Dentro del escenario pandémico global, la prensa está repleta de reseñas en las que se da cuenta de los variados tipos de acercamientos y el espíritu de cooperación que la adversidad ha despertado entre las naciones. Las dos más grandes potencias económicas en esta trágica hora no parecen entrar dentro de estos supuestos. Bien por el contrario, lo que hasta el presente se ha demostrado es que, mientras el tiempo transcurre, estos dos países, China y Estados Unidos, miran en direcciones opuestas.

Es preciso remarcar que las disputas entre ellos son indicativas de un distanciamiento creciente y pernicioso. Si ese resulta ser el corolario de este dramático episodio que transita del planeta, un flaco servicio harían ambos gigantes al resto de sus socios en el mundo y, por supuesto, a la humanidad entera.

Un análisis efectuado por el semanario británico The Economist hace pocos días penetraba en el ánimo de cada uno de estos dos actores, el que se revelaba a través de los insultos proferidos en las dos direcciones. Ellos parecen llevar implícito un desacoplamiento que, de no ser superado, provocará daños de significación en la imagen de cada uno de ellos, así como en la alineación del resto de las naciones a favor de uno o de otro lado. Dice The Economist que “hay hoy menos confianza entre los dos gobiernos desde la normalización de sus relaciones en 1979. La posibilidad de desentendimientos, errores de cálculo y provocaciones están escalando de cada lado”.

Todo ello es mucho más destructivo que una guerra de carácter comercial. Este era, hasta hace unos meses, el mayor peligro que era posible avistar en las relaciones de los dos gigantes con capacidad para afectar al mundo en su conjunto. Existen otras áreas, aparte de los intercambios mutuos, en los que estos titanes pueden comenzar a ponerse piedras en el camino, lo que catapultará sus relaciones a mayores y mayores desencuentros. Si hasta el presente había áreas más o menos críticas en las que las actuaciones de uno y otro lado eran censuradas, ellas se afianzarán en lo sucesivo.

Me refiero específicamente a sus actuaciones en el terreno de la desinformación y de la propaganda relacionadas con el manejo del virus, ambas armas afiladas para disputarse la primacía ante terceros. Y luego, es necesario pensar en que el espionaje mutuo se tornará, por igual, un instrumento válido de batalla para cada lado de la ecuación. Ni hablar de cómo se ahondarán las diferencias en asuntos como el robo de tecnologías y el manejo de los derechos de propiedad intelectual.

Estados Unidos convertirá la relación con el “infeccioso demonio chino” en material de peso electoral y China, a su vez, usará cada torpeza del presidente norteamericano para despertar y afianzar los nacionalismos internos. Las redes sociales serán el nuevo campo de batalla: ante el planeta, desde Pekín explotarán las debilidades de su contendor en el manejo sanitario de la contaminación sobre su suelo y reforzarán su tesis de que América es el enemigo común de la humanidad, mientras que Washington no cejará en su empeño de demostrar y penalizar el manejo irresponsable con que China ha tratado el inicio de la pandemia, lo que ha terminado por afectar a cada ser humano sobre la superficie terrestre.

Todo lo anterior tenderá a minar la confianza que cada uno de los grandes actores deposita en los líderes planetarios. Y es sobre la confianza que se construyen las alianzas y se pavimentan las buenas relaciones. Al final de este año podríamos encontrarnos con un tablero de juego muy distinto a aquel con el que iniciamos el año 2020.


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