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Por María Margarita Galindo

Luego de la “celebración” -¿o depauperación?- del Día del Educador, es obvio que tal fecha ha quedado para la reflexión interna y justa de cada docente. Es preciso preguntarnos si estamos cumpliendo con nuestro papel de formar ciudadanos aptos para el desarrollo de la vida en sociedad, y para responder esta interrogante son muchos los contextos a estudiar. Actualmente en Venezuela, la docencia es conocida como un apostolado, pues implica hacer un trabajo que nos llena de mucha satisfacción, pero que no logra cubrir nuestras más elementales necesidades de supervivencia, como la alimentación y la salud.

Los educadores de un país son el reflejo del mismo. Por ello, ver educadores en la miseria, con problemas de desnutrición, incluso en estado de postración social, causa mucha tristeza, razón por la cual significa reconocer el desprecio del Estado por sus maestros. Y desde esta amarga realidad, habría que preguntar: Señores gobernantes ¿podrían ustedes “sobrevivir” 30 días continuos con ingresos que oscilan entre los 3 y 10 dólares al mes? ¿Pueden mantener su núcleo familiar con semejantes ingresos? Ciudadana ministra: ¿Cómo logra una maestra o un profesor adquirir mínima vestimenta para afrontar las actividades docentes, cuando ni siquiera puede alimentarse?  Y uso el término “sobrevivir” porque así está el ciudadano común, es decir, el trabajador que no es un burócrata vividor del Estado, hablo de ese venezolano que no quiere regalías, ese venezolano que solo aspira vivir honradamente de los ingresos provenientes de su trabajo.

Ser educador en este aciago momento que vive la patria venezolana, es también sentir el dolor y el sufrimiento de ese niño y esa niña inocente que acude a un plantel en ruinas aspirando a recibir luces para soñar diferente, ese estudiante que muchas veces debe abandonar el espacio pedagógico porque tiene hambre y otras necesidades. Duele muchísimo saber que ese niño es débil ante un sistema tan inhumano que lo puede convertir en ese delincuente al cual la sociedad le teme tanto, y que en el caso venezolano, poco pareciera importarle a sus “autoridades”. El futuro de nuestros niños, aunque suene duro decirlo, hoy está sumido en la incertidumbre y el caos.

Ser educador en Venezuela es acudir a escuelas y liceos con una infraestructura en etapa terminal. Allí están sin los servicios básicos de agua, electricidad, internet; mientras sus techos y paredes se encuentran en estado de máximo deterioro, mostrando pupitres improvisados, sin material de oficina, entre otras; cuyas decadencias sólo demuestran el estado de postración en el cual se encuentra la educación.

Por otra parte, vemos como la actual pandemia del coronavirus se suma a las problemáticas que debemos enfrentar a diario, y alertando la realidad de que nuestras instituciones no han sido dotadas de ningún material de bioseguridad: alcohol, mascarillas, caretas, guantes, material de limpieza, jabón, aunque lo más trágico es no tener siquiera agua en las tuberías, o algunas ni tuberías tienen.

Es momento oportuno para unirnos, la verdadera unidad debe nacer desde la propia sociedad, este no es un asunto exclusivo de los profesionales de la educación, es saber que los padres y representantes, las familias, las agrupaciones comunitarias y otras formas de organización existentes en la sociedad deben integrarse y articularse en pro de exigir el derecho a una educación digna, y que sea una educación libre de imposiciones ideológicas. Promover la libertad de pensamiento crítico y reflexivo en nuestros niños y jóvenes, la lucha de la educación es acabar con la ignorancia, es forjar un ciudadano con valores, con ética y con el pleno desarrollo de sus capacidades. El maestro don Andrés Bello lo expresó: “La ignorancia es la causa de todos los males que el hombre se hace y hace a otros”, por tal motivo la tarea de la educación es alejar al hombre de la ignorancia, pero a los ocupantes del gobierno no les conviene ¿qué haremos? sólo quedan dos opciones, nos unimos o nos hundimos.

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