vietnam. O a cualquier esclavo romano que pensara que el poder de Roma era infinito.

Quizás por haber estado largo tiempo conviviendo en una barriada parisina rodeada de vecinos provenientes de Vietnam, observar su laboriosidad, su dedicación al trabajo y su permanente alegría, siempre saludan con una sonrisa, es difícil aceptar que los venezolanos perdamos la esperanza, que dudemos de los caminos que estamos emprendiendo para liberarnos, rutas que están llenas de errores pero que persisten. No sabíamos lo que era enfrentar un intento de imponer el socialismo, lo que significaba que las fuerzas armadas sean el principal aliado de esa aventura criminal. Tampoco sabíamos que la corrupción podía entrar con tanta facilidad, como navaja en  la grasa, en las conciencias de los responsables de la seguridad del país.

Prensemos en que el Doi Moi fue posible porque los vietnamitas entendieron que era necesario edificarlo, comunistas contrarios al capitalismo pero conscientes de que es el único camino para responder a las necesidades de un pueblo y de paso afianzarse en el poder. Igualmente, creamos en nosotros, acompañemos a esos valientes de la Comisión Primaria Electoral que están librando una lucha totalmente desigual contra poderes cerrados y mentirosos para alcanzar unas elecciones libres y permitir a los venezolanos elegir el candidato que represente sus aspiraciones.

Por lo pronto, agradezcamos a Rafael Quiñónez por mostrarnos esos girones de la historia del mundo que renuevan nuestras esperanzas de ser libres. Quizás muy pronto, Todo es posible si persistimos.


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