Los importantes incendios que están teniendo lugar en la Amazonía plantean una vez más –ahora con tinte de dramatismo y también de discurso político– la disyuntiva que las partes involucradas enfrentan.

No deja de ser cierto algo de lo que dicen –con un poco de exageración– algunos brasileños que señalan que las grandes potencias del mundo , luego de haber aprovechado indiscriminadamente para saquear los recursos amazónicos, ahora vienen a preocuparse y a plantear que Brasil y sus vecinos congelen sus planes de desarrollo ante el altar de la “sustentabilidad” o el “calentamiento global”.

Por otra parte, sin profundizar en quién tiene la culpa, tampoco deja de ser cierto que a estas alturas el problema ya ha cobrado dimensiones globales y por tanto la solución debe ser abordada en esa escala dado que el planeta es uno solo y todos tenemos derecho de vivir en él lo mejor y más seguro posible. Ante esta visión luce evidente que los temas de soberanía territorial y entendibles nacionalismos de distinta envergadura e intensidad deben convivir, o sea, ceder ante el interés colectivo que además incluye en forma inescapable el suyo propio. Quien esto escribe abraza esta última tesis tanto por convicción como por necesidad de supervivencia.

Es por eso que observamos con pena el ping-pong verbal y político últimamente desatado entre el presidente Jair Bolsonaro y los líderes de las grandes naciones que han expresado preocupación –e interés político también–  en opinar sobre el tema en cuestión. Los muy pedestres intercambios entre el locuaz ex capitán frente a Merkel, Macron, el gobierno de Noruega (importante financista de la tesis conservacionista) y otros, luce no solo de mal gusto sino también de alta peligrosidad. Al menos Evo Morales y el paraguayo Abdo Benítez, dentro de cuyos países también existen importantes incendios en sus áreas amazónicas, se han preocupado más por extinguir las llamas que en polemizar como niños malcriados. Vergüenza ajena da el comentario del brasileño arremetiendo en forma misógina por la apariencia física de la primera dama de Francia, madame Macron o su afirmación en el sentido de que los incendios los producen las ONG ambientalistas para echarle la culpa.

Desde esta columna quien escribe afirma que apoya al presidente de Brasil tan solo por aquello de que “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”, pero por lo demás resulta imprescindible tomar excepción de actitudes y expresiones que hasta a la mayoría de los brasileños avergüenzan, según surge de las más recientes encuestas.

Venezuela, como parte integrante de la cuenca amazónica, tampoco está viviendo a la altura y lo peor es que quien tolera y hasta fomenta los daños ecológicos es el propio gobierno, que en forma irresponsable aúpa las operaciones, entre otros,  del tal Arco Minero que –según expertos– es un ecocidio cuya justificación solo se encuentra en el interés de favorecer a ciertos grupos a cambio de contraprestaciones de dudosa legalidad o conveniencia nacional.


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