«¿Se habría encarnado el mal sólo en mensajes tan mezquinos y ridículos?». Norman Manea

Quizás lo más complejo de explicar en Venezuela se resume en el tránsito de las distopias totalitarias cercanas a la obra de Orwell 1984, en modelos leves o laxos, en donde la nimiedad sea el hilo conductor de las acciones de opresión de la colectividad, la cual a su vez no se percibe como presa del cautiverio sino como consumidora privilegiada de esparcimiento y consumo, que les llevan a amar al cautiverio y a sus captores, es esta la tesis de Aldous Huxley en su obra un Mundo feliz, el nihilismo como culmen de la construcción de una dictadura perfecta, con campos de concentración acotados por muros indivisibles cuya argamasa reside en la levedad del ser.

La mutación desde la represión totalitaria ha sido un tránsito constante en la ecuación que homologa los modelos de corte totalitario e irrespetuosos de la dignidad humana, pero esa brutalidad en las formas de represión pueden cambiar como de hecho en la mayoría de los casos termina sucediendo hacia formas potables y tolerables, con la indolencia de una sociedad a la cual se le ha escindido la capacidad racional de enjuiciar los actos que en contra de su dignidad se planifican desde las esferas de un poder cooptado, abordado por la fuerza coercitiva en las primeras instancias y luego morigerados por posturas nimias propias de quienes apuestan por el control silente de una colectividad que termina por consumir y entretenerse de la mano de sus captores trocándose en esclavos quienes disfrutan el tránsito hacia el servilismo.

Así pues, esta catatonia de los estados de la dignidad humana terminan por ser la causa de la anestesia moral, pues solo quien vigila sus derechos puede mantener sus libertades y solo quienes están constantes e inteligentemente en sus puestos pueden aspirar a gobernarse efectivamente por procedimientos democráticos, lamentablemente frente a una sociedad en medio del naufragio del sistema educativo, la provisión para evitar ser presa de la neolengua o el relato falaz resulta en una tarea imposible de lograr, la población termina usando los insultos, jergas y modismos del lenguaje oral y quinestésico, pues el lenguaje escrito queda absolutamente conjurado, la oralidad domina ya que para escribir se requiere claridad en los argumentos y quizás la más horrida de las derrotas reside en la incapacidad de desarrollar una catalogación de formas del habla espuria, que deben ser esterilizadas, esta última tarea llaga a nosotros en el magna opus de Viktor Klemplerer, todas estas fallas en la defensa de la lengua y de la gnosis se han desarrollado en los límites de una Venezuela dominada primero por la barbarie y luego por el nihilismo indolente, este último agravado por la insana necesidad de divertirse hasta morir sin importar nada en los absoluto.

Las cualidades del hombre de Estado o de quien simula ejercer el poder han pasado del plano meramente del dominio de la experiencia como estadista de Estado, a un plano de valoración de conductas abyectas propias de la bufonería en el poder, lo cual rescata la propuesta de Norman Manea “Payasos el dictador y el artista”, las sociedades demolidas espiritualmente mismas que son objeto de medición de este daño a causa de la depauperación continua del lenguaje, terminan siendo prisioneras en calabozos etéreas, inexistentes de las cuales no se sueña escapar, pues soñar y pensar están limitadas a los deseos de quienes han deformado el marco de pensamiento y demolido los paradigmas de quienes nos dominan.

En este 1984 tropical, fuimos controlados infringiéndonos dolor y miedo, la picana, la celda, la ergástula, el golpe que lacera y ahora somos controlados confiriéndonos placer, así el temor de Orwell se hace tangible cuando lo que odiamos terminara arruinándonos, y en cambio Huxley temía que aquello que amamos terminase arruinándonos. En definitiva, la neolengua impuesta, violenta y divertida a la vez, partidista y pícara, hacen surgir en las sociedades que no se defienden de esta política de Estado a un ciudadano que pierde su identidad propia, que al margen de su edad es más un infante vulnerable, idiotizado, que solo disfruta cuando está entretenido (desprecia el trabajo y la responsabilidad pues siente ser víctima de otros), la licuefacción de la personalidad llega a su clímax cuando todos comparten los códigos artificiales del lenguaje, impuestos por el poder, pero creen que esos modismos son seleccionados por ser espacialmente jocosos, siendo hacerlos sentir participes de algo que no existe ni en la autonomía ni en la heteronomía, sino en las trampas de una cosa que no es ideología sino neolengua y posverdad.

El discurso político, la toma de la palabra con talente arquitectónico para la procura del bienestar quedan demolidas, definidos por el titilo de la obra de Neil Postman Divertirse hasta morir. El discurso del público en la era del show business, Barcelona, ediciones La Tempestad 1991. El mismo Postman añade: “Lo que Huxley enseña es que en la época de la tecnología avanzada es más fácil que la ruina espiritual provenga de un individuo con una cara sonriente que de uno cuyo rostro exuda sospecha y odio. En la profecía de Huxley, el hermano mayor no nos vigila por su propia voluntad; nosotros lo observamos a él por la nuestra. No hay necesidad de guardianes, ni de puertas ni de ministerios de la verdad. Cuando una población se vuelve distraída por trivialidades, cuando la vida cultural se redefine como una perpetua ronda de entretenimientos, cuando la conversación publica y seria se convierte en un habla infantil, es decir cuando un pueblo se convierte en un auditorio y sus intereses públicos en un vodevil, entonces una Nación se encuentra en peligro y la muerte de la cultura es una posibilidad”.

Finalmente, Venezuela no se encuentra en peligro de muerte cultural, está desahuciada incurablemente invadida por la metástasis del populismo vulgar y rastacueros, que la imposibilitan para advertir este giro de las formas del horror al divertimento y el nihilismo, que la conducen hacia el precipicio de la nada, del abandono de las posturas firmes y conscientes de la ciudadanía, lamentablemente somos espectadores de esta comedia bufa y cruel, dirigida por el histrionismo de unos payasos que son crueles dictadores con pretensiones artísticas, de nuevo Norman Manea nos alecciona en estos secos y mustios años, en los cuales la vacuidad, el nihilismo y la indolencia parecen reinar.

«¿Acaso el grandioso emblema del infierno sólo se manifiesta en esos estúpidos, aunque terribles, pantomimos balbucientes?”. Norman Manea.

 

 


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