¿Cuán distintas son las circunstancias y condiciones electorales que hicieron posible el triunfo irrepetible, limpio y transparente de Chávez Frías para cerrar el siglo? Acumulada una importante experiencia histórica, desenfundamos toda nuestra mejor buena fe para enmendar el propósito y acertar en la celebración de los más convincentes eventos comiciales, comenzando por los altos niveles del Estado para sanear con el ejemplo los más modestos de una sociedad civil que recuperaba o dijo recuperar sus espacios naturales.

Digamos que no hubo necesidad de crear un órgano más independiente del Poder Público para garantizar la más absoluta probidad electoral, como tampoco ocurrió con otro para procesar judicialmente a un mandatario o presidente de la República en funciones que, faltando poco, renunciara y se quedara en el país, como en efecto ocurrió. Cursaba la era perfectible de la descentralización reabriendo las puertas del multipartidismo en la búsqueda ordenada y sensata de las nuevas definiciones que tuviesen un real alcance histórico, a pesar de los diferentes calibres de la antipolítica que encubrió el rentismo sociológico y de sedimentación militarista que no logró ni logrará detener el descenso del económico y del más exactamente petrolero.

Guardando las proporciones, constatamos el superior desempeño del Ministerio Público tan parecido al del propio organismo electoral, en la pasada centuria, sin necesidad de la acrobática reingeniería constituyente. Otra evidencia y desvarío, creímos que la constitucionalización de Pdvsa impediría por siempre su destrucción, tocándole ahora al mito del CNE tan cuidadosamente cultivado en las reyertas iniciales de la enfermiza plebiscitación.

Semejante a lo sucedido con la sala correspondiente del TSJ que completa el circuito de un extraordinario blindaje político, juraron la radical imparcialidad de los nominados y, luego, integrantes del CNE, privilegiado el camino de la omisión legislativa, aparentemente libres de toda sospecha porque nunca antes fueron funcionarios del régimen. Cumplida la tarea, pronto destaparon su verdadera militancia para ocupar después las otras y más elevadas funciones públicas, nada ruborizados, traicionando aquella imagen de ciudadanos impolutos que mantenían a raya a los ocupantes de Miraflores.

Sobrevivía una cierta cultura de la sinceridad, propagada desde finales del los noventa del veinte, gracias a la convicción, prédica y realización de las reformas legales pertinentes que impulsaron los partidos democráticos, a objeto de despartidizar todas las instancias electorales, nada más y nada menos,  para sorpresa de los más ingenuos seguidores del actual régimen. Cumpliendo la más confiada transición del CSE al CNE y, a modo de ilustración, un importante vocero parlamentario, como el socialcristiano Orlando Contreras Pulido, señalaba que “los partidos deben salir de cuajo del CNE”, o denunciaba que “los partidos se apropiaron de las juntas parroquiales”, apuntando hacia un pulcro y amplio consenso del que arteramente se aprovechó el llamado chavismo de entonces. Sin embargo, el madurismo, la consiguiente etapa de un rentismo obstinado, carece de todo pudor al modificar el rectorado ceneísta en los términos consabidos y desenfadadamente descarados.

Excepto la abierta y rápida sustitución que hizo Pérez Jiménez de la cabeza del organismo electoral con la constituyente de 1952,  jamás la entidad exhibió la tan ostensible ultrapartidización de ahora. Al revés de las maniobras y engañifas acostumbradas por estas dos décadas, Maduro Moros ahora deja constancia demasiado expresa de la trayectoria y lealtad de la presidencia del ente comicial en un acto de extraordinaria e inequívoca franqueza.

Luego, en el CNE se disfrazan de sí mismos, acaso, como las viejas casetas telefónicas de la ciudad capital que exponen un paisaje de sedicente ruindad. A pesar del pintoreteo de los artistas urbanos, espontáneos o tarifados, la ciudadanía sabe de la chatarra que sigue siendo mona aún por las varias las capas de seda que tengan.

@Luisbarraganj


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