Marzo ha resultado un mes aciago para el régimen. Se ha evidenciado con fuerza el desgaste y la ausencia de credibilidad del discurso oficialista centrado en “Venezuela se arregló” y “Todos los problemas son consecuencia de las sanciones y del bloqueo”.

Confluyen en este mes la profundización de la crisis económica con el consiguiente escalamiento de la emergencia humanitaria; la persistencia y aumento de la protesta social; el malestar existente en la oficialidad subalterna (es presumible que ocurra lo mismo a nivel de los suboficiales) de la Fuerza Armada Nacional (FAN) en razón de su precaria situación socio-económica, asunto que debe ser considerado sin exagerarlo ni subestimarlo por sus potenciales consecuencias; la renovación por parte del gobierno de Estados Unidos de la Orden Ejecutiva que declara al gobierno venezolano como una amenaza para su seguridad nacional; el avance –aunque todavía limitado- de reconstrucción de la unidad de las fuerzas democráticas y del proceso de  preparación de la primaria para escoger el candidato (a) presidencial unitario; y por si lo anterior fuese poco, la semana pasada estalló con inusitada fuerza la evidencia del saqueo perpetuado por una de las facciones del chavismo del dinero proveniente de la exportación de petróleo. Lo cual provocó una purga en progreso en la cúpula del régimen.

Sobre el affaire El Aissami se ha especulado y comentado mucho, pero hay algunas cosas claras. Estamos en presencia de una voraz y ya no tan sorda lucha por el poder, los recursos del Estado y de otros de origen delictivo en un momento en los cuales la torta a repartir se ha reducido considerablemente. No es una lucha entre honestos y austeros revolucionarios contra quienes se han desviado del camino sucumbiendo a la corrupción como quiere instalar en la opinión pública el madurismo y otras facciones de la nomenclatura roja, que han visto su poder y sus recursos amenazados por El Aissami y su facción, se habla incluso de que le tumbaron a los otros varios miles de millones de dólares (mal habidos, por supuesto) destinados a sufragar la campaña reeleccionista del usurpador. Por cierto, todo el mundo se pregunta dónde está El Aissami y si le espera el mismo futuro que a sus subordinados cómplices. Dudo que la operación de control de daños instrumentada por el oficialismo tenga éxito más allá de su limitada fanaticada porque el país sabe que la corrupción es uno de componentes básicos de la gobernanza chavista instaurada por el propio Hugo Chávez. También de que lo ocurrido les pasará una factura considerable.

De lo arriba mencionado puede concluirse sin faltar a la realidad que el régimen vive momentos difíciles, de que puede salir debilitado porque su discurso está devaluado y su acción está lejos del sentir y las necesidades de la mayoría social de la nación. No es su primera experiencia de complicaciones, ha demostrado resiliencia en pasadas crisis, pero han disminuido sus cartas disponibles. No estamos presenciando todavía su desmoronamiento; faltan por ocurrir otras cosas para ello. Entre ellas el fortalecimiento político, orgánico de las fuerzas democráticas y su conversión en alternativa real de poder.

Personalidades del mundo democrático han alertado sobre el déficit de cohesión, unidad de las fuerzas políticas democráticas y de cómo esa reiterada falencia incide negativamente en la capacidad de aprovechar el rechazo al régimen, conectar con los deseos de cambio de la mayoría social y por tanto de adquirir competitividad política suficiente para sustituir el statu quo imperante.

Parece mentira que a pesar de las experiencias y enseñanzas de todos estos años de lucha contra este nefasto régimen haya todavía que insistir en el tema.

Es urgente entonces que la dirigencia política entienda la necesidad de ir dejando de lado los conflictos innecesarios, privilegie los intereses generales y dedique esfuerzos a  fortalecer la unidad, a crear una Dirección Política amplia, representativa y eficaz para conducir la convergencia  de fuerzas políticas y sociales en función de hacer todo lo posible para facilitar la creación de las condiciones y generar las acciones conducentes al relevo en la conducción del Estado demandado por la situación y la sociedad.


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