La diplomacia es el arte y la ciencia de la representación y negociaciones entre Estados. El Servicio Exterior nace en Venecia en el siglo XIII d.C. La mayoría de los países copió los esquemas del mismo en cuanto a que distribuyó sus competencias en tres campos: Servicio Diplomático, Consular e Interno. Se le pudiera definir como el conjunto organizado de personas que responden a las directrices de sus respectivas cancillerías, en cuanto al desempeño de sus funciones en cualquiera de las tres áreas antes mencionadas. En Venezuela, no es sino a partir de la Declaración de la Independencia en 1810, que se envía lo que pudiera ser la primera Misión Diplomática al exterior; antes, por razones obvias, no había un servicio diplomático formal. Sin embargo, es necesario acotar que figuras como German Roscio, entre otros, desempeñaron esas funciones con absoluto conocimiento de los temas que les correspondió abordar. Más adelante, lo mismo harían personalidades como Santos Michelena y Alejo Fortique cuando les correspondió atender temas internacionales de gran relevancia para nuestro país.

Personalmente, considero que la profesionalización del Servicio Exterior venezolano comenzó cuando apareció en Gaceta Oficial la Ley del Personal del Servicio Exterior de 1962, que dejó atrás varios reglamentos que para la época existían y que de alguna manera llenaban el vacío que estaba destinado a cumplir la nueva ley que habría de ser derogada 39 años después por un nuevo instrumento legal. Durante su vigencia se logró capacitar funcionarios, en su mayoría egresados de la Escuela de Estudios Internacionales de la UCV, que durante su carrera adquirieron las herramientas necesarias para cumplir fiel y exactamente las funciones que tenían asignadas. Entre algunas de esas materias estaban: Derecho Internacional Público I, II, III, IV y V, además del Derecho Internacional Privado, y al mismo tiempo, tuvieron que aprobar materias especializadas como Derecho Diplomático y Consular, Economía política, Estadística, Historia Diplomática, Teoría y práctica Diplomática, Teoría Económica, y tener conocimientos de inglés y francés.

La Cancillería de aquella época –desde 1962 hasta 1999– era un despacho de lujo que muchos llegaron a comparar, por su excelencia, con la Cancillería de Itamaraty. Los que ingresaban al Servicio Exterior, por el rango más bajo, tercer secretario o vicecónsul, tenían que haber aprobado anteriormente un concurso de oposición bastante exigente, y una vez ingresados, hacer pasantías por dos años en las distintas direcciones del Ministerio de Relaciones Exteriores, para adquirir una formación integral. Además del personal de carrera, la Cancillería daba oportunidades de ingreso a personal afín a las relaciones internacionales, que estuvieran bien capacitados y que más adelante, de acuerdo con sus méritos, pudieran aspirar a ser calificados también como personal de carrera.

La misma ley de 1962, en su artículo 7, estipulaba que, por vía de excepción, podían ingresar al Servicio Exterior algunas personas de reconocidos méritos, como jefes de misión, en una proporción no mayor a 50%. El que esto escribe nunca estuvo de acuerdo con el contenido de ese artículo. En una oportunidad, en ocasión del prólogo que hizo a mi libro sobre Derecho Diplomático y Consular, Teoría y práctica diplomática, el ex presidente Luis Herrera Campins, le hice ese comentario, a lo que me respondió que “a veces se hacía necesario acudir al mismo, con la idea de tener un poco lejos a uno que otro militar o político incómodo, pero que era exagerado el porcentaje antes indicado, el cual era necesario reducir a un mínimo aceptable”. En todo caso, y en atención a su respuesta, le hice ver que seguramente era válida su observación, porque la misma atendía a lo que él señaló, la incomodidad.

Pero lo que no deja lugar a dudas es que desde el momento en que Chávez comenzó su presidencia, hasta la actualidad, esas premisas sanitarias de antes se volvieron una epidemia, para decirlo en términos de actualidad, por el excesivo nombramiento de personas que ingresan al Ministerio de Relaciones Exteriores –sin ninguna capacidad ni méritos para ello– a desempeñar  cargos no solo como de jefes de misión, embajadores o cónsules generales, sino también que los nombramientos han permeado hasta los niveles más bajos de tercer secretario o vicecónsul.

El problema entonces comenzó a principios del año 1999, cuando el gobierno de Chávez, con José Vicente Rangel como canciller, envió una circular a todas las misiones en el exterior que literalmente fue una guillotina que descabezó a la gran mayoría de embajadores y cónsules generales. Quedaron solo unos pocos, que después sufrirían igualmente los rigores de ese desacierto monumental que desdibujó una Cancillería altamente especializada y la transformó en un ente amorfo y sin rumbo.

En la citada circular, de una manera cínica, decían que se trataba era de profesionalizar el Servicio Exterior. Las leyes posteriores a la de 1962, que fueron las de 2001,2005 y 2013, completaron la figura del deterioro, porque fueron hechas por personas no vinculadas con las Relaciones Exteriores, lo cual podrá verificarse fácilmente al conocer la firma de sus redactores. Fueron elaboradas como camisas a la medida de las necesidades del régimen que nos gobierna.

Como conclusión a estas líneas quisiera señalar que, en la Venezuela de este año 2020, existen dos cancillerías, la de Maduro absolutamente desprofesionalizada y la del presidente interino Guaidó, que, aunque no es una cancillería formal, de momento, pareciera encaminarse a la misma desprofesionalización de la del régimen. Para ello me baso en que el Colegio de Internacionalistas de Venezuela, del cual fui presidente en cuatro oportunidades, ha venido insistiendo por todos los medios en la necesidad de una nueva Ley del Servicio Exterior que ponga fin a las arbitrariedades que han venido ocurriendo, sin que nadie hasta el momento haya escuchado sus prédicas.

El Codeiv ha ofrecido cursos de capacitación para el personal que ha venido designando Guaidó y nadie le hace caso. Ha contactado con personas que conducen el Plan País y tampoco. Mientras tanto, continúan ocurriendo problemas gravísimos por falta de conocimiento de los funcionarios que forman parte de las cancillerías paralelas, en torno al Esequibo y otras situaciones que no es del caso mencionar.

Entre las designaciones de Guaidó para cargos de gran importancia en el exterior podrá observarse fácilmente que la gran mayoría no tiene el mínimo conocimiento de lo que está haciendo, por no tener a mano las herramientas necesarias indispensables que otorgan las especializaciones en materias tan delicadas como la diplomática y consular. No hay dudas de que ha habido aciertos, pero también desaciertos notables en el desempeño de algunos, no todos, afortunadamente, de estos funcionarios. Persiste la idea de que sus nombramientos habrían obedecido a que viven en el exterior y no cobran. Eso está bien, pero, como señalé públicamente en alguna oportunidad, lo mismo pudieran hacer profesionales especializados, que los hay y bastantes en el exterior, que harían lo mismo, sin cobrar, con la gran diferencia de que sí conocen la materia. Ojalá y aún no sea tarde para prestar la debida atención a esta u otras recomendaciones que pudieran hacerle, de muy buena fe, un creciente número de personas que abogan por el éxito del presidente interino.

 


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